CAPÍTULO UNO

2935 Words
Una mañana soleada fue lo primero que contempló al abrir sus ojos, con su adormecida mano sobó sus párpados debido al ardor que ocasionaron los rayos del sol que se infiltraban por la ventana, a pesar de que las cortinas cubrían una gran parte de esta no estaba siendo tan útil como lo esperaba. Pesadamente giró su cuerpo dando la espalda a la molesta luz y se concentró en seguir su largo sueño, pero aquello no duró tanto como deseaba. La alarma que indicaba las siete horas resonó por toda la habitación, eso la enfureció de tal manera que sin mas arrojó al suelo el inocente reloj logrando desactivar todo sonido que la aturdía por un pequeño instante. Fijó su vista en la mesita de noche blanca donde reposaba el aparato lanzado: «debo empezar a controlar mi furia matutina», pensó y, al mismo tiempo volvía a su posición de antes para observar el techo. Había pasado tan solo meses desde su mudanza a ese país y todo estaba saliendo de maravilla, pero el pensar en su familia y en la escasa comunicación con su mejor amiga la ponían de mal humor. Para Samara el extrañar se estaba convirtiendo en molestia, el interés por saber cómo estaba su mejor amiga le comenzaba a importar menos, en fin, ella tampoco hacía el intento de contactar. Le provocaba fastidio hasta tener las agallas de predecirlo. Sabía que su familia estaba bien, su madre y padre le enviaban correos escritos semanalmente y ella separaba tiempo para llamarlos en las noches, mayormente era interdiario, ya que los estudios la tenían sumamente cansada que al momento de poner un pie en la casa solamente quería dormir y olvidarse de todo. Se levantó de la cama restándole importancia al desorden que había dejado y se dirigió al baño que se hallaba saliendo de su cuarto. Su departamento era pequeño pero tenía todo lo esencial, en la sala tres muebles de cuero n***o posaban sobre una esquina y en la otra una pantalla plana colgaba desde la pared; en medio de ellas un ventanal completo con un pequeño balcón iluminando el espacio; al lado de la sala directamente se apreciaba una moderna cocina con una combinación de tonos rojos y grises. Finalmente, al frente de todo lo mencionado se ubicaba un mediano pasillo con dos puertas una al frente de la otra, en la parte derecha estaba la única habitación donde dormía y al lado izquierdo el baño. Cuando salió de su larga ducha trató de caminar con cuidado para no resbalar con las gotas de agua que caía de su largo cabello castaño, ya tuvo dos experiencias muy malas y no pensaba vivir otra y tener que coger la pomada para golpes de nuevo, además que eso podría retrasarla en llegar a la escuela. Luego de secar su cuerpo y vestirse con un simple polo largo gris, un pantalón n***o y tenis blancas salió con su maleta en mano dirigiéndose a la puerta apresuradamente. Para su mala suerte llevó mas de media hora en la bañera y no podía tomarse la libertad de desayunar. El tiempo transcurrió volando tal cual huracán. Sus días como siempre eran una simple rutina, iba camino a la escuela, luego salía de una clase a otra con sus compañeros, después de terminar el horario universitario iba por un café que quedaba cerca para aliviar, según ella, el estrés. Y al finalizar iba a pie hasta llegar a casa para cenar y, si se podía, dormir temprano. Lo único que diferenciaba ese agotador hábito eran las llamadas de su amiga Liz o de sus padres que duraban desde dos horas a más. Después de salir de su penúltima clase de recursos humanos, Liz y una compañera más le preguntaron si podía ir de compras un rato; aquella salida se debía a que dentro de poco un amigo suyo iba a organizar una fiesta en su casa por fin de ciclo y estaban invitadas, debían comprar ropa nueva para esa ocasión, pero por supuesto Samara no planeaba ir. Los estudios la traían muerta. —Sam, te conocemos de aburrida, ya nos has cancelado docenas de salidas y el cansancio siempre ha sido tu excusa, pero ¿esta vez podrías apiadarte de nosotras y acompañarnos a la fiesta? —rogó su amiga haciendo puchero, a la vez juntando sus manos a modo de rezo. La castaña pareció meditar la invitación, en ese instante más le preocupaba el hecho de llegar tarde a la última clase de psicología que un tonto entretenimiento. Sostuvo y apretó los cuadernos firmemente sobre su pecho, como si pensar una decisión le costase tanto esfuerzo.  —No —¡Es que eres increíble! Será en pocos días, al menos promete que vas a pensarlo —respondió de mala gana su amiga, quien solo los días miércoles no llevaba clase con ella. «Es que ya lo pensé, caray». Reprochó, mentalmente. Asintió ante la propuesta de Liz y se marchó a su próxima clase. Por una parte, podrían tener razón, tal vez necesitaba un descanso y salir de su rutina que la tenía sumamente agotada, las clases físicas eran una cosa, pero los cursos virtuales que llevaba en las noches ya eran otro problema y para colmo la gran mayoría tenían que ser entregados antes de la media noche del día siguiente. Sentía que iba a enloquecer de tan solo pensarlo. Aunque, no podía negar que ansiaba divertirse, que esa sensación de locura al bailar recorriera su cuerpo, de volver a encontrarse con la alegría, de reír, después de mucho trayecto de ausencia de sus amistades en Alemania, y saciar todo el cansancio que llevó en esas décadas de madrugar estudiando y las pocas horas que dormía. Su cuerpo debía adaptarse a un cambio y pensó que, quizá, podría ser hora. «Puede que lleguen a convencerme». Reflexionó, mientras iba entrando al salón donde el profesor y los pocos alumnos que se hallaban sentados en los pupitres esperaban el dictar de la clase. Cuando la clase finalizó, Sam se vio forzada a ir a la cafetería de siempre, su lugar de descanso y aumento de energía. Esta vez no esperó a su amiga, muy aparte por cuestión de tiempo, fue por temor a escuchar sus ruegos para ir a aquel centro resplandeciente de diferentes colores; aún no tenía una respuesta y lo que menos quería en ese entonces eran soportar sus parloteos de adolescente. El café tenía la misma textura cargada y dulce que se deshacía en sus papilas gustativas y se deslizaba por su ligero paladar, era exquisito. Los tonos cálidos del lugar daban un toque relajante, la ventana que la acompañaba al lado de donde se hallaba sentada le agradaba de tal manera de concentrarse más de lo que había allí afuera, de esa vista urbana y libre, y no de los productos que manejaba día a día en su mente. El mozo, quien de vez en cuando la atendía, se acercó a entregarle el pago que correspondía la taza de café; ella con gusto lo recibió y seguido le pagó diciéndole que se quedara con el cambio. Como era de saberse el hombre rechazó el extra porque era demasiada propina, sin embargo, Samara era una de las tantas mujeres que si te entregaba algo debías aceptarlo sin reclamos. Después de la rendición del camarero, ella le agradeció el servicio y se encaminó a la salida. Fue un día normal, o común. Mientras andaba de paso por la acera del parque que se localizaba a pocas cuadras de su casa se detuvo en seco y seguido pasó a girar lentamente, disfrutando del viento que jugaba con su cabello, y visualizó ese campo verde junto a varias personas. Unas jugaban, otras conversar en las bancas y una que otras parejas haciendo lo suyo. Esta parte de su vida sí la extrañaba. Anteriormente, sus momentos preferidos y el sitio donde anhelaba estar a cada minuto de su día eran las áreas verdes. Le gustaba tener esa conexión con la naturaleza, atravesar esa aura pura de paz donde ni en su casa la podía encontrar, escuchar el canto de los pájaros y verlos volar por los cielos disfrutando de un hermoso y fresco atardecer de libertad. Era lo que percibía, vivía y veía en aquel entonces, le apasionaba. Ahora todo había cambiado, ya nada era como antes y ella lo sabía, desde que pisó Estados Unidos lo supo, todo iba a cambiar y dependía de ella todo ese giro que iba a experimentar durante su vida, sobre todo si quería tener beneficiosos resultados a futuro... ¿Qué debía hacer? Su cabeza daba vueltas en una sola pregunta, el recordar el pasado y confundir el presente la aturdía en ese instante; aún seguía estática contemplando el inmenso parque, pero no pasó mucho tiempo para poder cambiar de opinión, visualizar las risas de los