-Ve y dale lo que quiere-, aconsejó Gisel con una sonrisa maliciosa.
Cuando estuvo dentro, no encontró a Grego en la cama. Escuchó el agua cayendo de la ducha e imaginó que él estaba en el baño, por lo que se sentó en la cama, se quitó los zapatos y luego sus prendas, y se metió en la cama.
Iba a esperarlo debajo de las sábanas, pues no quería que viera su cuerpo desnudo. Cuando escuchó la puerta del baño abrirse, pidió:
-No enciendas la luz, por favor.
El hombre de 1,85 de estatura, ojos azules, cabello castaño y mirada profunda sonrió de medio lado, se secó el cabello y las gotas de agua que caían por su cuerpo, y luego se metió en la cama. Sin perder tiempo, se acercó a la joven. Sus anchas manos atraparon sus gruesos muslos y su pierna musculosa se introdujo entre las piernas de Betsy.
El cuerpo de Bet reaccionó a aquel toque. Ese contacto fue como chispas cayendo en la hoguera y el fuego arropando la leña de inmediato. Así se sintió su cuerpo cuando aquel hombre la tocó y su pierna rozó su centro.
Bet iba a hablar, pero los gruesos labios cubrieron su boca intensificando aún más el calor. El cuerpo fresco de Greibiel, por estar recién bañado, se calentó de inmediato. Cuando soltó los labios de Bet, besó su cuello y continuó hasta sus pechos, succionándolos provocando que ella gimiera a grandes voces.
Los besos y toques eran muy diferentes a los anteriores, incluso el peso se sentía diferente. Era doblemente pesado, más que las veces anteriores cuando lo había intentado. Bet pudo reconocer estos detalles, pero con todo lo que ese hombre le hacía, no tenía tiempo ni cabeza para darse cuenta de que el hombre que se encontraba sobre ella, llevándola al mismo paraíso, no era su novio.
Cuando Greibiel se empujó, terminando de romper las telas virginales, Bet gritó y de inmediato su boca fue sellada por un ardiente beso que hizo que el dolor cesara y la llevó a la gloria.
Esa noche, Bet no solo había bebido, sino que también había sido drogada por su novio para que el sexo fuera doblemente mejor. Por eso, no durmió durante toda la noche, el hombre estaba tan deseoso de sexo que no la dejó descansar ni pronunciar una palabra. En el último encuentro que tuvieron, ella cayó rendida en la cama y cerró los ojos entregándose al dios del sueño, y cuando los abrió, el individuo ya no estaba.
Bet se dio la vuelta, sintiendo dolor en cada parte de su cuerpo. Era como si una moledora hubiera pasado por encima de ella. Cuando vio la mancha de sangre en las blancas sábanas, suspiró.
Había estado con Grego. Fue suya. Después de eso, él no la abandonaría, pensó.
Pero ¿por qué la dejó ahí? ¿Por qué no la despertó para salir juntos de ahí?
Al levantarse de la cama, sintió dolor en su ingle. Definitivamente, su novio la había lastimado durante la noche. Poniendo su mano en el vientre, caminó hacia el baño.
Al mirarse en el espejo, abrió los ojos con asombro. Su cuello, pechos y muslos estaban llenos de moretones. Parecía que Grego le había hecho el amor salvajemente.
Con las piernas temblando, ingresó a la ducha y estregó su cuerpo. Después, se vistió y salió. Al salir vio a Grego al final del pasillo. Cuando los ojos de este se posaron en ella, Betsy sintió un escalofrío, pues era una mirada aterradora la que le lanzó.
No se suponía que ya le había entregado su virginidad, entonces, ¿por qué la miró así?
-Grego – dijo antes de que la palma de la mano de su novio azotara su mejilla. Los ojos de Bet se llenaron de lágrimas y de su boca chorreó sangre, pues la cachetada fue muy fuerte e incluso la lanzó al suelo.
-Perra – bufó Grego con el rostro carmesí.
- ¿Por qué me golpeas? – cuestionó, saboreando la sangre que cubría sus dientes. Grego se inclinó, la agarró del brazo y la levantó, hizo fuerte presión cuando vio los chupones en el cuello.
- ¿Qué por qué te pego? – rugió apretando los dientes y fulminándola con la mirada. – Me dejaste esperando y te fuiste a revolcar con otro. – Betsy ladeó la cabeza.
