ASHER.
El policía me empujó para entrar y cerró la celda inmediatamente. Dios, me dolían las muñecas, habían apretado demasiado fuerte las esposas en aquella ocasión.
Un hombre un poco más joven que yo estaba sentado en la banca de piedra de la prisión, tenía el cabello largo y oscuro, me miraba con curiosidad y movió su cabeza como saludo, probablemente tenía la edad de mi hermano, así que eso me hizo reír un poco porque no podía imaginar a Logancito en una situación como aquella.
—Qué hay —dije.
—No mucho —respondió. Me senté en el otro extremo de la habitación, frente a él, y no dejamos de mirarnos. Yo sólo lo miré porque él lo hacía, pero no había mucho que pensar al verlo metido en prisión, estaba golpeado y tenía sangre en la ropa negra, aún con eso mantenía una expresión jovial en la cara—. ¿Esos son tenis Alexander McQueen? —miré mis tenis, un poco extrañado con su pregunta, pero asentí—. ¿Puedo…?
— ¿Puedes… qué? —pregunté, más extrañado aún.
Aunque estábamos en una prisión, él no parecía alguien de quien debiera tener miedo, sí, quizá un chico conflictivo, pero no peligroso.
—Verlos —respondió.
Me encogí de hombros y me quité uno de mis tenis para arrojarlo al otro lado de la celda; lo atrapó en el aire y lo observó con detenimiento y admiración, lo cual me confundió más.
—Siempre he querido unos tenis así —me contó—, se ven muy cómodos. Trabajé unas semanas en una zapatería, pero no era tan buena para tener esta clase de zapatos —me los arrojó de vuelta y se quedó con una expresión relajada en el rostro—. Soy Cody.
—Asher.
— ¿Por qué estás aquí? —la forma en la que hablaba Cody era muy particular, como si sus palabras fueran agua, demasiado transparentes, era algo extraño a mí parecer, pero también resultaba refrescante.
—Ah… alguien me retó a subirme a una patrulla y… digamos que a tomarla prestada —recordé a Liam con su expresión asombrada cuando de verdad lo hice, porque creyó que no me atrevería con los policías tan cerca y mis visitas previas a la cárcel—. Una patrulla se me cerró en el camino y choqué con un árbol.
Cody no se impresionó por mi historia, tampoco se asustó o me miró molesto, mantuvo su misma expresión.
— ¿Y tú cómo llegaste? —pregunté.
—Estaba bebiendo en la calle con unos amigos y luego todos se empezaron a pelear, llegó la policía y fui al único idiota que atraparon.
—Mala suerte.
—Llevo aquí todo el día, se supone que vendrá mi hermana por mí, pero conociéndola me hace esperar a propósito.
— ¿Cuántos años tienes? —pregunté con curiosidad.
—Diecisiete —respondió; sólo era un año más joven que Logan, pero mi hermano jamás había estado tan perdido en la vida—. No debería tener problemas para salir.
Se me quedó viendo, esperando.
—Tengo veintiuno —le conté; al ser ya mayor de edad la salida podría ser más problemática, pero estaba seguro de que Liam ya habría llamado a mi familia y saldría pronto de aquel lugar—. Pero no estoy muy preocupado.
—Yo sí —admitió—. Me preocupa lo que dirá mi hermana. Créeme, los policías hacen menos daño que ella.
Me contó que su hermana una vez hizo llorar a un niño que lo molestaba tan sólo diciéndole unas cuantas palabras, además, ya lo había amenazado varias veces sobre encontrar un trabajo y no meterse en problemas. La verdad, la chica sonaba demasiado trabajo para cualquiera. En esos minutos que hablé con Cody me agradó al instante, tenía un aire despreocupado que no merecía ser reprendido por su hermana.
Tiempo después, lo que me pareció una eternidad comparado a cuán rápido había salido de prisión en otras ocasiones, el policía volvió a entrar por el pasillo, pero esta vez no venía solo. Mis padres venían con él. Ambos.
Comencé a preocuparme sólo un poco. Yo contaba con que mis hermanos o mi papá vinieran, pero no mi mamá, eso no era buena señal, sobre todo al ver su expresión tan enojada.
—Bueno, llegaron por mí —le dije a Cody. Me levanté de la banca y me acerqué a los barrotes de hierro esperando que los abrieran y me dejaran salir, pero el policía no hizo absolutamente nada—. Sólo tiene que tomar su llave y abrir la puerta.
Mi mamá metió su mano a través de dos barrotes y me dio un zape en la frente.
—Auch. ¿Qué…?
— ¿Crees que todo es tan sencillo como pagar tu fianza y sacarte de aquí para que vayas a darte una ducha en casa? —preguntó mi mamá con un tono de voz que daba miedo verdadero.
