Capítulo 4

2048 Words
Le hice una seña a Alanys de que le cortaría la garganta si se le ocurría decir algo. Ella se limitó a rodar los ojos de modo desafiante y como si no le importara en lo absoluto. Se dirigió a la puerta y sin más, la abrió, encontrándose con su progenitor. —Alanys, ¿qué ocurrió? ¿Por qué la puerta estaba con llave? —cuestionó, viendo detrás de ella. Ella no le respondió y se encogió de hombros como si nada. Esperaba que mi indumentaria fuese lo suficientemente correcta como para que no sospechara lo que habíamos estado haciendo en esa oficina. —Oh Alan, precisamente quería hablar contigo —dijo el hombre canoso, olvidándose de la presencia de su hija. Esta se enfurruñó en su lugar, me lanzó una mirada envenenada y se fue de allí, evidentemente molesta. —Qué chiquilla más malcriada —comentó su padre con el ceño fruncido. No podía estar más de acuerdo con él. —Y bien… ¿de qué quiere hablar conmigo? —pregunté, tratando de no mirar por donde se había ido la "chiquilla" pelirroja. —Es un asunto importante que debo discutir contigo —dijo con una pequeña sonrisa—, tengo un invitado que llegará en la tarde y te necesito en mi oficina para tratar su caso. —¿Algún cliente en particular? —pregunté interesado. —Así es, un hombre muy poderoso que ha decidido confiar en nuestro bufete —dijo como una especie de orgullo que me contagió. —Bien, ¿a qué hora será la cita? —pregunté entusiasmado. —Vendrá a las 2:00pm —dijo mirando su reloj, era un hombre bastante anticuado usando uno de bolsillo. —Bien, le diré a mi asistente que me lo recuerde —dije no muy convencido de hablar con esa mujer, en verdad parecía una completa prostituta disfrazada de secretaria. Sin embargo, lo que me importaba era que desempeñara bien su trabajo y hasta ahora no tenía quejas. —Entonces nos vemos —dijo el señor Dante con una sonrisa. Asentí con la cabeza, distraído, teniendo un extraño presentimiento de pronto. ¿A dónde había ido esa loca pelirroja? Seguramente iba a causarme más problemas. Fui detrás de ella, recorriendo el camino que sabía por dónde se había ido y la encontré justamente caminando hacia el ascensor con paso decidido, como si quisiera abandonar el edificio. Corrí hasta ella sin importarme la mirada de todos alrededor y la tomé del brazo, a tiempo de que las puertas del ascensor se abrieran. —Pero, ¿qué? ¡Oye! —exclamó y cuando me vio, su expresión se volvió agria—. ¿Qué diablos pretendes encerrándome siempre en algún lugar? ¿Eres alguna clase de psicópata? Rodé los ojos, pero estuve a punto de echarme a reír. ¡Si la psicópata parecía ser ella! Bueno, quizás yo también estaba un poco loco, por seguirla como un perro tras su cola. —¿A dónde crees que vas? —alcé una ceja, obviando la pregunta anterior—. Tu turno no ha terminado y tienes un trabajo que hacer para mí. —No te debo nada —trató de soltarse de mi agarre, pero se lo impedí—, no puedes obligarme a trabajar para ti y no quiero hacerlo, me niego a trabajar con un idiota egocéntrico, patán, mujeriego y descerebrado como tú. —Vaya eso son varios insultos —sonreí de medio lado con sorna—. ¿De dónde sacas tanto ingenio para conseguir responderme? —la mire fijamente a los ojos, que reflejaban furia. —No es muy difícil, no tienes una conversación muy inteligente que digamos —se encogió de hombros con suficiencia y en serio tuve ganas de zarandearla. ¿Quién se creía que era la mocosa? —¿Conversación inteligente? —pregunté con ironía—. ¿Y acaso tú sí la tienes? ¡No me hagas reír! Estaba siendo pedante con ella por su estúpido tono