Cinco minutos después de haber emprendido marcha a Arcana, la torrencial lluvia paró de golpe, dejando solos a los relámpagos y sus ecos luminosos. Un viento gélido había remplazado al agua y cuando soplaba, Hank y Mina sentían sus mejillas sangrar. Estaban al borde de una hipotermia, tenían que llegar rápido a casa para darse un baño de agua caliente, abrigarse y tomar alguna pastilla para el resfriado. Ya divisaban las luces del pueblo, pero era un camino eterno hasta allá con huesos de cristal. No tenían idea de la hora, pero supusieron que ya había comenzado el toque. Por fin Arcana los recibió con su halo místico y sombrío de soledad nocturna. Los insectos húmedos bordeaban la triste calidez de los faroles, zumbando sobre las sombras de Hank y Mina. Anduvieron cautelosos, escondiéndos