Se guardó la pistola en un bolsillo de la chaqueta y dejó la linterna en el suelo para coger a Sedela en brazos. —Bien, cuando lleguemos a casa recuerda que se supone que te has torcido un tobillo. ¡Esperemos que yo pueda subir la escalera sin dejarte caer!— bromeó, lo que hizo reír a Sedela. —Podría ir andando hasta cerca de la casa. —Si vamos a contar mentiras, que tengan un aspecto de verdad. Nunca se sabe si alguien está mirando por una ventana o un pajarito por debajo del ala. Ella sonrió de nuevo y apoyó la cabeza en el hombro de él. —Estoy muy contenta de que me lleves. Además, he dejado mis zapatos en la cabaña. —Los recogeré mañana. También tengo que enterrar a la cobra. ¡Debería estar indignado con la gente del Circo, por habérsela vendido a Bayford! —No creo que tuvieran
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