-No es cierto, yo… tú y yo estuvimos juntos. – Grego la lanzó de nuevo al suelo y escupió sobre ella. – Entré a la habitación que dijiste…
-¡No entraste a mi habitación, entraste a otra y quién sabe con qué miserable dormiste!
-No es cierto.
-¡Lo es! – la agarró del cabello y la dirigió hacia la puerta de su habitación. -Esta es la 69 – las lágrimas se desprendían de los ojos de Bet, ya fuera por el dolor que sentía mientras su novio la sostenía de su suave cabello, o por la sola idea de pensar que durmió con un desconocido. – Esta es la habitación en la que dormiste – el número 6 derecho se había desprendido de la parte superior, dejando ver el número 69. Cuando Grego lo vio la soltó.
-También tiene el número 69 – replicó entre sollozos. Grego la miró con asco y dijo.
-No quiero saber de ti en lo que me resta de vida.
Se fue sin decir más. Bet quedó en el suelo, no hizo por levantarse y seguirlo. Se quedó ahí, mirando aquel número, esa puerta y los recuerdos de lo que pasó en la noche la desgarraron.
Había pasado la noche con un desconocido cuando se disponía a entregarse a su novio, el único chico que su hermano le agradaba y con quien planeaba casarla.
Sus hermosos ojos grises se inundaron de lágrimas. El agua cristalina rodó por sus mejillas, las limpió con dolor y con dolor se frotó la mejilla hinchada. Se levantó y, a pasos lentos, caminó por el pasillo hacia las gradas. Cuando bajó el primer escalón, el ascensor se abrió, de este salió el elegante e imponente Greibiel Coleman. Ingresó a la habitación y fue directamente al cajón donde había guardado su reloj. Al realojarse, vio una mancha sobre las sábanas y, al posar la mirada, confirmó que era de sangre.
Restándole importancia a aquello, salió de la habitación. En la noche, su amigo le había quedado de enviarle una virgen, por ese motivo, no le sorprendió la mancha en la cama.
Greibiel salió del ascensor. A paso firme se dirigió a la sala de juntas, se acomodó en la parte principal y dijo: -Soy Greibiel Coleman, nieto de Jordán Coleman. Soy el nuevo presidente de Hoteles Coleman. Los he reunido porque quiero que todos me conozcan y sepan que, desde hoy, toda información o problema del hotel me la harán llegar a mí. Si tienen una pregunta, háganla ahora porque después de visitar la hacienda partiré a la capital.
Todos se quedaron observando a aquel joven, quien rondaba los veinticinco años y les resultaba un poco conocido por el rostro. Estaban desconcertados porque aquel joven decía ser nieto del señor Coleman, cuando el único hijo de este había muerto muy joven junto a la madre mientras volaban en helicóptero con destino a la capital. Nunca se casó y se desconocía que tuviera una novia. ¿Cómo era posible que ese joven frente a ellos fuera el nieto de Jordán Coleman? ¿Acaso era un nefasto embaucador?
-¿Eres Gabo? – inquirió uno de los que conformaba la mesa. – Gabo Solís, ¿el nieto de Eva Solís?
- Soy el mismo – dijo, dirigiendo la mirada a aquel hombre que se quedó en trance, como haciendo remembranza de lo sucedido hace veintiséis años.
«La madre de Greibiel fue brutalmente abusada por varios jóvenes que habían llegado de la capital, incluyendo al hijo de Jordán Coleman, quien fue el primero en tomarla en varias ocasiones, luego pasándola a sus compañeros de universidad. Como resultado de esa violación, la joven quedó embarazada. Su madre se negó a que abortara, ya que consideraba que la vida de una criatura, sin importar las circunstancias en que fue concebida, era un milagro.
Cuando el niño nació, la joven abandonó a su madre e hijo, dejando el pueblo sin dejar rastro. Gabriele fue criado por su abuela, quien, después de superar la tristeza causada por su nieto, decidió partir del pueblo. Llegó a la capital y buscó la ayuda del viejo Coleman, quien no dudó en ayudarla debido a su reputación en Norcovi. Cuando los ojos del viejo Coleman se posaron en Greibiel, vio en ese joven de dieciocho años el reflejo de su hijo.
Los años pasaron, y la duda en el viejo Coleman continuaban, no fue hasta el año ochenta y siete que pudo descubrir la verdad.