de suficiencia, me molestaba que quisiera enseñarme cosas, cuando no era más que una chiquilla tonta que no sabía nada de la vida. —No, no creo que pueda hacerte reír, eres un amargado —dijo con una risita que no hizo más que irritarme. —¿Yo, amargado? —me acerque más a ella, haciendo que diera un par de pasos atrás—. ¿Estás segura de lo que hablas? Volteé un poco el rostro y toqué el botón del ascensor que lo detenía y ella me miró con pánico. ¿Acaso le tendría miedo al encierro? Quizás más bien al ascensor o las alturas. —¿Qué diablos haces? —pregunto, tratando de soltarse de mi agarre nuevamente—. ¿Por qué detuviste el ascensor? —Te hice una pregunta y no me la respondiste —dije de manera seca—. ¿Crees que puedes irte así como así? Tu padre dijo… —Mi padre puede decir lo que quiera, yo soy mayor de edad y decido qué hacer con mi vida, él no me va a obligar estar en una maldita oficina, metida todo el día sólo por su capricho —dijo de manera ácida, apretando los puños a sus costados. La miré con curiosidad. ¿Por qué su padre había insistido en que trabajara para mí? ¿Por qué decía que no tenía ninguna clase de educación? ¿Dónde había estado metida todo este tiempo? Tantas interrogantes iban a volverme loco y lo peor de todo era: ¿por qué carajos me importaba? Seguramente había salido del campo o algún sitio con poca tecnología, donde no tenían acceso a ninguna información. Me parecía de otra época y eso me causaba curiosidad, a pesar de que me negaba rotundamente. —Pues habla con él entonces y dile que no quieres trabajar conmigo, pero no vas a irte justo ahora cuando te necesito —dije de manera seria y la vi alzar la barbilla a modo de desafío. —¿Y por qué no hablas tú con él? ¿Qué acaso no es tu jefe? —preguntó con sarcasmo, haciéndome rodar los ojos nuevamente. ¡Qué irritante! —Podría hacerlo, pero seguramente se opondría, ya deberías saber que tu padre es bastante testarudo —la miré con burla—. Creo que te parece bastante a él en ese sentido. —¡Mira quien habla! —puso los ojos en blanco—. El señor "Mister ego enorme" que le gusta encerrar a la gente con intenciones de acoso. —¿Crees que esto es acoso? —dije con sorna. —Claro que sí, señor Beresford, ahora es mi jefe —dijo con obviedad—. ¿O es que acaso se le olvidó? —Y tú dijiste que ya no trabajarías para mí —esbocé una sonrisa ladeada—. ¿O es que acaso se te olvidó? —¡Claro que no quiero trabajar contigo, eres un idiota! —trató nuevamente de soltarse y en ese intento, la pegué más a mí, atacando su boca sin contemplaciones. Dulce néctar de esos labios inocentes que se movieron tímidamente, correspondiendo mi beso. Mi cuerpo despertó rápidamente y pasé una mano por su cintura de manera casi inconsciente, oyendo un gemido de su boca que me supo a gloria. —Al...an —trató de decir contra mis labios, pero la callé nuevamente y me sentí casi eufórico al sentir sumisión de su parte, abriendo la boca nuevamente para que la invadiera con mi lengua. —¿Por qué tus labios saben tan bien? —solté casi sin pensar entre jadeos y gemidos de su parte—. Siento que seré adicto a ellos rápidamente, Aly. Se quedó paralizada un momento y me empujó con ambas manos fuertemente, dejándome algo confundido. ¿Ahora qué había dicho mal? Estaba agitada y extremadamente sonrojada. Dios. ¡Qué visión tan increíblemente sexy! —¿Aly? ¿Desde cuándo tenemos esa confianza? —bufó—. Soy Alanys, A-L-A-N-Y-S. —Ya te dije que no voy a decirte así, se parece demasiado a mi nombre y es raro —fruncí el ceño. —Raro es que digas que no es acoso lo que haces, cuando