Primer encuentro

1412 Words
Serena encendió el aire acondicionado en cuanto subió al auto. La reluciente van color plata que conducía la hermana, todavía olía a nuevo y a Serena le fascinaba ese olor. Solía imaginarse a sí misma conduciendo por alguna carretera solitaria, escuchando a todo volumen música laica. En esa fantasía recurrente llegaba hasta alguna playa, se quitaba el hábito y lo arrojaba, el viento se llevaba muy lejos la tela, ella se tumbaba en la arena, dándose un baño de sol y después de que su pálida piel se tostaba hasta lucir dorada, corría y se echaba un chapuzón. Podía sentir el frío del agua chocar contra su piel caliente, podía imaginar el sabor salado del mar. Solía coger todas esas sensaciones y transformarlas en poemas que escribía en un diario. Aquel diario era más bien, un cuaderno viejo y desgastado que no aparentaba tener valor alguno, pero ese viejo cuaderno guardaba los sentimientos y pensamientos más profundos y más íntimos de Serena. Ese día, cuando la hermana Lucía la invitó a hacer las compras del mes, Serena estaba a mitad de un poema, estaba algo emotiva por estar a punto de alcanzar la mayoría de edad y por el asunto de sus votos y no paraba de escribir. Quedó con una idea a medio plasmar y no quiso dejarla para después, así que cogió el diario y se lo metió debajo del brazo. Después de encender el aire, se puso a escribir. Aunque la hermana Lucía conducía a una velocidad de tortuga, el movimiento del auto hizo que la letra le saliera temblorosa, aun así, no no se detuvo durante buena parte del trayecto. La hermana Lucia no se molestó en indagar que hacía Serena, no apartaba la vista del camino ni por un segundo, sujetaba el volante con ambas manos y no las despegaba salvo para acomodarse los anteojos. Era una mujer toda gris, de los pies la cabeza; sus zapatos eran de un cuero n***o desgastado, su túnica era gris y las raíces de su cabello que apenas alcanzaban a verse bajo la tela, también eran grises. Serena mordió ligeramente el borrador del lápiz mientras moldeaba una idea en su cabeza, admiró por un segundo el perfil de la hermana Lucía, era una mujer de edad, pero conservaba un aire de hermosura que daba una idea de cómo debió ser en su juventud, la imaginó con muchos pretendientes cortejándola y se preguntó por qué elegiría una vida de celibato. Volvió su vista a la página, acomodó el lápiz dentro del cuaderno y lo cerró. Se le habían revuelto los sentimientos, solo observó por la ventanilla las calles transitadas. Había chicas con minifaldas, blusas que dejaban ver sus ombligos adornados con joyas que parecían aretes, parejas cogidas de la mano, hombres con trajes elegantes, mujeres con ropa ajustada y tenis, todo aquello le parecía fascinante, se imaginó caminando entre toda esa gente, escuchando sus conversaciones y oliendo sus perfumes. Una idea le aterrizó en la mente y abrió el cuaderno, justo en ese momento la hermana Lucía habló. ―Hemos llegado, Serena ―Serena siguió escribiendo sin importarle nada. Unos toques suaves en la ventana le hicieron levantar la cabeza, era la hermana Lucía, Serena no supo en qué momento aquella anciana de paso lánguido había bajado del coche. La mujer le hizo una seña con la mano para que se apurase, se dio media vuelta y empezó a alejarse, Serena rodó las pupilas hacia arriba, la maravillosa idea que estaba escribiendo se le iba a escapar de la mente. Se metió el cuaderno debajo del brazo y bajó del auto, pensó que podría escribir durante esos largos momentos que la hermana Lucía se pasaba frente a los estantes comparando precios del mismo producto en diferentes marcas. Caminó a zancadas hasta alcanzarla. Mientras atravesaban el estacionamiento, Serena notó a un grupillo de chicos que aparentaban tener más menos su misma edad, llevaban uniformes de futbol o de baloncesto, no estaba segura. Estaban reunidos cerca de la entrada, al final del estacionamiento. Serena