Avery Davis.
La rabia me recorre de pies a cabeza cuando los veo.
—Eso mismo quiero saber yo —exclamo, furiosa, mientras veo a Samuel, acompañado de sus padres, entrando al salón como si fueran invitados.
—Por lo menos no se atreve a venir con la perra de Sabrina. Eso sería el colmo del descaro —enfatiza Sarah, mencionando a la otra innombrable que no quiero ver ni en pintura.
—No está tan loco, todavía. Pero parece que voy a tener que dejarles algunas cosas claras.
Avanzo dos pasos cuando mi hermano me detiene. Cameron logra retenerme y si no me sacudo para soltarme, es porque no quiero armar un espectáculo delante de la gente que vino a disfrutar de este evento.
—Avery, no…
Me volteo y le exijo una explicación.
—¿Tú los invitaste? —pregunto, enojada.
Mi hermano niega, suspira y luego mira al frente. A Andrew.
—Disculpe a mi hermana, señor Harris. Tiene un tema personal que necesita resolver.
Miro a Andrew, que se muestra evidentemente divertido. No sé cómo Cameron no ve eso. De repente me siento sobrepasada y suelto una carcajada.
Miro a mi hermano mientras señalo a Andrew.
—Cameron, Harris está aquí porque yo lo invité, él sabe muy bien cuál es mi problema personal y créeme, me va a ayudar a resolverlo.
Miro a Andrew y le sonrío radiante. Él enarca una ceja y esconde su sonrisa soberbia.
—Ah, ¿sí? —replica, pero no parece molestarle que lo incluya de repente en mis planes.
Una idea se comienza a formar en mi cabeza. Por algo soy escritora, porque tengo una tremenda imaginación, capaz de armar conflictos y resolverlos como si se tratara de chasquear los dedos, todo me resulta tan fácil cuando de crear una historia se trata, que nadie se daría cuenta de si estoy diciendo una mentira o no.
—Por supuesto, cariño —susurro, le guiño un ojo y llego a su lado, para enrollar su brazo con el mío, él no parece sorprendido, aunque de momento no dice nada y yo sigo con mi actuación—. ¿Me acompañas a recibir a los invitados indeseables?
Su brazo está duro, muestra de que debajo de este traje hecho a medida y de la mejor calidad, hay un cuerpo exquisitamente trabajado. Andrew sonríe y un hoyuelo se le forma en las mejillas, uno que lo hace ver de cierta forma un poco tierno, cosa que no tiene nada este hombre.
Estoy nerviosa, decir que eso no es cierto sería una completa mentira, pero me trago mis nervios para ir a hacerles frente y que sepan que no me va a intimidar su presencia aquí.
Él toma la iniciativa de guiar mi camino porque creo que es muy evidente que los pies me pesan para caminar, pero me lleno de valentía cuando veo la mirada de Samuel refulgir de ira al ver mi brazo envuelto en el suyo.
Su rostro se endurece, sus padres lo miran con cierto desconcierto y entienden todo cuando siguen su mirada.
Él es quien se adelanta para cerrar la distancia entre nosotros, camina a paso apresurado, con los puños cerrados, viéndome directamente a los ojos.
—¿Qué mierda significa esto, Avery? Sabes bien que no es bueno que juegues conmigo —dice entre dientes—. Muy mala compañía la que tienes
Enarco una ceja en respuesta, pero él, mi acompañante, se tensa al escuchar como mi ex marido me habla.
—Cómo se nota que opinamos diferente —digo y sonrío, aunque por dentro me muero de rabia—, para mí es la mejor compañía que puedo tener.
—No hablen de mí como si yo no estuviera —murmura Andrew y se ríe.
«¡Demonios! Debo aceptar que tiene una sonrisa extremadamente sexy».
Desvío la mirada, tratando de no parecer una estúpida embelesada.
—En mi opinión, no deberías estar aquí, porque sobras. Y mucho menos del brazo de mi mujer.
No puedo creer las palabras que ha usado para referirse a mí, después de todo. Es un maldito descarado. Abro la boca para decir algo, pero Andrew se me adelanta a lo que sea que yo fuera a decir.
—Creo que escuché mal, Samuel —sigue riéndose, mientras suelta mi brazo y el suyo lo pasa detrás de mi espalda, rodeando mi cintura, acercándome más a él—, porque Avery no es tu mujer, dejó de serlo desde el mismo momento en el que decidiste jugarle sucio y pedirle el divorcio, ahora ella es mía.