niños, la unión de los padres acompañándolos y el extenso cielo con rayos de color naranja y con tonos amarillos que la hizo sonreír inconscientemente, fue suficiente. Avanzó por encima de un camino lleno de piedras que la conducían directamente a la zona de juegos y al lado un pequeño centro de comida. Se detuvo en medio y buscó un sitio en donde poder sentarse. Entonces, halló uno donde un joven hombre leía un libro tranquilamente, por un momento prefirió buscar otro para no ser impertinente en su concentración, pero al alzar la vista y ver bien el campo todas las sillas estaban ocupadas por tres personas o más y la que ya había capturado solamente se hallaba una. Como no tuvo otra alternativa caminó allí. —Disculpe, ¿se puede? —preguntó, cortésmente. Aquel hombre, sin levantar el rostro y sin despegar el ojo del libro, asintió. Esperaba algo mejor como un "si, adelante" o una respuesta más educada. No le dio interés y se sentó dejando un considerable espacio entre ellos dos. La incomodidad para Samara no tardó en expandirse en su interior, ya que por alguna vaga razón el comportamiento de aquel extraño la hizo sentirse, de una mala manera, diferente, como si ese desconocido tuviera algo muy difícil de descifrar, un acertijo, y esta estuviera sumergiéndose en esa búsqueda sin, claro estaba, permiso alguno. Jamás había tenido ese tipo de sensaciones, ni si quiera cuando conoció a sus compañeros de la universidad, entre ellos Dylan, Jackson, Peter y Cain; todo era normalidad, en cambio, esta situación la excluía de su realidad, así lo sentía. Luego de examinar al sujeto que leía a su costado decidió repasar un poco de lo que avanzaron hoy en la última clase, era tonto y lo sabía, si estaba en un lugar para sacar toda tensión no debía estar estudiando, a veces ni ella misma se entendía. Pasaron varios minutos, posteriormente de una hora y el sol ocultándose le daba aviso que tenía que marcharse. Conocía las calles que se aproximaban a su casa a la perfección, sin embargo, el peligro podría rondar a cualquier hora, eso recordaba siempre. Delicadamente, cerró el libro para no dañar sus delgadas hojas y lo introdujo en la maleta cerrándola con un pequeño broche, se levantó y volteó a ver como las aves, que recordó de pequeña, volaban hacia el sur dejándola sin compañía, prometiendo que volverían al siguiente día; una sensación de nostalgia se presenció en su pecho y mente. Sin más que esperar, volvió a girar sin mirar al hombre que hasta ahora no despegaba la vista de su libro y caminó con la finalidad de llegar a su departamento y realizar las tareas por Internet para poder descansar, estaba a tan solo días del fin de semana y eso era un escaso ánimo para ella. Por fin dormiría hasta tarde. ××× La primera carta que hizo fue hace años, echa con sus indefensas y pequeñas manos que traducían sus pensamientos a través de letras, en ese papel describía su interés en una persona, se volvía loco de tan solo pensarla, recordar su delgada figura le hacía fantasear con locura todas las noches, esos diminutos labios que saboreaban su redondo chupete lo hacía sentir tan deseoso de ser esa bola llena de caramelo para hundirse y saciarse en su deliciosa lengua; para ser un niño, en ese entonces, tenía una imaginación muy desarrollada y todo se lo debía a su padre. Él escribía novelas eróticas y en aquellos tiempos las consolas y la tecnología eran insuficientes. Por ello, el único entretenimiento era leer todos sus libros que, para su mala suerte, su padre escondía bajo su cama con el propósito de que aquel niño no los leyera. El renacuajo dejó de escribir cuando se enteró que esa persona especial, a quien dedicaba todos sus escritos subidos de tono, había muerto en un accidente automovilístico. Esta nunca supo quién fue ese hombre anónimo que dejaba sus más deliciosas fantasías sobre esos papeles debajo de su pupitre, esos papeles que se quedaron sin los ojos de su dueña. Conforme pasó el tiempo, la independencia le abrió las puertas al indefenso niño a muy temprana edad, pero todavía no estaba seguro de su partida, hasta que se enteró que su padre iba a viajar con su amante