Ella me miró atenta, esperando mi respuesta y tuve que tomar una bocanada de aire, antes de condenarme a mí mismo a más sequía de sus besos y su sensual cuerpo. —Aly, yo… —murmuré incómodo, desviando la vista. Ella abrió mucho los ojos y pareció mirarme con horror. —Oh no, Alan… no estaba hablando de eso —su rostro era del color de los tomates y evitaba mirarme a los ojos. ¿Acaso lo había malinterpretado todo? —¿Entonces…? —la miré confuso. —Hablaba de… dormir, dormir —desvió su mirada de la mía y a pesar de todo, sentía algo de alivio—. No pensarás que… —Por supuesto que no, Aly —negué, aunque no era del todo cierto—, luego de lo que has pasado… es egoísta de mi parte que te pida algo de esa índole. —¿Egoísta? —cuestionó, abriendo mucho los ojos. —Claro, iremos a tu ritmo —sus