vuelves a besarme —desvió la mirada como si se avergonzara—. Ya te dije que nadie me había besado antes y… vienes tú y lo haces cuando quieres. ¡Eso es acoso! Iba a dar un paso atrás con el ceño fruncido, pero esbocé una sonrisa con suficiencia de nuevo, acercándome a ella sin poder resistirme. —¿Y qué si quiero hacerlo? ¿Vas a denunciarme? —pregunté con mofa y la vi apretar los dientes. —Y-yo… —titubeó y se sonrojó de nuevo un poco. Esa visión fue increíblemente exquisita y me acerqué para besarla otra vez, pero ella corrió el rostro de inmediato, negándome sus labios. —Alanys… —la llamé pero no quiso voltear, así que con mis dedos, traté de volver su rostro hacia mí. —No quiero —dijo con el ceño muy fruncido, algo molesta—, no puedes besarme cada vez que tú quieras, aunque hayas sido el primero… eso no te da derecho a nada. Parecía firme y eso me irritó, así como me agradó en partes iguales. Ya ni siquiera entendía qué rayos pasaba por mi mente. —Tienes razón, no tengo derecho y lo que ocurrió en ese baño, no debió ocurrir —hablé con resentimiento y la vi abrir un poco los ojos con sorpresa—, sólo fue un maldito error. Me empujó de repente, privandome del calor de su cuerpo. Me sentí un poco mal pero no lo demostré, sólo la miré con el ceño fruncido y antes de volver a activar el ascensor, hablé duramente: —Si quieres armar un escándalo a tu padre por no querer trabajar conmigo, adelante, no seré yo quien desafíe lo que ha dicho. —¡Eres todo un niño de papi! —exclamó con sorna, haciendo que apretara los puños y me aguantara las ganas de soltar algo mordaz. Jamás me habían llamado de esa forma, teniendo en cuenta que mi padre adoraba a mi hermano mayor por encima de lo que sea que hiciera, sin importar el éxito que yo tuviera. —Piensa lo que quieras, te veo en mi oficina en diez minutos y más te vale no llegar tarde —dije de manera seria—. Cumple con tu deber y punto. Me miró con desprecio, pero no me paré a descifrar más sus expresiones, simplemente toqué el botón del ascensor para ascender al piso de arriba y salir de allí inmediatamente. No habíamos terminado en muy buenos términos, pero me dije que era lo mejor. Debía apartar esos pensamientos, donde ella estaba incluida en ropa interior y sobre mi escritorio, gimiendo mi nombre al atacar con mi lengua y sin pudor su femineidad. Diez minutos después, miré el reloj y la vi acercarse a mí dando grandes zancadas, descontenta por tener que verme. Eso no me hizo sentir precisamente feliz, pero nada podía hacer. —Dígame, señor Beresford —dijo de la manera más cortante posible. —Primero, modera tu tono —dije de manera seria—, segundo, a las dos vendrá un cliente importante y te necesito allí, atendiendonos como una buena empleada, no quiero groserías, malas caras o malas contestas. ¿Estamos de acuerdo? —Como ordene el señor —me miró seria antes de darse media vuelta. —Espera —la llamé y volteó a verme irritada—, debes ordenar unos archivos, dile a Sally que te oriente cómo, ya le pasé a ella la información, pero ese no es su trabajo sino el tuyo —dije con media sonrisa socarrona. —¿Tengo que hablar con esa prostituta de feria? —espetó de manera seca. —Tú harás lo que se te ordene —dije distraído, mirando unos papeles—. Ya puedes irte, estoy muy ocupado. —¿Desea algo más el señor? —pareció decirle entre dientes. —Si necesito algo, sólo te llamaré —me encogí de hombros con indiferencia. La escuché bufar, antes de salir de mala gana de la oficina, dando un sonoro portazo.
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