Escapando.

1228 Words
Horas atrás… Después de pensarlo y analizarlo bien, Nathiel había encontrado una solución para el problema de su hermana y se lo hizo conocer durante la cena. -Te casarás con el hijo de Marcillo- dijo. Ante esto, Bet negó. -No estás en posición de negarte. Él es el único que siempre te ha querido y te acepta, con todos tus defectos. -No. Ese hombre no me gusta, no lo quiero… -¿Ahora vas a elegir?, sonrió con desagrado. -No estás en posición de elegir, Bet. Tú ya no eres una señorita a la cual se le permite elegir con quién puede pasar el resto de su vida. Tú ya eres como una más de… -se tragó las demás palabras. -No Nathiel, por favor te lo suplico, no me cases- suplicó, pero sus súplicas solo enfurecieron a su hermano, quien terminó enviándola a la habitación sin cena ni nada, advirtiéndole que la boda sería lo más pronto posible. Gisel disfrutó en silencio de la suerte de Betsy. Si se le hubiera permitido reír en ese momento, lo hubiera hecho. Pero sabía que si se reía de Bet, por muy enojado que Nathiel estuviera con ella, la terminaría regañando. Por eso solo sonrió en silencio y apretó la mano de su hermana por debajo de la mesa. Al llegar a su habitación, Bet dio vueltas en ella. Lloraba, reía de su desdicha y mala suerte. Ahogando el llanto en su garganta, se recostó en la puerta y dejó que su delgado cuerpo se deslizara hasta quedar sentada en el suelo. Apretó la cabeza como si al exprimirla llegaran las soluciones, aunque en realidad no había ninguna. Si su hermano había decidido casarla con ese hombre, así sería. Pensar en ello hizo temblar sus músculos y desesperar su corazón. Bet rodó sus dedos por el rostro, apretando la carne de este. Se sentía abrumada e impaciente. Imaginar la vida junto a ese hombre desagradable le producía asco. ¿Cómo podía salvarse de ser la esposa de un borracho como él? En ese pueblo nadie la ayudaría. Ahí las personas solo se metían en la vida de los demás para buscar problemas, no para ayudar a una frágil e inocente niña como ella. Con los ojos llenos de lágrimas, se paró en la ventana de su habitación y contempló la oscuridad como si fuera la última noche de su vida. El agua caía a cántaros, parecía romper el techo de su casa. Bet cerró los ojos, inhaló profundo y deseo tirarse desde el balcón, deseando morir al caer. Estaba tan malditamente desafortunada que el balcón de su habitación no tenía más de un metro y medio de altura. ¿Podría alguien morir al caer de ahí cuando abajo solo había césped? Nadie moriría al caer de ahí, ella no moriría al lanzarse desde su balcón. “Dios, dame una señal” solicitó mientras tenía los ojos cerrados. Al momento de abrirlos, vio a lo lejos la luz de un auto. Su casa estaba en lo alto de una lomita, desde ahí se podía ver un extenso plano de la carretera que los llevaba hacia la ciudad. Ese auto iba a la ciudad. ¿Y si escapaba? ¿Si huía lejos de su pueblo? ¿La extrañarían? ¿Nathiel la buscaría como un loco? Nadie la extrañaría. Nathiel estaba enojado con ella, él quería casarla con un hombre que le doblaba en edad, pero el problema no era su edad, sino el vicio por el alcohol y lo desagradable y maloliente que era. Bet no lo pensó mucho. Sin mirar atrás, se lanzó por el balcón y corrió hacia la carretera principal. Sus largas piernas se movían como las de una atleta llegando a la meta. No podía dejar pasar ese auto, no podía dejar que se fueran. Si estaban saliendo del pueblo a esa hora y con una tormenta, era porque no eran del lugar. Bet llegó a tiempo, justo para detener aquel vehículo. Aunque por poco fue arrollada, logró detenerlos y suplicar por ayuda. -Por favor, por favor, ayúdame-, tocó la ventana desesperadamente. Temía que se marcharan. Hernán tenía terror de abrir, ya que había escuchado historias sobre una mujer que lloraba en los campos en plena tormenta buscando a sus hijos. Pero cuando su jefe le ordenó que abriera, procedió a hacerlo. Al ver aquella carita hermosa, Hernán supo que no era la mujer de la que tanto mencionan en las historias. “Por favor, ¿puede llevarme a la ciudad?”, suplicó Bet. -¿Qué va a hacer una niña como tú en la ciudad y a esta hora? -, cuestionó Hernán. -Solo lléveme-, le suplicó. Cuando los ojos de Bet miraron más allá de Hernán, supo que él solo era el chofer y que el hombre que mandaba estaba en los asientos traseros. Se encontró con un par de ojos azules observándola de tal forma que la hizo estremecer. Cuando la chica tembló, Greibiel abrió la puerta, salió del coche y extendió el paraguas sobre ella, evitando que el agua que caía del cielo la mojara más. Bajo la tenue luz del coche, los pares de ojos se miraron intensamente, sintiendo cómo se fusionaban en uno solo. El fuerte grito que provenía de lo alto de la mansión los sacó del trance en el que se habían quedado. -¡Bet! ¿Dónde diablos te metiste? Los ojos de Bet se desconectaron de Greibiel, se posaron en lo alto y se llenaron de terror. Regresó la mirada angustiada a Greibiel y volvió a suplicar -Señor, por favor, sáqueme de aquí, se lo ruego-, iba a arrodillarse, pero Greibiel la sostuvo de la muñeca y negó. Bet sintió que se moría cuando lo vio negar, pero su negación se debía a –No te arrodilles jamás delante de nadie. Para mí es humillante que una mujer se arrodille delante de mí-, dirigió su mirada hacia lo alto y dijo –Sube al coche, te llevaré donde deseas. Sin pensarlo más, Bet subió al coche. Antes de entrar, Greibiel miró con una sonrisa la mansión de los Russell, luego apartó la mirada, se introdujo en el auto y le pidió a Hernán –Vamos. Este arrancó de inmediato. Al ver que el coche se alejaba, Bet se abrazó a sí misma y dejó caer las lágrimas. “Nathiel, espero que después de desaparecer de tu vida, puedas ser muy feliz, hermano. Ya no tendrás a la molestia de tu hermana impidiéndote disfrutar de tu relación". Los ojos llorosos de Bet volvieron a mirar hacia un costado en el momento en que el cálido abrigo de Greibiel cayó sobre su cuerpo –Enciende la calefacción-, ordenó a su empleado. Bet miró fijamente a ese hombre. Algo de él le resultaba familiar, pero no lograba recordar dónde lo había visto. Le restó importancia a eso, se abrazó al abrigo e inhaló su exquisito aroma. Esta fragancia también parecía haberla olido en alguna parte, pero no tenía la cabeza para pensar en dónde la había percibido. Después de que la calefacción fuera encendida, sus ojos se fueron cerrando poco a poco. Pronto, el sueño profundo se apoderó de ella. Su cabeza cayó sobre el hombro de Greibiel. Hernán miró por el retrovisor esta escena. Por primera vez, veía a su jefe siendo tierno con alguien que no fuera su esposa.
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