Prólogo.
Llevaba varios minutos con la mirada perdida, su mente divagando entre recuerdos del pasado, de sus padres. Habían sido felices los tres. Pero gran parte de la felicidad acabó hace siete años atrás cuando la desgracia cubrió los titulares del noticiero de las cinco de la tarde: «Trágico accidente aéreo internacional. El avión Airbus A330 de la empresa Iberia, correspondiente al vuelo 753, sufrió fallas de motores desconocidas y acabó cayendo sin control a pocos kilómetros del aeropuerto Logan International Airport de la ciudad de Boston, Estados Unidos. Sucedió este mediodía y, lamentablemente, debemos informar que no hubo sobrevivientes…». Recordaba haberse quedado en estado de shock por horas, tratando en vano de procesar la noticia. Fue el peor momento de su vida y todavía dolía demasiado.
Toda su vida hubo modificado desde entonces y tuvo que aprender a convivir con la pérdida más grande de su vida y con un dolor que, por momentos, parece hacer añicos su corazón. Pero el tiempo hizo lo suyo, ayudó.
Hoy día es uno de los empresarios más exitosos en la industria hotelera. Dueño del imperio hotelero, Limbo Índigo, Alexander Maddox es considerado el tercer empresario multimillonario más joven de España. Pese a las circunstancias que lo dejaron a cargo de la empresa familiar, a Alexander le gusta su trabajo. Estar al mando de la cadena de hoteles de cuatro y cinco estrellas es tan bueno como eficaz, y lo mantiene ocupado todo el día. Es una rutina agradable y no es como si se considerase un trabajólico, aunque está cerca de serlo. Alexander prefiere mas el “si no trabajo, las personas no tendrán trabajo”. Respecto a su vida privada, bueno, no es tan agradable como estar al mando de Limbo.
Saltó de relación en relación. Romances cortos, no porque Alexander lo quisiese, sino porque las chicas con las cuales salió, se interesaron más por su posición social, por lo material y por lo que podían conseguir de él y no por lo que él realmente es. Alexander es un buen hombre, gentil, amable, apuesto, guapo y muy sexy. Una sonrisa encantadora y unos ojos color miel que emanan dulzura, pero ninguna mujer ha podido ver más allá de sus tarjetas de créditos y su coche deportivo, de sus trajes caros o de su empresa. Por el momento está solo y lo prefiere así. Sin embargo, no pierde la esperanza de conocer a la persona indicada con quien tener una relación estable y formar una familia. La idea de algún día casarse y tener hijos suena muy bien para Alexander y, en serio, espera paciente por esa persona con la cual conseguir todo eso y más. El amor, por el momento, no ha tocado su corazón.
Pensándolo, será un poco complicado si esa persona indicada resultase ser…
—Disculpe por molestarlo, señor, pero el señor Miller lo está esperando para ir a almorzar.
Alexander pestañeó y centró la mirada en unos hermosos ojos color azul bebé y en una sonrisa afable. Mariana Scott posiblemente era una de las mujeres más hermosas que hubo conocido en la vida. Cabello rubio, lacio y con un largo hasta mitad de la espalda, ojos color azul bebé, cejas finas, pestañas largas, nariz respingada y labios llenitos. Todo enmarcado por un rostro ovalado… La hacía una mujer hermosa y llamativa, por no mencionar su cuerpo de ensueño, con curvas que la hacían parecer más a una muñeca barbie. Una mujer muy atractiva y sensual. Pero Alexander no podía verla con otros ojos, pese a poder hacerlo si quisiese.
—Gracias, Mariana. Dile a Miller que en unos minutos estaré con él —profirió, esbozando una sonrisa cortés.
—Por supuesto, señor.
Cuando Mariana salió de su oficina, Alexander quedó mirando la puerta cerrada de su oficina. Frunció un poco el ceño, encontrando extraño que no fuese su asistente quien le avisase que Miller lo estaba esperando. Restó relevancia y se irguió de su cómoda silla. Cualquier pensamiento nostálgico respecto a sus padres dejado a un lado.
