Hay momentos que suelen ser inolvidables para cada uno de nosotros, ello no implica que sean recuerdos maravillosos. No en mi caso. Llego a casa, aún es temprano. Preparo algo para comer, una pasta rápida, una salsa napolitana y queso peccorino, por ventaja todo viene ya casi listo. Caliento el agua, destapo la salsa y saco del refrigerador el queso. Mientras coloco la pasta, vuelve a mi mente, lo ocurrido con Fausto. Es innegable que algo pasa y me gustaría saber. Diez minutos después, me siento a comer, tengo algo de apetito, fue un día bastante agitado para mí, emocionalmente hablando. Sólo el café de la mañana y el de la tarde que me ofreció Fausto. Termino de almorzar o cenar, no sé ya pronto serán las seis de la tarde. Tomo mi móvil y saco del bolso el libro. Releeré un rato.
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