Basándose en la historia de la concepción del joven, y en el gran aparecido a su hijo, decidió realizar las pruebas de ADN para confirmar si era su nieto. Cuando obtuvo los resultados y descubrió que lo era, decidió prepararlo para que en el futuro pudiera heredar todo su imperio».
-¿Alguna otra pregunta? -nadie dijo nada, entonces Greibiel se levantó y se marchó.
Cuando Betsy llegó a casa, al escuchar a su hermano tembló.
-¡Bet! -se acercó y le tocó la mejilla- ¿Qué te pasó? -la joven cubrió su cuello con una bufanda para que su hermano no viera los chupones, sin embargo, él ya los había visto- ¿Qué tienes ahí? -le arrebató la bufanda.
-Nathiel… -murmuró con voz apagada.
-Bet pasó la noche con Grego -dijo Gisel. Gisel sabía que Nathiel se enfadaría al enterarse de que su hermosa hermana se había entregado a un hombre fuera del matrimonio.
-¿Qué? -su rostro se puso rojo- ¿Pasaste la noche con Grego el hijo de Roberta Coleman?
-Eso fue lo que pediste -al escuchar eso, Nathiel levantó la mano y le pegó en la cara a Betsy.
-¡Nunca! -rugió acercándose a ella- ¡Nunca te pediría eso! -le había pedido a su hermana que se comportara bien con Grego, que pronto sería mayor de edad y que cuando eso sucediera, irían a hablar con los Coleman para planificar la boda. Betsy miró con ojos brillantes a su cuñada, quien le había aconsejado que se entregara a Grego para retenerlo a su lado, ya que de lo contrario, él la dejaría. Y cuando Grego se lo hizo saber, cuando le dijo que si no le demostraba su amor, la dejaría y nunca habría una boda entre ellos, Betsy se sintió acorralada.
-Anggie… Anggie me dijo que…
-No seas mentirosa, nunca te habría dicho algo así. Incluso te envié a Gisel para que te acompañara mientras salía con Grego.
-Tú dijiste que si me entregaba a Grego, la boda se aceleraría -tragó saliva y sintió como si agujas se le clavaran en todo el cuerpo.
-Es mentira, tú quisiste entregarte porque Grego te iba a dejar -intervino Gisel, la cuñada de su hermano.
-Nathiel, te juro que…
-¡Cállate! -bramó apretando los dientes y haciendo palpitar su mandíbula. La agarró del brazo y la levantó- Ahora mismo iré a casa de los Coleman, ese infeliz de Grego va a responder -se dirigió hacia la puerta.
-No, no vayas, Nathiel -este hizo caso omiso. No se detuvo ni cuando Bet dijo- No me acosté con Grego -Nathiel juraba que todo lo que su hermana decía era para proteger a Grego- Te juro que no estoy mintiendo -le dolía la boca al hablar. Las dos cachetadas que había recibido esa mañana, tanto de Grego como de Nathiel, le habían lastimado las encías y la mandíbula.
Nathiel partió, manejó a toda prisa hacia la hacienda de los Coleman. Cuando llegó, frenó bruscamente y bajó del coche. Al ver quién era, la madre de Grego salió.
-¿Dónde está tu hijo? -bufó.
-¿Por qué estás así? Pareces molesto.
-Estoy muy enfadado… Grego salió- ¡Tú, vas a responderle a mi hermana!
-¿Por qué debería responderle si ella se acostó con otro? -cuando Nathiel se abalanzó sobre él, Grego refutó- No durmió conmigo. Se equivocó de habitación y no llegó a la que yo estaba. Tu hermana se metió en la cama de otro, por esa razón la terminé.
-¡No es cierto!
Lo es. Pregúntale a ella y verás que te dirá todo, porque Bet no suele mentir. Planeamos pasar la noche en el hotel aprovechando que no estabas en el pueblo. La dejé en el bar hasta que tomara la decisión, le dije que la esperaría en la habitación 69 y ella nunca llegó. Creí que se había arrepentido como otras veces.
-Ya escuchaste a mi hijo-, intervino la madre de Grego -Tu hermana durmió con otro hombre. La próxima vez que quieras venir a hacer escándalos fuera de mi hacienda, asegúrate de que la zorrita de tu hermana te diga la verdad-, bufó la madre de Grego. Él y su madre ingresaron a la mansión, mientras Nathiel subió al coche y pisó el acelerador. Bajó del coche hecho una fiera.