a Rusia y el pobre no lo pensó dos veces, empacó sus cosas y se esfumó lejos de ellos. No pensaba juntarse con un hombre que dejó a su madre en un cementerio y tres días después decidió irse con otra. Pasaron tres años desde que volvió a mudarse, conoció mucho sobre ese sitio y ahora que formaba parte de ellos la sensación era mucho mejor. Se acostumbró en pocas semanas y buscó un estudio para formalizarse y ganarse la vida. Todo sin ayuda de alguien. Tiempo después formó su empresa y ahora era una de las más reconocidas y millonarias de todo el país, añadiendo que tuvo otra en Italia y Francia; también se hizo dueño de un hotel de lujo, se compró una casa en Los Ángeles, luego compró otra en Miami y finalmente, una enorme residencia en New Jersey le dió una cálida y lujosa bienvenida. Lugar donde vive actualmente. Todo iba a su perfección. Un día, no soportó tanta tensión en su trabajo que decidió salir al exterior para descansar su mente y cuerpo, tan solo ver a todo el personal yendo de un lugar a otro lo alteraban visualmente; su secretario informándole sobre las de citas que tenía con otros embajadores o líderes de otras organizaciones para aliar sus empresas con las de él lo estaban enloqueciendo. Necesitaba un descanso y ya. A horas de la tarde, aprovechó la salida temprana y fue en dirección a un parque, el cual, no se hallaba tan lejos de su empresa. Al llegar, con un libro en mano, fue en dirección a una banca que se hallaba vacía, se sintió aliviado de no buscar una entre tanta gente molesta. Pasó media hora leyendo aquel libro que su padre dejó tiempo antes de irse, ese que solo fue escrito y diseñado para ojos de su único hijo, sin embargo, tanta concentración fue arrojada a la basura cuando sus ojos se desviaron hacia una seria y bella mujer. Dios, por un momento se perdió en sus grandes ojos azules. Su respiración fue agitándose como si estuviera ahogándose entre ellos, ver ese polo largo que le daba forma a su trasero lo volvía loco, en cuerpo total era perfecta y contemplar esa pequeña galaxia de pecas que decoraban sus mejillas despertaron un extremo interés de querer levantarse, acercarse y apreciar mejor ese hermoso rostro. Casi siempre vio a mujeres hermosas y no perdió la oportunidad de llevárselas a su cama, sin embargo, esta chica era otro caso. Uno que iba a cambiarle el ritmo de su vida, que sin saber estaba despertándolo de la celda, aquel hambriento por realizar esas fantasías tanto enloquecedoras como amorosas a una chica que le hiciera perder el control con solo su presencia. Y por fin la halló. Miles de sensaciones que estaban fuera de su alcance de control y raciocinio surgieron en su pecho. Desde allí supo que le pertenecía en cuerpo, mente y alma. Cuando escuchó su dulce e interrogante voz, ese descontrol y hambre que dormía dentro suyo despertó como un león enfurecido en querer salir de su jaula, ansiaba escucharla de nuevo, pero esta vez nombrándolo repetidas veces, queriendo más y más de él, satisfacerse con su boca y dentro suyo. Lo único que hizo ante su pregunta fue asentir y agradecido estuvo de la poca respuesta que le ofreció a esa mujer, su mujer. Ahora se hallaba a su lado, leyendo atentamente su libro universitario. Moría por tocarla, por traerla hacia él, inmovilizarla y hacer lo que le plazca, tenerla para siempre, eso era lo que deseaba con total pasión, o tal vez obsesión... Posteriormente, cuando despegó la vista del libro y decidió liberar las ganas de poseerla que tenía contenida aquella chica ya estaba yéndose del parque. «No, no, no», negó mentalmente y se elevó de la banca para seguir sus pasos. Esta vez no iba a perderla, estaba cien por ciento seguro de lo que iba a hacer. Esa muchacha había despertado su lado oscuro, el lado que mantuvo encerrado por años y que ahora tomará control de ella. Y de él Volvería a retomar las cartas, si, iba a escribir, llevaría un lápiz especial solo para ella, para la chica que desencadenó y sació con tan solo su presencia la demencia de ese misterioso hombre. —Por fin, después de tanto... hallé lo que me pertenece.
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