—Sí… no —corregí al ver las señas de mi padre detrás de su esposa. Movía los labios para decirme algo, pero yo no entendía nada—. No. Definitivamente la respuesta correcta es no.
Sonreí y quedé a la espera de la mente maquiavela de mi madre, pero rogaba para mis adentros que se calmara.
—Te quedarás aquí —sentenció mi mamá.
— ¿Qué? —pregunté sin poder creerlo—. ¿No pagarán mi fianza?
Hablaba con mi mamá, pero yo sólo miraba a mi papá porque seguro él me sacaría de ese lugar, no iba a permitir que durmiera ahí, tendría que ir en contra de su esposa si era necesario.
—Ya pagamos tu fianza —dijo mi mamá, obligándome a verla de nuevo—. Pero le pedimos al departamento de policías que te mantengan tres días completos aquí.
— ¿QUÉ?
—Liv —intervino mi padre—, piénsalo bien. No lo podemos dejar aquí tres días —asentí energéticamente, muy de acuerdo con mi padre—. Además, ya pagamos la fianza, los policías no lo pueden cuidar simplemente porque tú quieres.
— ¿Puede hacerlo? —le preguntó al policía, pero borró toda expresión enojada de su rostro y la reemplazó por la más amable que tenía—. Mi hijo necesita aprender una lección y me parece que encerrado aquí tendrá mucho tiempo para pensar. Incluso podríamos hacer una donación a la estación cuando sea necesario.
— ¡Papá, no la puedes dejar hacer esto! —supliqué; él tomó a mi madre de los hombros, pero ella estaba muy determinada.
—Nosotros podríamos… —empezó el policía.
— ¡No! ¡Eso es un soborno! —me quejé—. ¡Papá, por favor! ¡Dile algo! ¿Ya viste este lugar, mamá? No puedo quedarme aquí tres días.
— ¡Tu papá no te va a salvar en esta ocasión! —gritó mi mamá. Ella era muy tranquila en realidad, pero cuando se enojaba no había nadie que la calmara, así que no me atreví a hablar e interrumpirla—. Es la tercera vez en nueve meses que te arrestan por hacer alguna idiotez. Siempre crees que eres inmune a las consecuencias y en parte es porque tu papá siempre te da absolutamente todo lo que quieres —se tomó un segundo para mirarlo con reproche y luego volvió su atención a mí—, pero no más, Asher. Y vas a aprender a valorar cada peso en tu cartera, ya sea por las buenas o por las malas. Quizá cuatro paredes te ayuden a poner en orden tus prioridades.
— ¿No puedo valorar cada peso en casa? ¡Mamá, esto es la cárcel!
—Sí, Liv… creo que esto es demasiado castigo, podemos…
—No —volvió a afirmar ella—. Es una estación de policías y te quedarás aquí tres días. Es mi última palabra. Es todo lo que tengo que hablar con mi hijo —le dijo al policía con una sonrisa—, muchas gracias por dejarnos entrar a verlo.
— ¡Mamá, por favor! ¡Ya aprendí la lección! —le grité mientras ella se iba con el policía hacia la salida—. Papá, por favor, no la puedes dejar hacer esto. Dile que no me puedo quedar aquí. Ni siquiera hay un baño, sólo…
—Ella está muy enojada —dijo él—. Me la pasé media hora hablando y negociando tu salida, pero nada la convenció. Y aún hay más.
— ¿Más?
—Siendo honestos, tiene razón tu mamá, Asher. Has hecho muchas cosas estos últimos meses y ya se cansó…
Puede que tuviera un poco de razón, sólo un poco.
—Ella no se encarga de eso, tú eres el que me saca de los problemas.
—Ya se cansó de verme sacándote de los problemas —corrigió—. Intentaré hablar con ella esta noche cuando esté más tranquila, si tienes suerte, saldrás mañana, por ahora… —dejé caer mi cabeza entre los barrotes de mi nuevo dormitorio—. Hey, pórtate bien. Te sacaré de aquí pronto.
Nos abrazamos entre los tubos de metal sucio y desgastado, esperaba que mi papá no tardara en convencer a mi mamá. Logan Cavanagh padre no le temía a nada ni nadie, se enfrentaba a lo que fuera, excepto… a su esposa.
Antes de perder completamente la vista de mi padre yéndose, levanté mi mano en forma de despedida y luego tuve que volver a sentarme en la que sería mi cama esos próximos días.
—Así que no te irás —observó Cody, había sido espectador del drama familiar en completo silencio hasta ese momento.
—Parece que no —dije, enfurruñado.
— ¿No he visto a tu padre en algún lado?
—Quizá en la tele o en las revistas —le conté sin ganas, porque no podía dejar de pensar que me quedaría en ese horrible y asqueroso lugar los siguientes días—. Mi padre es Logan Cavanagh, el de las aerolíneas SkyAir.