Aprovecharía el almuerzo para distraerse y no pensar en cosas que le hacían doler el corazón.
(…)
Si había algo que a Mariana Scott le fascinaba, eran esos momentos en los cuales podía comerse con los ojos a su “jefe”. Consideraba al hombre su sueño húmedo personal y no era nada tímida en fantasear con él, sin importarle nada ni nadie a su alrededor.
Mariana estaba segura de que podría tenerlo en su cama si el empresario no fuese tan despistado. Además, sabía que poseía las armas perfectas para seducirlo. Ningún hombre hubo sido capaz de no mirarla y siempre conseguía lo que quería de ellos. Tuvo varios romances y con cada hombre fue lo mismo: les sacaba el máximo provecho. Y ahora quería lo mismo con Alexander Maddox. El problema, al parecer y según Mariana, era la estúpida política implícita de no relaciones amorosas entre jefe y empleados en la empresa. Absolutamente ridículo.
Mariana exhaló un suspiro por lo bajo cuando vio al empresario Maddox salir de su oficina y mirar hacia el escritorio de su asistente personal.
«Mírame a mí y no un lugar vacío. Soy yo quien está aquí». Como si le leyese el pensamiento, el empresario volteó a verla y Mariana tuvo que hacer un esfuerzo y no saltar sobre el sexy hombre.
—Llamó el señor Benedetti. Se tuvo que ir a buscar unos documentos a su oficina, señor —acató, con un resoplido disimulado.
—Bien. Cuando regrese, dile que deje esos documentos sobre mi escritorio, Mariana.
—Sí, señor —«Pídeme lo que quieras, guapo», pensó. Mantuvo su rostro serio, pese a sus pecaminosos pensamientos y sonrió amable—. ¿Necesita algo más, señor?
—No, gracias, Mariana. Eres muy atenta.
«Puedo ser mucho más atenta, señor sexy».
La puerta a su izquierda se abrió y Mariana miró en torno al hombre que salía de la oficina. El vicepresidente de Limbo Índigo, Miller Bruno, su verdadero jefe, no estaba nada mal. Un hombre apuesto, elegante, culto y seguro de sí. En otras palabras, un hombre que también podría tener si lo quisiese, pero Mariana iba tras el pez más gordo.
—Te estabas tardando, Lex. Creí que me dejaría plantado —imperó su jefe, en tono risueño mientras se acercaba al empresario Maddox.
Ambos rieron y comenzaron a hablar, rumbo al ascensor. Mariana los miró de soslayo, sin darle importancia si se los estaba comiendo con los ojos. Dios, ¿por qué tenía que trabajar para el vicepresidente y no para el dueño de Limbo Índigo? Era injusto. Mariana era quien tenía que ser la secretaria y asistente personal del empresario Maddox Alexander y no…
—Se acaba de ir, ¿verdad? —Mariana arqueó una fina y perfecta ceja, en un gesto de desdén al ver a su hermano recuperar el aliento—. Y subí corriendo tres pisos de escaleras por… nada. ¿Ha dejado algo dicho?
—No, para nada —mintió.
Por ella, que su hermano tuviese el regaño de su vida. No estaba en sus planes decirle que el empresario dejó dicho que dejase los documentos en el escritorio de su oficina. Siempre podía recurrir al “oh, Dios, lo olvidé completamente” y asunto resuelto. Ya sucedió otras veces.
—Bueno —Vio a su hermano mirar la hora en su reloj de pulsera y luego a ella. Una tonta sonrisa en los labios—. ¿Vamos a almorzar?
—No tengo apetito —bufó.