Todo pasa muy rápido. Mi cerebro no termina de procesar todo lo que está pasando. Creo que, por una vez, me siento dentro de una de las novelas que he escrito con este enfrentamiento y aunque es una situación seria, que amerita toda mi concentración, no puedo evitar divagar y fantasear en lo que pasaría.
Andrew sujeta mi rostro y acerca su boca a la mía, otorgándome un beso que me deja completamente helada. A pesar de ello, soy consciente de que necesito reaccionar y continuar con el juego. Sin embargo, ¡Dios mío!, jamás me hubiera imaginado algo así. La situación es tan inesperada como desconcertante.
Cierro mis ojos mientras disfruto el sabor de sus labios. Este hombre sí que sabe hacer el trabajo. El beso se vuelve más profundo y por un momento, no pienso en nada más que nosotros, se me olvida incluso que hay varias personas a nuestro alrededor que deben estar mirándonos y juzgándonos, pero eso poco me importa.
—¡Aléjate de ella, maldito! —Puedo escuchar a Samuel muy cerca y Andrew separa sus labios de los míos, aunque no deja de mirarme.
Puedo ver por el rabillo del ojo que él levanta un dedo hacia Samuel.
—Un minuto más, espera, ya te atiendo.
Vuelve a arremeter contra mis labios, esta vez estoy más preparada y lista para el espectáculo. Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y me pongo de puntillas para estar más cómoda.
Samuel separa a Andrew de mi lado, puedo ver su rostro enrojecido, lleno de ira, pero esta vez soy yo la que responde, interponiéndome entre los dos.
—¿Qué demonios es lo que te pasa a ti? ¿No te parece poco todo lo que ya hiciste? ¿Qué haces aquí?
Él no me mira, se fija en las manos de Andrew alrededor de mi cintura y se acerca para quitarlas, pero él lo intercepta y puedo ver sus nudillos emblanquecidos a causa de la fuerza que hace.
—No te atrevas a volver a acercarte a ella, porque si tú la jodiste, creyendo que estaba sola y creías que podías venir a molestarla, estás equivocado, porque tiene quien dé la cara por ella.
Samuel decide ignorarlo y me mira directamente a mí, mientras sus padres se acercan.
—Yo solo quiero hablar contigo, Avery, no me importa nada más que eso. Por favor —insiste.
—Tú y yo no tenemos nada de que hablar y tú no tienes que estar aquí. Son invitados solo las personas que son importantes para mí y tú dejaste de serlo cuando decidiste engañarme con la persona equivocada, ahora ten la decencia de irte con tus padres lejos de aquí.
Intenta tomar mi mano que está colgada a mi costado, pero Andrew se lo impide.
—Ya te di una advertencia, no pienso darte una segunda.
La tensión se puede palpar en el ambiente. Mi hermano y amigas se acercan, por si tienen que intervenir, pero los padres de Samuel lo frenan.
—Lo mejor es que te vayas, si no quieres que llame a seguridad. —Andrew sigue metiendo el dedo en la llaga.
Samuel me mira, esperando a que yo reaccione.
—Nena, por favor, hablemos —insiste, apelando a ese amor que una vez sentí por él y que ya está muerto.
Busco con mi mano la de Andrew, para hacerle entender que apoyo lo que está diciendo y doy la estocada final.
—Ve y lárgate con ella, es quien te hace feliz y la madre de tu hijo. Tú y yo no tenemos más nada de qué hablar.
Él vuelve a hacer amago de acercarse, con ojos suplicantes.
—Avery, por favor, sólo necesito que me escuches un momento, no pido más, solo diez minutos.
—Ni diez, ni cinco. Ni siquiera un segundo de su valioso tiempo será desperdiciado en ti, lo que sea que tengas que decirle, puedes ahorrártelo —vuelve a apretarme en su costado— nosotros tenemos invitados que atender y ustedes deben irse.
Me hace girarme para darles la espalda y si antes creí que mis pies pesaban, ahora lo hacen el doble. Escucho algunos ruidos atrás, que poco a poco se van apagando. Me llaman al podio para que de unas palabras y es entonces cuando Andrew me suelta.
—Ve, preciosa —me guiña un ojo—, recuerda que aquí estoy para ti.