—Ah, eres rico —no dije nada, seguí lamentándome—. Tú mamá estaba muy enojada —otra vez no respondí, no porque me enojara que Cody hablara, sino porque quería olvidarme de todo—. Yo nunca he viajado en avión ¿Cómo es?
—Pues… normal. Sólo… nada, todo es normal.
Me guardé mis verdaderos pensamientos porque, aunque Cody me caía bien, era un desconocido y no iba a mantener una conversación profunda con él.
Me preguntó un par de cosas básicas sobre mi familia y mis delitos previos, no fue demasiado insistente, pero de alguna forma escucharlo hablar o al menos tener alguien con quien conversar era un distractor y me hacía casi olvidar que mi mamá me había abandonado en aquel lugar. Casi.
Minutos más tarde, llegó una joven menuda, de cabello n***o atado en una coleta alta, los ojos cafés furiosos apuntando hacia Cody y un uniforme rojo de mesera. Creí que ver a mi mamá enojada era malo, pero ver a esa chica enojada te hacía enojar también.
— ¡Tú, idiota! —le gritó a Cody—. ¿Acaso crees que tengo tiempo para venir a recogerte de prisión cada vez que quieras? ¡En serio, Cody, es la última vez!
Ella no podía tener más de mi edad, pero parecía haber adoptado el rol de madre. Y era aterradora.
—UNA MÁS, CODY, Y TE JURO QUE TE ECHO DE LA CASA Y NO ME IMPORTA SI DUERMES EN LA CALLE.
—Gwen…
—NO ME VENGAS CON EXCUSAS RIDÍCULAS.
—Gwen…
—Lo querían asaltar —intervine yo, con una mentira, claro, pero al menos eso hizo que la chica se callara unos segundos. Aunque me miró con el mismo enojo que a su hermano y me hizo preguntarme qué había hecho mal—. ¿Ves que está golpeado? Querían asaltarlo y él sólo se defendió.
Cody mantuvo una expresión neutra, pero nada sensibilizó a su hermana. Ella me miró de arriba a abajo, evaluándome cuidadosamente sin mudar su expresión. Me sentí ofendido por ser evaluado de aquella forma, así que mi frente se frunció en automático.
—Pues si fue tan listo para defenderse —dijo Gwen, con un tono de voz más regular, pero cargado de mando y enojo de igual forma—, ojalá hubiera sido tan listo para huir de la policía y así no me hiciera perder mi tiempo.
—Ah, o sea que prefieres que tu hermano sea un prófugo —me burlé—. ¿Qué clase de ejemplo es ese?
Ella me miró sin pestañear.
—Ni siquiera sé quién demonios eres y no me interesa, pero no te metas en lo que no conoces porque…
—Chica, te dije que me tenías que esperar —interrumpió el mismo policía que no me había abierto la puerta; llegó hasta la celda y miró a la hermana de Cody con reproche—. No podías pasar tu sola.
—Usted estaba hablando por teléfono con su esposa —le reclamó—, a mí no me interesa si tiene que pasar a comprar pan para la cena. Tiene que atender a las personas que se presentan con ustedes y darles el servicio para el que le pagan. Ahora… abra la puerta para que pueda golpear a mi hermano. Por favor.
El policía la miró sin confiar en ella
— ¿Seguro que no prefieres quedarte aquí? —le pregunté a Cody, con toda la intención de que su hermana me oyera.
Lo hizo, ella me miró con furia y me sacó el dedo medio. Me aguanté la risa. Ella era una cabrona. Y me enojaba casi tanto como me divertía, qué raro.
Cody suspiró y esperó a que el policía le abriera la puerta, así que éste lo hizo sin más remedio.
—Nos vemos —me dijo Cody.
—Que la fuerza esté de tu lado —seguí molestando, con una sonrisa ladeada y viendo a esa chica peculiar—, parece que la necesitas.
Cody por fin salió, y no estaba seguro si tenía envidia de que él sí pudiera salir o si temía por su seguridad viendo la magnitud del enojo que tenía su hermana. Decidí que era lo segundo cuando Gwen de verdad le empezó a pegar con su bolso en la cabeza y los brazos.
—Grandísimo tonto, es la última vez que te metes en problemas ¿Me entiendes? Date prisa, ya tengo que irme. Vamos, camina.
— ¡Pues deja de pagarme!
— ¡Tú no puedes decirme qué hacer! ¡Vamos!
Me quedé solo en la celda, pero fue hasta que los gritos de ambos chicos dejaron de oírse cuando empecé a extrañar la compañía de Cody. El lugar era deprimente por completo, ya no sabía si olía mal la celda o yo, me acosté en la banca deseando que los siguientes tres días pasaran lo antes posible.