-Muy bien, eres una buena chica-
Él retiró la jeringa de su cuello y ella sintió de nuevo aquel líquido recorrer sus venas dejándola una vez más vulnerable ante él, veía cómo colocaba las cadenas y retiraba sus prendas una a una ante su atenta mirada.
-Me encanta cuando estás así, te ves hermosa princesa-
Odiaba que la llamara así, una vez el sujeto terminó de desnudarse, lo vio ingerir unas gotas de un frasco marrón e inyectarse aquel líquido, pero no era igual al que le colocaba a ella, puesto que los ojos de él se tornaban completamente oscuros, su fuerza parecía aumentar y sus sentidos se agudizaron, ella por su parte quedaba débil y mareada.
El hombre tomó el látigo y dejó que la adrenalina en su cuerpo hiciera lo suyo, recién comenzaría otra noche más en aquella mazmorra cargada de placer para él, pero de mucho dolor y sufrimiento para ella. Sentía la sangre brotar en su cuerpo, en ocasiones manchaban la piel de él y le hacía gruñir de la emoción.
-¿En... dón... de está?- preguntó la pequeña.
-No tendrás que preocuparte por él porque ya lo puse a dormir, solo somos tú y yo mi princesa-
El hombre se acerca a ella dejando un beso en sus labios a la vez que sus manos generaban fuertes retorcijones en el cuerpo de la pequeña, ella lo muerde con fuerza haciendo que el labio de él sangre y al darse cuenta de esto ríe estruendosamente, se prepara para golpearla más fuerte como castigo, pero antes de propinar el golpe en su cara suena una explosión en el lugar.
Él queda un poco inquieto y al escuchar una segunda explosión toma rápidamente sus cosas dejando caer cerca de ella el estuche con las jeringas, sale corriendo rápido de allí y ella logra identificar las jeringas que él suele inyectarse, estira sus piernas alcanzándolas y luego toma dos entre sus dedos, ya lo había visto hacerlo muchas veces antes, así que sabía cómo y en dónde ponerlas, las inyectó en su cuello y con una tercera logró abrir exitosamente los grilletes.
Sentía algo muy extraño en su cuerpo, pero la energía que le recorría era demasiada, salió rápidamente de allí y quiso buscar a esa persona, pero si ese hombre le dijo eso es porque ya lo había asesinado, llevaba toda su vida viviendo entre esos muros, así que quizás esta sería la única oportunidad que tendría para salir de allí.
Corrió por todo el lugar hasta dar con el salón principal, el sitio estaba en llamas, la gente solo corría y gritaba, escuchaba el llanto de muchos niños, pero todo era caótico y no podía pensar con calma.
Siguió su recorrido hacia la puerta principal, solo la había visto una vez, pero fue más que suficiente, al salir por ella, un hombre armado intenta retenerla tomándola de su codo para impedir su escape, pero ella fue más rápida y antes de que si quiera pudiese llevársela, le saca los ojos arrojándolos lejos.
Al estar liberada ella comienza correr con todas sus fuerzas, no sabe a dónde ir, no tiene un rumbo, no conoce nada ni a nadie que no fuese ese lugar y la gente que le hizo miles de cosas dantescas toda su vida.
La lluvia caía con fuerza borrando sus huellas, los relámpagos resonaban cual trompetas anunciando su huida, la oscuridad ocultaba su presencia a la vista de cualquiera y sin importarle la helada en sus huesos ante su desnudez, solo le quedaba correr.
Todo era nuevo a su vista, pero más era la desesperación por seguir corriendo para alejarse de ese infierno en el que había nacido hasta que después de mucho tiempo de esa carrera, cayó por un barranco y todo quedó en tinieblas y silencio.
No se sabe si pasaron horas, días o semanas solo despertó en un callejón mal oliente, se encontraba encima de un cartón durmiendo, vio su cuerpo y se percató que tenía unas prendas algunas tallas más grandes a la suya, no sabía qué había pasado o cómo llegó a ese lugar, ni quién la había vestido, pero una cosa era clara, no estaba más en ese lugar con ellos y en especial, con él.
-Al fin despiertas niña, de no ser porque respirabas creería que estabas muerta-
Habló una anciana, llevaba unas prendas rotas mal olientes, su aliento apestaba, se encontraba sentada frente a ella mirándola fijamente con esos ojos miel que apenas y se distinguían en su sucia cara.
-¿Qué? ¿acaso no sabes hablar? pues bien, llevas algunos días durmiendo, te encontré cerca del bosque y te traje aquí, esa fue la única ropa que pude encontrar, no estaría bien que te vieran desnuda en la calle y menos con este frío tan atroz-
La pequeña solo la veía, no hablaba porque no confiaba en nadie, la vida le había enseñado a no fiarse de los demás fácilmente, pero entendía perfectamente las palabras de la anciana.