Honestamente, Mariana detestaba a su hermano. Para completar, eran hermanos gemelos. Calvin nació primero, casi dos minutos después, nació ella. Según sus padres, el parto fue rápido y no hubo complicaciones. Si bien su madre no los tuvo por parto natural, sino por cesárea, ambos nacieron saludables y solo tuvieron que pasar una semana en incubadoras para observaciones de rutina.
Fueron muy unidos desde niños, pero a medida que el tiempo pasaba y se hacían grandes, Mariana se dio cuenta de que no le agradaba del todo su hermano gemelo. Calvin tenía las mejores notas en la escuela, ganaba medallas y trofeos en cada deporte que practicaba y siempre era el mejor de la clase. Mariana quedaba en segundo lugar. Las cosas cambiaron un poco cuando llegaron a la edad adulta. Mariana ya no necesitaba utilizar su máscara de hermana buena para con Calvin. Las peleas y discusiones eran su pan de cada día, sobre todo cuando Calvin salió del “closet”. Su hermano, con solo 14 años, confesó que no le gustaban las chicas y que no quería tener nunca una novia. Que prefería tener novio porque le gustaban los chicos. No hubo un solo reclamo de nada y sus padres no pusieron un solo pero respecto a este tema. Lo único que siempre han querido era que sus hijos fuesen felices, independientemente de la orientación s****l. Mariana tuvo que tragarse cada improperio, colocándose una sonrisa de “todo está bien, tienes mi apoyo”. La realidad era muy distinta.
A medida que crecían, Calvin tuvo novios y cada chico no duró lo suficiente. Mariana se encargó de ellos, seduciéndolos hasta alejarlos de su hermano. ¿Por qué era Calvin quien se conseguía siempre hombres atractivos y con dinero? No era justo y Mariana no tuvo piedad alguna, sobre todo porque a su hermano nunca le importó el dinero. Para Calvin primero estaba el “amor”, como si aquello realmente existiese.
—¿Qué tal comida china? Te gusta la comida china, Mi-mi —canturreó Calvin, acercándose a su escritorio.
Mariana lo miró, ampliando los ojos con horror.
—Ni se te ocurra llamarme así de nuevo —demandó, irguiéndose de su silla—. ¿Qué tal si Alexander lo escucha? ¿Qué pensará?
—¿Perdón? ¿Acabas de llamar a mi jefe por su nombre? —preguntó su hermano, mirándola con sorpresa.
Mariana esbozó una sonrisa pícara. Sí, ya no se callaría nada. Le gustaba el empresario. Le gustaba el jefe de su hermano.
—Oh, hermanito. Tu jefe es un hombre que muy pronto estará rogando mas de mi —profirió, muy segura de sí.
—Cualquier cosa, Mariana, menos meterte por los ojos del señor Maddox —espetó Calvin, mostrándose, ¿dolido?
Mariana ladeó la cabeza hacia un lado, estudiando las facciones de su hermano, casi tan idénticas a las suyas. Otra sonrisa esbozó al percatarse de lo que ocurría…
—Vaya, vaya. Lo ocultaste mejor de lo que pensé —Calvin frunció el ceño, mirándola confuso, pero Mariana ya lo sabía, lo descubrió—. Esta vez no ganarás, Cal.
—¿Qué estás diciendo?
—Obviamente Alexander es hetero y seré yo quien se quede con él —El ceño de Calvin solo profundizó mientras sus ojos se empañaron de tristeza y algo mas—. A menos que quieras jugar un juego conmigo. ¿Qué dices?
—No, Mariana.
—Ah, el apetito volvió —Mariana agarró su bolso y rodeó su escritorio—. Quiero esa comida china. Podemos hablar sobre esta encantadora propuesta. Prometo que será algo que no podrás negarte. Una propuesta estupenda y un juego que te gustará, hermanito.
Cada palabra fue dicha con desprecio. Pondría las cartas sobre la mesa. Calvin no podía rechazar jugar este juego. Aunque, bueno, Mariana ganaría otra vez…