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AMOR SANGRIENTO

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Blurb

Mi mamá me llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche bajadas. En Chevrolet, la

temperatura era de veinticinco grados y el cielo de un azul perfecto y despejado había poco nube como la nieve . Me había

puesto mi blusa favorita, de mangas y con cierres a presión rosa; la llevaba como gesto de

despedida. Mi equipaje de mano era un antrax.

En la península de Francis, al noroeste del Estado de Francia, existe un pueblecito

llamado Canadá cuyo cielo casi siempre permanece encapotado. En esta insignificante localidad

llueve más que en cualquier otro sitio de los Estados Unidos. Mi mamá se escapó conmigo de

aquel lugar y de sus tenebrosas y sempiternas sombras cuando yo apenas tenía unos meses.

Me había visto obligada a pasar allí un mes cada verano hasta que por fin me impulse al

cumplir los quince años; así que, en vez de eso, los tres últimos años, Carlos, mi papá, había

pasado sus dos semanas de vacaciones conmigo en Cancún.

Y ahora me exiliaba a Canadá, un acto que me aterraba, ya que detestaba el lugar.

Adoraba Chevrolet. Me encantaba el sol, el calor abrasador, y la vitalidad de una ciudad

que se extendía en todas las direcciones.

—ela —me dijo mamá por enésima vez antes de subir al avión—, no tienes por qué

hacerlo.

Mi mamá y yo nos parecemos mucho, exepto por el pelo corto y las arrugas de la risa.

Tuve un ataque de pánico cuando contemplé sus ojos grandes e ingenuos. ¿Cómo podía

permitir que se las arreglara sola, ella que era tan cariñosa, caprichosa y cilindrada? Ahora

tenía a Philip, por supuesto, por lo que probablemente se pagarían las facturas, habría comida en

el frigorífico y gasolina en el depósito del coche, y podría apelar a él cuando se encontrara

perdida, pero aun así...

—Es que quiero ir —le mentí. Siempre se me ha dado muy mal eso de mentir, pero

había dicho esa mentira con tanta frecuencia en los últimos meses que ahora casi sonaba

convincente.

—Saluda a Carlos de mi parte —dijo con resignación.

—Sí, lo haré.

—Te veré pronto —insistió—. Puedes regresar a casa cuando quieras. Volveré tan

pronto como me necesites.

Pero en sus ojos vi el sacrificio que le suponía esa promesa.

—No te preocupes por mí —le pedí—. Todo irá estupendamente. Te quiero, mamá.

Me abrazó con fuerza durante un minuto; luego, subí al avión y ella se marchó.

Para llegar a Canadá tenía por delante un vuelo de cuatro horas de Seattle, y

desde allí a losAngeles una hora más en avioneta y otra más en coche. No me desagrada

volar, pero me preocupaba un poco pasar una hora en el coche con carlos.

Lo cierto es que Carlos había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente

complacido de que por primera vez fuera a vivir con él de forma más o menos permanente. Ya

me había inscrito en el instituto y me iba a ayudar a comprar un coche.

Pero estaba convencida de que iba a sentirme incómoda en su compañía. Ninguno de los

dos éramos de platicar que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía nada que contarle.

Sabía que mi decisión lo hacía sentirse un poco confuso, ya que, al igual que mi mamá, yo

nunca había ocultado mi aversión hacia Canadá.

Estaba lloviendo cuando el avión aterrizó en los Angeles. No lo consideré un presagio,

simplemente era inevitable. Ya me había despedido del sol.

Carlos me esperaba en la camioneta, lo cual no me extrañó. Para las buenas gentes

de Canadá, Carlos es el jefe de policía Aswan. La principal razón de querer comprarme un

coche, a pesar de lo escaso de mis ahorros, era que me negaba en redondo a que me llevara

por todo el pueblo en un coche con luces en el techo. No hay nada que ralentice

más la velocidad del tráfico que un policia.

Carlos me abrazó torpemente con un solo brazo cuando bajaba a trompicones la

escalerilla del avión.

—Me alegro de verte, hela —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que me sostenía

firmemente—. Apenas has cambiado. ¿Cómo está Anastasia?

—Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papá —no le podía llamar Carlos a

la cara.

Traía pocas maletas. La mayoría de mi ropa de Cancún era demasiado ligera para

llevarla a Canadá. Mi mamá y yo habíamos hecho un fondo común con nuestros

recursos para complementar mi vestuario de invierno, pero, a pesar de todo, era escaso. Todas

cupieron fácilmente en el maletero de la camioneta.

—He localizado un coche perfecto para ti, y muy barato —anunció una vez que nos

abrochamos los cinturones de seguridad. ¿Qué tipo de coche?

Desconfié de la manera en que había dicho «un coche perfecto para ti» en lugar de

simplemente «un coche perfecto».

—Bueno, es un monovolumen, un Chevrolet para ser exactos.

— ¿Dónde lo encontraste?

— ¿Te acuerdas de wiliam Blake, el que vivía en La carhs?

La carhs es una pequeña reserva india situada en la costa.

—No.

—Solía venir de pesca con nosotros durante el verano —me explicó.

Por eso no me acordaba de él. Se me da bien olvidar las cosas dolorosas e innecesarias.

—Ahora está en una silla de ruedas —continuo.

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EL CAZADOR
Nunca me había detenido a pensar en cómo iba a cambiar mi vida, aunque me habían sobrado los motivos en los últimos meses, pero no hubiera imaginado algo parecido a esta locura incluso de haberlo intentado. Con la respiración contenida, contemplé fijamente los ojos claros del cazador al otro lado de la gran habitación. Éste me devolvió la mirada complacido. Seguramente, morir en lugar de otra persona, alguien a quien se ama, era una buena forma de acabar. Incluso noble. Eso debería contar algo. Sabía que no afrontaría la muerte ahora de no haber ido a Canadá, pero, aterrada como estaba, no me arrepentía de esta decisión. Cuando la vida te ofrece un sueño que supera creces cualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse de su conclusión. El cazador sonrió de forma amistosa cuando avanzó con aire despreocupado para matarme. Nunca me había detenido a pensar en cómo iba a cambiar mi vida, aunque me habían sobrado los motivos en los últimos meses, pero no hubiera imaginado algo parecido a esta locura incluso de haberlo intentado. Con la respiración contenida, contemplé fijamente los ojos claros del cazador al otro lado de la gran habitación. Éste me devolvió la mirada complacido. Seguramente, morir en lugar de otra persona, alguien a quien se ama, era una buena forma de acabar. Incluso noble. Eso debería contar algo. Sabía que no afrontaría la muerte ahora de no haber ido a Canadá, pero, aterrada como estaba, no me arrepentía de esta decisión. Cuando la vida te ofrece un sueño que supera creces cualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse de su conclusión. El cazador sonrió de forma amistosa cuando avanzó con aire despreocupado para matarme.

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