Amaia llegó apresuradamente a la escuela. Entró en la oficina, donde encontró a Alesso sentado en una silla, con la cabeza gacha y los hombros caídos. —Señora Roble, gracias por venir tan rápido —dijo la directora. Amaia se arrodilló frente a su hijo, tomando sus pequeñas manos entre las suyas. —Cariño, ¿qué pasó? —preguntó suavemente. Alesso levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. —No quiero que te cases nunca más, mamá —susurró. El corazón de Amaia se encogió al ver el dolor en los ojos de su hijo. —Está bien, mi amor —dijo, abrazándolo con fuerza—. Nos vamos a casa ahora. Después de una breve conversación con la directora, Amaia salió de la escuela con Alesso de la mano. Mientras caminaban hacia el auto, ella notó cómo su hijo parecía más pequeño de lo ha