CAPÍTULO 10: ENTRE LOS ECOS DEL PASADO

1281 Words
Lucía se despertó aquella mañana con la sensación de que algo había cambiado. Había algo diferente en el aire, una sensación vaga pero presente, como si las horas anteriores hubieran borrado algo dentro de ella. No sabía si el día traería respuestas o si seguiría perdida en la niebla de sus propios pensamientos, pero algo en su interior le decía que había llegado el momento de enfrentarse a sus propios miedos, a lo que había dejado atrás, a lo que aún sentía por Gabriel. Aquel día no fue como otros. Se levantó temprano, sin prisas, sin la necesidad de correr hacia el taller ni de cumplir con sus responsabilidades diarias. Necesitaba espacio, tiempo para pensar, para aclarar su mente. Decidió caminar por el pueblo, más allá del río y las montañas que tanto le habían marcado en su juventud. Quería alejarse del bullicio del taller, de las preguntas no resueltas, de Gabriel. El reflejo de una vida pasada Mientras caminaba por los caminos empedrados, Lucía no pudo evitar observar cómo el pueblo seguía siendo el mismo, pero a la vez ya no lo era. Las casas de adobe, las calles silenciosas, las mismas caras conocidas, todo parecía atrapado en el tiempo. Sin embargo, ella ya no encajaba allí como lo hacía antes. La vida que había vivido en la ciudad, el ritmo frenético de su carrera y los compromisos que había asumido, la habían cambiado, la habían forjado en una mujer que ya no era la misma chica que dejó el pueblo años atrás. Recordó los días en que corría por esas mismas calles, jugando con los demás niños, soñando con un futuro más grande, más allá de las fronteras de San Isidro. Había creído que el mundo le debía algo, que solo a través del éxito y el reconocimiento podría encontrar su lugar en el mundo. Ahora, esa idea parecía tan distante, tan ajena a la persona que había llegado a ser. Lucía se sentó en una roca cerca del río, mirando las aguas fluir con suavidad, como si también ellas llevaran consigo las respuestas que ella buscaba, pero que no podía encontrar. El sonido del agua la relajó, y por un momento, se permitió dejar de lado todas las preocupaciones que la asfixiaban. Quizás lo que necesitaba no era respuestas, sino aceptación. Aceptar que el pasado no se podía cambiar, que las decisiones que había tomado la habían llevado hasta aquí, y que ahora debía vivir con las consecuencias de esas elecciones. El reencuentro inesperado Mientras la brisa suave acariciaba su rostro, Lucía escuchó pasos acercándose por el camino. Al principio pensó que era un transeúnte, alguien que pasaba por allí sin mucha prisa. Pero cuando vio la figura familiar acercándose, su corazón dio un vuelco. Era Gabriel. Había algo en su presencia que la hacía sentir incómoda y, al mismo tiempo, extrañamente aliviada. Era como si las piezas de un rompecabezas que había estado armando durante semanas de repente encajaran por completo. Gabriel se acercó con paso lento, su rostro más serio de lo habitual. Cuando se detuvo frente a ella, sus ojos se encontraron, y Lucía pudo ver que no había nada de la distancia que había notado en su mirada durante los últimos días. Algo en él había cambiado también, algo en su actitud había dado paso a la vulnerabilidad, esa que ella misma había intentado ocultar durante tanto tiempo. —Pensé que te encontraría aquí —dijo Gabriel, su voz baja y tranquila. Lucía no respondió de inmediato. La verdad es que no sabía qué decir, qué hacer. ¿Cómo podía comenzar una conversación que sabía que tenía tantas aristas, tantas emociones no resueltas entre ellos? Había demasiados recuerdos, demasiadas palabras no dichas, demasiadas preguntas sin respuesta. Un intercambio de silencios Gabriel se sentó a su lado sin pedir permiso. El sol comenzaba a alzarse en el cielo, tiñendo todo a su alrededor con tonos dorados. Por un momento, ambos permanecieron en silencio, solo escuchando el sonido del río y el canto de algunos pájaros que comenzaban a despertar con la llegada del día. Lucía no sabía si romper ese silencio o dejar que las palabras fluyeran de manera natural. Estaba tan acostumbrada a que todo en su vida tuviera un propósito, un objetivo claro, que ahora le parecía casi aterrador enfrentarse a la incertidumbre de lo que estaba sucediendo entre ellos. —¿Sabes? —dijo Gabriel finalmente, rompiendo el silencio—. He estado pensando en todo esto. En ti, en mí, en nosotros. Y no sé qué hacer. No sé cómo manejar todo lo que siento. Hay tantas cosas que me gustaría decir, pero no sé por dónde empezar. Lucía lo miró, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. Gabriel nunca había sido alguien tan abierto con sus sentimientos. Había algo en su tono que la hizo sentir más cercana a él, más humana, más vulnerable. Por un momento, Lucía deseó poder devolverle esas palabras, pero no sabía si también estaba lista para enfrentarse a la verdad. —Yo también he estado pensando —respondió Lucía, casi en susurros—. Y tal vez, tal vez lo único que necesitamos es tiempo. Tiempo para entender qué estamos buscando, qué queremos realmente. Gabriel asintió lentamente, sus ojos fijos en el río. Por un momento, parecía como si estuviera reflexionando sobre sus propias palabras. Lucía sabía que algo había cambiado en él también, algo que él no podía ocultar. Estaba herido, lo sabía. Y tal vez él también sentía que algo se había roto entre ellos, como una cuerda tensa que ya no podía soportar más el peso de los recuerdos. La encrucijada de las emociones —Lo que pasa es que, a veces, siento que estamos atrapados, Lucía. Que ya no podemos volver a lo que fuimos. Y quizás eso no esté mal. Quizás necesitamos ser diferentes para encontrarnos de nuevo —dijo Gabriel, su voz cargada de una melancolía profunda que tocó a Lucía en lo más hondo. Lucía sintió que las palabras de Gabriel la calaban hondo. De alguna manera, él también había comprendido lo que ella había estado tratando de negar todo ese tiempo. Que el pasado no podía volver. Que ellos no podían regresar a lo que habían sido, no por el simple hecho de quererlo, sino porque ambos habían cambiado, y no había forma de ignorar esos cambios. Ella respiró profundamente, mirando el paisaje que se extendía ante ella, como si eso le diera la fuerza que necesitaba para afrontar lo que estaba por venir. Sabía que las decisiones que tomaran en ese momento definirían el curso de sus vidas. El miedo a lo desconocido era fuerte, pero lo que más temía Lucía era seguir viviendo en el pasado, aferrándose a algo que ya no existía. —Tal vez tengas razón —respondió Lucía, su voz más firme que antes—. Tal vez necesitamos mirar hacia el futuro. Y si tenemos que encontrar una nueva forma de estar juntos, lo haremos. Pero tenemos que hacerlo sin esperar que todo vuelva a ser como antes. Gabriel la miró por un momento, como si estuviera buscando alguna señal en sus ojos, alguna indicación de que sus palabras eran verdaderas, de que Lucía realmente creía en lo que estaba diciendo. Y en ese momento, él también lo entendió. No había vuelta atrás, pero quizás eso no era lo peor. Quizás lo mejor estaba por llegar, aunque no pudieran verlo con claridad aún. Ambos se quedaron en silencio una vez más, pero esta vez el silencio no era pesado ni incómodo. Era un silencio lleno de posibilidades, de una nueva oportunidad que ambos debían explorar, aunque aún no supieran cómo empezar.
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