- ¿Dónde está esa cualquiera de mi hermana?
-En su habitación, señor-, Nathiel se dirigió a la habitación de Bet. Al verlo entrar, ella suplicó.
-Por favor, ya no me golpees Nathiel, por favor-, se arrodilló frente a él.
Las manos de Nathiel se hicieron puños.
-Me has decepcionado-, al verle los chupones nuevamente la ira lo cegó - ¿Dime? ¿Con quién pasaste la noche?
-Lo siento Nathiel, lo siento. No sé con quién, no tengo idea de quién era-, otra cachetada calló en el rostro de Bet.
-Lo vas a sentir aún más cuando todas las comadronas de este pueblo empiecen a hablar-, se acercó a ella -Estás manchada, ningún hombre de buena familia te querrá. Te quedarás solterona y siendo usada por cualquier infeliz-, dicho eso, se marchó.
Bet se tiró en la cama a llorar. Agarró su almohada y lloró como un niño perdido en la plaza. Había caído en la trampa de su cuñada. Aquella mujer que se mostraba buena con ella, pero la detestaba, la quería lejos de su hermano.
En poco tiempo, el pueblo entero supo lo sucedido a Betsy. En la plaza, tiendas, mercados y centros comerciales no se hablaba de otra cosa que de la desvergonzada de Betsy Russell. Aquello indignó aún más a Nathiel, quien iba de un lado a otro buscando información sobre quién estuvo con su hermana para hacerlo pagar.
Intentó averiguar quién se había hospedado en esa habitación, pero no pudieron darle información. El hotel solía guardar confidencia sobre quienes se hospedaban en ese piso ya que era exclusivamente para personas importantes que venían de fuera.
Nathiel pateó la llanta del auto y luego se introdujo en él y se dirigió al bar. Al momento de entrar, todos se callaron. Nathiel ya sabía de quién hablaban, y era de su hermana.
Se sentó en uno de los taburetes y pidió un trago. El dueño del bar era un conocido al que podría considerar amigo, pero Nathiel no lo consideraba así desde hace un par de años, cuando este se puso en su contra por un problema que tuvo con otro amigo suyo. Dejó de considerarlo como amigo.
-¿Cómo está Bet?-, preguntó preocupado. Conocía la brutalidad de Nathiel y le angustiaba que le hubiera hecho algo a Bet. Aunque ella era su vida, Nathiel no perdonaba las fallas y las consideraba una ofensa.
-¿Cómo se te ocurre preguntarme por esa desvergonzada?
-No la trates así, es tu hermana, tu única familia, Nathiel. Es muy joven y necesita de ti…
-Cállate-, rugió. Detestaba que le dijeran qué hacer.
Se alejó de la barra y se sentó en una mesa sola, pensando en cómo tapar esa vergüenza. Varios de los terratenientes se acercaron, se sentaron y le propusieron algo que Nathiel rechazó porque su hermana no estaba en venta.
-Es una cualquiera, no puede salir tan cara-, Nathiel se levantó y repartió golpes a cada uno que se atrevió a hablar de su hermana. Lo sacaron del bar y lo lanzaron a la calle.
Greibiel, que pasaba por la esquina más alejada del bar, vio cómo lanzaban a ese hombre a la calle. Al ver quién era, sus preciosos ojos se oscurecieron, mostrando una mirada fría y detestable.
- ¿Por dónde, señor?
-Dobla en la otra cuadra-, no despegó la mirada de Nathiel hasta que sus ojos se perdieron de él.
Greibiel pasó por la antigua casa donde vivía con su abuela, la cual estaba cubierta de hierba y apenas se veía una parte del techo. Saliendo de allí, se dirigió a la hacienda. Cuando llegó, la sobrina de su abuelo estaba almorzando con toda su familia.
Greibiel bajó del auto, arregló su traje y se adentró en la hacienda. Al momento en que la empleada lo vio, cuestionó:
- ¿Quién es? ¿A quién busca?
-Escuché un auto llegar, ¿quién es Lore? -inquirió Roberta Coleman mientras se acercaba. Cuando Greibiel se giró hacia ella, Roberta frunció el ceño -¿Quién eres tú y por qué entras a mi casa sin permiso?
-No necesito permiso para entrar a mi casa -refutó Greibiel. Esto hizo que Roberta se enfureciera.
