Final del capítulo 7 y comienzo del capítulo 8

1429 Words
Parece el espejo de mano que usa la princesa en La Bella y la Bestia. Pero este es más bonito. —Bueno, tenemos que irnos —dice, y lo miro. —Sí, cierto —sigo a Vincent y cierro la puerta de mi habitación. Nos subimos al ascensor y cuando pienso que va a accionar el botón para ir al piso uno, me sorprendo cuando mete una llave especial y acciona el botón del piso tres. —Pensé que iríamos para abajo —digo, y el ascensor se abre, ya que hemos llegado al piso tres. —No, la oficina del doctor queda aquí arriba. Frunzo el ceño. —¿No eran dieciséis habitaciones para huéspedes? —Las de aquí arriba se comparten. Hay ocho, pero cuatro son para uso del personal. Se ve igual que el piso dos. Ya sé que las habitaciones que hay en el piso uno, estas cumplen distintas funciones, las habitaciones para dormir se centran en el piso dos y tres. Vincent se detiene en la habitación número trece. —¡Lindo!, número trece —digo, y Vincent suelta una pequeña risa. Lo miro con gracia, y se va. Suspiro y llamo a la puerta. Escucho que me dicen adelante y abro la misma. —Hola, Sam, estaba esperándote, por favor, pasa adelante y cierra la puerta. La habitación está fría por el aire acondicionado que hay en la pared, es un aire acondicionado slipt. Me recuerda a la habitación que tenía mi pediatra cuando era niña, creo que, tiene hasta el mismo tamaño, y por supuesto es del mismo tamaño que mi habitación de abajo, la de piso dos. —Toma asiento, por favor —dice señalando las sillas enfrente de su escritorio. Me siento. —Sam, primero que nada, ¿cómo te sentó haber usado la piscina? —Bien, es muy bonito afuera. Me sonríe ampliamente. —Me alegra oírte decir eso. Sí, lo es, es hermoso. Esta noche dormiremos al aire libre. Digo, dormiremos, porque me incluyo. Me hago la sorprendida, la que no tenía idea, dé. —Está bien —respondo sin saber qué decir. —¿No te gusta acampar? —Realmente, nunca lo he hecho. —Entonces, es perfecto. Será tu primera vez acampando. Asiento con la cabeza, y él continúa sonriendo. —Verás, Sam. No te he dicho todavía en que me especializo. Soy psiquiatra. —Usted se parece un poco al que hizo de doctor en Crepúsculo —digo, y se sorprende por lo que he dicho. —Conozco la referencia, gracias. Mi hija, de quince años, ama esa película. Claro, no sé de qué personaje me hablas, tendría que buscarlo. —El actor se llama Peter Facinelli. A la esposa de mi papá le gusta mucho, es su fan. Usted se ve un poco más joven que él. El doctor me sonríe ampliamente. —Gracias, bueno, yo tengo cuarenta y dos años. ¿Cuántos tiene él? —Si mal no recuerdo, tiene cuarenta y…, cuarenta y ocho. No tiene todavía los cincuenta. —Prestas atención —dice, y frunzo el ceño —. Verás, cuando mencionaste a la esposa de tu papá, se nota que no te gusta hablar de ella o incluso de tu papá; sin embargo, le has prestado atención a las cosas que ella te decía. Me enderezo en la silla. «Por supuesto que sí, me está analizando, a eso se dedica». —Cuando ella me vigilaba todo el tiempo, y me iba a buscar a la escuela secundaria, se pasaba hablando sin parar de su obsesión por Crepúsculo. Bueno, es obvio que eso se me quedó bien grabado en la mente—respondo. Me sonríe sin mostrar los dientes, y hace unas anotaciones en una hoja. —Disculpe, pero ¿vamos a tardar mucho? Levanta la vista de la hoja. —¿Necesitas algo? —Ahora que lo menciona, sí. Quiero saber sí, ¿puedo tener de vuelta mi linterna? Justo pensaba en buscar a Vincent, al finalizar aquí, para pedírsela, pero creo que es a usted a quien tengo que pedírselo. No, no me estoy haciendo la tonta, solo quiero ver su reacción. —Me gustaría decirte que sí, pero no, no por ahora. Sin embargo, si necesitas luz en la noche, puedes dejar las luces encendidas