En ese momento, ella quiso acercarse a la pequeña y ésta se alejó bruscamente, la anciana al ver esos ojos negros tan penetrantes en la niña sabía lo que debía hacer con ella, a fin de cuentas, conocía esa mirada y lo que llevaba tras esta.
-Tranquila niña, ten, es comida, debes alimentarte llevas mucho tiempo sin reaccionar y a saber cómo estarías antes de que te encontrara, come, después caminaremos para recoger la basura, si quieres comer debes trabajar y agradece que no se aprovecharon de ti mientras estabas acá-
La pequeña vio el pequeño pan que la anciana le había arrojado junto a la botella de agua, luego miró a la mujer y a su vez tomaba la comida, ¿delicioso? ¿rancio? ¿dulce? o ¿salado? no se sabe, pero sin duda era algo nuevo para ella.
Una vez ambas terminaron de comer, la mujer se levantó alejándose un poco e hizo sus necesidades, luego le dijo a la niña que fuera donde ella estaba e hiciera lo mismo y con esto hecho, las dos salieron del callejón.
Mientras la mujer arrastraba un carrito de mercado lleno de costales vacíos, la pequeña se dedicó a seguirla, aunque estaba a su lado se mantenía a cierta distancia, la señora solo la veía de reojo, sabía que no sería un problema caminar con la pequeña de esa forma, puesto que estaba anocheciendo y las calles en esa zona no eran tan concurridas.
Así pasaron toda la noche hasta el amanecer, la anciana le explicaba a la pequeña qué cosas servían para que así las recogiera y cómo debía esculcar la basura evitando de esa forma que se lastimara con algún objeto, era la anciana quien más procuraba hablar para romper el silencio, y aunque la niña no emitía palabra alguna, con su cabeza daba señal de "si" y "no".
Una vez el sol hizo acto de presencia, la anciana y la niña fueron a un parque al que se encontraban por lo general gente de la tercera edad iniciando su día, tomando un café, fumando algún cigarrillo, algunas sentados en las bancas mirando a la nada y otros en las mesas esperando a otra persona para jugar ajedrez.
Se detuvieron en un punto donde estaba un hombre de unos cincuenta y tantos preparando su puesto de café, los cigarrillos y algunos panes para la venta, sonrió al ver a la anciana y le dijo:
-Sorella, muy buenos días, ¿si te ha tratado bien la noche?-
-Buenos días Raúl, lo mejor que se puede, con el frío y el silencio siempre de compañía ¿y tú qué tal?-
-Bien, alistando todo para otro día más-
En ese momento el hombre se fijó en la pequeña niña que había detrás de la señora y le dio una sonrisa amable.
-¿Y quién es esta pequeña? ¿no sabía que tenías visita?–
-Ella es solo mi nieta, mi hija la abandonó y me la entregó, no le gusta que la toquen ya sabes cómo son estos chicos de hoy día, aunque está bien, es mejor que no se deje de nadie-
-Bueno pues, bienvenida pequeña, soy Raúl por si llegas a necesitar cualquier cosa, eso sí, no vendo cigarrillos ni licor a niños, de resto puedo darte un café y un pan si lo deseas- dijo el hombre sin quitar su sonrisa de la pequeña.
-Ya, ya, viejo engreído, a ella le darás café y pan ¿y qué hay para mí?- el hombre carcajeó al escuchar las palabras de la anciana.
-Tranquila vieja gruñona, para ti también hay pan y café no te pongas celosa, sabes que siempre serás mi favorita- le dijo a la anciana guiñándole el ojo.
-Pues muévete, estamos cansadas y el frío no perdona en este lugar-
Mientras Raúl preparaba todo para ellas, la anciana se percató de que la pequeña veía con suma atención a los pocos hombres que llegaban a las mesas y organizaban las fichas.
-Esas son mesas, allí se sientan dos personas una frente a la otra y juegan ajedrez mientras fuman y toman café... muchas veces es mejor este parque para distraerse que estar en una casa vacía o con gente que dice ser tu familia, pero en realidad no les importas una mierda-
La pequeña la miró tras ese comentario y luego Raúl les entregó el desayuno a ambas, aunque la anciana le dijo que no se acercara a la niña, ésta se quedó mirándolo de una forma muy fría y Raúl al percatarse de esa actitud en ellas supo a qué se refería, hizo caso a sus palabras y siguió hablando con la anciana mientras la pequeña comía saboreando cada bocado.
Para ella algo era diferente en ese lugar, no sabía explicarlo, pero ahí estaba, lo sentía, lo único que le hacía sentir tranquila es que ya no estaba rodeada por esas paredes, el olor no era nauseabundo y lo más importante, nadie la tocaría otra vez.