-¿Cómo que tu casa, infeliz? ¿Quién demonios eres?
-Soy Greibiel Coleman, nieto de Jordán Coleman.
Roberta soltó una carcajada. Estaba segura de que ese hombre era un embaucador que, al igual que ella y su padre, quería quedarse con las tierras de su tío Jordán. Pero ella jamás dejaría que le quitaran lo que tanto le había costado conseguir.
-¿Y qué dijiste? ¿A esa tonta ya la engañé? -con la mano en los bolsillos, Greibiel la contempló. Esa mujer siempre había sido arrogante, no había un día en que no ofendiera a su abuela. -Yo a ti te conozco -como iba a olvidar el adolescente que se le enfrentó la última vez que abofeteó a la anciana- sonrió -Claro, eres el bastardo producto de una violación.
En otros años, esas palabras podrían haberlo ofendido, pero en ese momento, Greibiel no se afligiría por las ofensas de esa mujer.
-Soy el mismo bastardo que fue concebido a través de una violación en la que estuvo involucrado Manolo Coleman, y nací como resultado de esa violación -lanzó papeles que confirmaban su parentesco con Jordán Coleman -he venido a recuperar las tierras de mi abuelo de las cuales te has apoderado sin su permiso. Tú y tu padre tendrán que devolverlo todo, de lo contrario irán a prisión.
-¿Crees que con esto me vas a engañar, embaucador de mierda? -le lanzó los papeles a Greibiel en la cara -Estas tierras son mías, mi tío me las dio, y ningún bastardo como tú va a quedarse con ellas. ¿Entendiste?
-¿Por qué gritas? -salió el esposo de Roberta y sus hijos.
Al ver a ese hombre, elegante y bien refinado, los ojos de Doris brillaron.
-Este infeliz muerto de hambre viene a decir que es nieto de mi tío.
-Ahí están las pruebas -miró su reloj y vio la hora -Tienes dos semanas para abandonar esta hacienda, de lo contrario, vendré con los abogados y la policía para sacarte de aquí, igual que a tu padre.
Dicho esto, Greibiel se dio la vuelta para irse, pero Grego lo detuvo colocando la mano en su hombro. Greibiel observó fijamente a ese joven, luego bajó la mirada a la mano que seguía en su hombro.
-No vas a sacarnos de aquí, esta es nuestra casa, nuestras tierras y nadie nos sacará.
Greibiel levantó el brazo, agarró la muñeca de Grego y apartó su brazo de su hombro -No vuelvas a tocarme -sacudió su hombro y se marchó sin decir más.
-¡No podrás con nosotros, muerto de hambre! -gritó Roberta.
Greibiel subió al auto. El chofer arrancó y se dirigieron al pueblo -¿Ya no pasarás por el Bar de su amigo, señor?
-No. Salgamos pronto de aquí.
Había viajado en auto desde la ciudad, que estaba a tres horas de distancia, y debía regresar temprano para no llegar muy tarde. De repente, una de las llantas se ponchó y tuvo que enviar el auto al taller. Hasta que fueran cambiadas, subió a su habitación. Cuando estaba a punto de entrar, vio el número 66 aún colgando. Sonrió al recordar que lo había dañado para que la mujer que su amigo le enviara no entrara en esa habitación y se confundiera de cuarto, porque lo que menos quería era estar con una mujer. Pero alejando insistió en que se desestrara. Y como ya estaba ahí, no iba a rechazarla.
Se duchó y se tiró en la cama. Estaba tan cansado que se quedó dormido. Cuando despertó, ya era de noche -¿Por qué no me llamaste? -replicó a su chofer.
-Me dijeron que estabas descansando, señor -subió al auto y sugirió.
-Vámonos pronto.
El auto salió del estacionamiento, tomó la carretera principal y se fueron, pero cuando atravesaban las tierras de los Russell, varios recuerdos llegaron a la mente de Greibiel.
Una inmensa tormenta empezó a caer, los vidrios se empañaron tanto que Hernán casi no podía ver. Cuando vio una figura delante de él, frenó rápidamente, provocando que su jefe se fuera hacia adelante.
-¿Qué pasó?
-Señor, creo que arrollamos a alguien.
El corazón de Greibiel saltó cuando unas manos golpearon su ventana.
-Ayuda por favor -suplicó Bet.