de la habitación, no hay problema. Y en efecto, me tienes que preguntar a mí o a tus tutoras. —No, no lo decía por eso. No estoy familiarizada con el lugar y me gusta andar con luz encima cuando tengo que ir por agua, por ejemplo. —Entiendo, ya veré cómo te ayudo con eso. Ya puedes irte. Prepárate, porque cenaremos al aire libre. Asiento con la cabeza, y me pongo de pie. Salgo del consultorio y estoy tentada en revisar este piso, pero puede haber cámaras. Mejor no me arriesgo. Cuando me acerco al ascensor veo a Vincent, pero este ya ha cruzado hacia otro pasillo. Quiero ver para dónde va. Me apresuro y cruzo hacia donde él ha cruzado recién, pero no hay nada. Es decir, hay una puerta y dice: Aseo, la misma está cerrada. Observo el techo, las esquinas, buscando cámaras de seguridad, pero no hay. «Bueno, Sam, abre la puerta de la habitación del aseo, la excusa será que querías preguntarle algo a Vincent». Me acerco a la puerta y esta tiene un sencillo pomo, lo giro y se abre. Está oscuro. Busco en la pared con la mano para ver si hay un interruptor. Lo encuentro y enciendo la luz, y me sorprendo. En efecto, es un cuarto de aseo, pero Vincent no está. Apago la luz, cierro la puerta y siento mi corazón latiendo de prisa. Respiro profundo porque no puedo ir al ascensor con la cara de confusión y miedo. «Yo vi la camisa de enfermero gris que está vistiendo Vincent. ¿Qué diablos está pasando aquí?, ¿acaso hay un pasadizo secreto?». Espero que sea eso, tiene que ser, no estoy loca, no me he imaginado a Vincent. Su cabeza, su cabello, este tiene el cabello corto, y al hombre que vi recién también. Está bien, no le vi la cara, pero era él, o eso creo; aunque no haya sido Vincent, el hombre desapareció. Capítulo 8: En quién confiar Entro a mi habitación y no sé qué me está pasando. Necesito calmarme. Estoy volviéndome loca, «no, Sam, porque te hayas intentado suicidar, eso no quiere decir que estás loca». Necesito hablar con alguien sobre esto. No estoy durmiendo ahora mismo, así que esto asusta mucho. Al menos dormida sé que la anciana que vi, fue eso, producto de una pesadilla, «pero lo demás no». Llaman a la puerta y doy un respingo. «!Puta puerta!». Me acerco a la misma y la abro, no estoy de humor. —Samy. Tenemos que ponernos guapa esta noche. Kristen no me abrió la puerta, a lo mejor está tomando una ducha, así que, ¿qué me dices? ¿cambiamos trapos? No me molesta compartir ropa, aunque no comparto maquillaje —dice Joy, y entra a la habitación sin que le haya dicho que pase. —Sí, está bien —respondo, y sonríe con picardía. —Bueno, la cena es a la siete y media. Veo que el doctorcito, quien por cierto está muy guapo, solo estuvo contigo media hora. —Sí, me imagino que por lo mismo, para darme tiempo para prepararme para la cena —respondo, y omito su comentario sobre lo guapo, según ella, que está el doctor Costa. —Bueno, veamos que tienes de ropa —dice, y de nuevo, sin preguntarme, abre la cómoda. Tengo que hablar con alguien de todo lo que me ha pasado, pero no conozco a Joy, de hecho, no conozco a nadie todavía lo suficiente como para admitir que, creo que estoy viendo fantasmas en este sitio. —¡Chica!, tienes buen gusto en ropa, pero veo que no tienes faldas. —¿Eh? Sí, es decir, no pude traerme todo. —Cierto, casi me olvido del límite de maletas, pero lo bueno es que la familia te puede traer ropa después. —Bueno, agarra lo que quieras —digo, y frunce el ceño. —Sé que tienes cara de pocos amigos todo el tiempo, pero ahorita te ves, pues, preocupada, ¿qué te molesta? La miro, ya que estaba mirando hacia la cómoda abierta. —Tienes razón, con respecto Aaron —digo, ya que no se me ocurre darle una buena excusa, y ella ya se dio cuenta de que me gusta Aaron.
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