Sandra.
Los latidos de mi corazón eran una locura.
Me sentía más que asfixiada en el jodido interior del cubículo de metal que aún continuaba en una media penumbra tormentosa. El nudo en mi garganta y el temblor de mis piernas por el simple roce de sus manos con mis mejillas, el calor de su cuerpo, su voz ronca pero sensual, la manera en la que sus ojos brillaban con intensidad y profundidad en la poca alumbrada estancia me tenia al borde de un colapso nervioso.
—Dorian, dijiste que…
—Se muy bien lo que dije latina —aclara manteniendo mi cuerpo empotrado contra la esquina del ascensor con sus manos a cada lado de mi rostro—, pero eso no quita que el mero hecho de verte no me toque los cojones.
Trague nerviosa, queriendo alzar mi mano o al menos tener la oportunidad de huir como la