les puso atención y sintió sus mejillas arder a medida que se acercaban a ellos. Cuando pasó al lado, les echó una mirada disimulada, uno de ellos la miró y Serena sintió que todo debajo del hábito se calentaba de pronto, el chico le sonrió, Serena miró sus brazos torneados y luego clavó la mirada en el suelo y apresuró el paso, escuchó las risas de los chicos mientras se alejaba. No veía hombres muy a menudo, mucho menos de su edad. Lo más cerca que había estado de alguien del sexo opuesto, era del padre Valverde, un octogenario que apenas caminaba y olía a naftalina. Solía ver a los monaguillos en las misas, pero nunca se acercaba a ellos. A sus casi dieciocho años, hacer las compras era la experiencia más emocionante de su vida. La hermana Lucía destapaba los frascos de los desinfectantes para elegir el olor más agradable, Serena aprovechó para abrir su cuaderno y escribir. De pronto, sintió que tiraron de su hábito desde abajo y una vocecilla aguda y temblorosa la sacó de su momento de concentración. ―¿Me ayudas a buscar a mi papi? ―Al bajar la mirada se encontró con un rostro redondo, rosado y bañado en lágrimas, un par de ojos color oro oscuro la miraban suplicantes ―no encuentro a mi papi ¿me puedes ayudar? ―Es que..yo... ―Serena miró a ambos lados y vio como la hermana lucía se alejaba empujando el carrito de las compras ―estoy ocupada ―le dijo a la niña, tenía miedo de perderse junto con ella. ―Pero eres una mujer de Dios ―le reclamó la pequeña con el ceño ligeramente fruncido mientras se secaba las lágrimas ―las mujeres de Dios ayudan a los demás, como el buen samaritano ―¡POR DIOS! La niña tenía razón, Serena se la quedó mirando por unos segundos, llevaba ropa muy bonita que lucía nueva y costosa, pero su cabello se veía terrible; tenía dos coletas; una a cada lado de la cabeza, estaban mal recogidas; una más arriba que la otra. ―Está bien ―dijo cerrando el cuaderno y metiéndoselo debajo del brazo ―te ayudaré ―dejó salir un suspiro y cogió a la niña de la mano y caminó con ella en dirección opuesta a la hermana Lucía ―¿cómo te llamas? ―le preguntó después de dar unos cuantos pasos en total silencio, la pequeña le apretaba la mano con fuerza y Serena sintió cierta satisfacción por darle a otro ser esa sensación de seguridad. ―Luz, Verónica Marroquín Villanueva ―la niña recitó su nombre entero como un rezo ―A Serena le pareció gracioso y sonrió. ―Tengo una amiga llamada Luz ―le dijo Serena para hacer conversación ―pero ella no tiene papá, ni mamá ―miró a la niña, que puso un gesto de tristeza ―es huérfana ―le explicó y la pequeña Luz asintió con la cabeza. Serena recordó su reciente visita al orfanato, no recordaba el nombre de ningún niño o niña, pero pensó en ellos cuando le hablaba a Luz de su supuesta tocaya. ―Yo no tengo mamá ―dijo Luz con voz calmada, como llena de resignación ―murió hace un año ―le explicó y Serena se sintió terrible. Después de recorrer algunos pasillos, decidió que iría a una de las cajas para pedirle a un empleado que anunciara que había una niña perdida, así se encontrarían al padre irresponsable que había descuidado a la pequeña. El cajero la envió a hablar con el vigilante que estaba cerca de la salida. ―¡Ey! ¡policía! ―Una voz de hombre se alzó desde atrás, Serena se giró para ver que ocurría ―¡DETENGAN A ESA MUJER! ―gritó el hombre señalándola a ella mientras se acercaba caminando a zancadas ―¡LA QUE VA DISFRAZADA DE MONJA! ―volvió a gritar y todos a su alrededor empezaron a murmurar ―¡SE ESTÁ ROBANDO A MI HIJA! Los murmullos se convirtieron en exhalaciones de asombro y hasta gritos, el vigilante― al que Serena buscaba para reportar a Luz ―la cogió bruscamente del brazo y una chica cogió a Luz de la mano con delicadeza. El hombre que la acusaba llegó a la escena. El corazón de Serena latía desbocado, las lágrimas se le acumularon detrás de los párpados.
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