No sé cuántos vasos de agua fría había tomado, pero una rubia que había estado entrando y saliendo de la oficina del señor Dante, me miraba con los labios mordidos.
Su mirada oscurecida no provocaba nada en mí, lo cual ya era decir mucho. Esa pelirroja me había trastornado demasiado y no me gustaba para nada la sensación.
La rubia esa, parecía entender mi acaloramiento… o quizás sentía ganas de echarse encima de mí, con ideas nada inocentes.
Sacudí mi cabeza, tratando de pensar con coherencia. Estaba en mi sitio de trabajo, donde era socio minorista en un famoso bufete de abogados y enredarme de esa forma… por supuesto, sólo sería una complicación.
Decidí ir a la oficina del señor Dante, quizás hablar de cosas serias sobre el trabajo, me ayudarían a sacar esas imágenes de una intensa pelirroja en el baño.
Argg, qué molesto era tener que reprimir mis instintos… quizás tendría que conseguir una buena entretención más tarde.
Un desahogo de hermosas piernas y enormes tetas.
Ni siquiera toqué la oficina de mi jefe y eso fue un terrible error, ya que se encontraba dentro con su hija… y ambos se hallaban envueltos en una terrible discusión.
Los dos subían mucho la voz y el rostro de ella estaba enrojecido, las lágrimas se asomaban en sus ojos, provocándome una molesta punzada en mi estómago, sin saber bien el porqué.
—¡Eso que dices es absurdo! —decía ella, al borde de las lágrimas—. ¿Por qué me trajiste a este maldito lugar? ¿Para humillarme? ¡No necesito esto!
—¡¿Cómo puedes saber lo que necesitas?! —bufó mi jefe, poniendo los ojos en blanco—. ¡Sólo eres una chiquilla sin alguna clase de educación!
Carraspeé incómodo, sin saber qué más hacer o decir. Ellos voltearon al escucharme y de inmediato, dejaron de discutir.
Alanys se limpió rápidamente las mejillas, pero ya había visto las lágrimas. Ni siquiera podía describir la incomodidad que sentí por haberla visto llorar.
—¡Oh, Alan! Qué bueno que estás aquí —su tono de satisfacción me hizo fruncir el ceño, sin embargo, esbocé una sonrisa, acercándome un poco—. He encontrado a alguien para que trabaje como tu secretaria.
—¿Ah sí? —traté de ignorar la tensión de la pelirroja al verme cerca de ella, no me ponía precisamente feliz que se sintiera así por mi cercanía—. ¿Y quién es?
—Mi hija Alanys —dijo de manera alegre, señalando a la chica a su lado. Mis ojos se abrieron en toda su extensión y tragué saliva—. ¿Qué te parece? Quizás así conozca el valor del trabajo y de buscar una profesión que valga la pena.
—¿Una profesión que valga la pena? —su hija lo miró enfurruñada, cruzándose de brazos de manera desafiante—. ¿Hablas de la aburrida vida que tienen ustedes? ¡Yo paso!
—Jovencita… —habló con tono de autoridad, pero esa chiquilla parecía retar a todos con los que se encontraba, incluyendo a su mismísimo padre.
—No quiero trabajar con él —me señaló con una mano, mirándome con desprecio—, preferiría que me arrancaran las pestañas a tener que verlo a diario.
—Pero hija, ¿acaso eso no sería muy doloroso? —el hombre la miró confundido y yo estuve a punto de rodar los ojos. ¿Era en serio? El tipo estaba tan demente como ella.
Los locos Addams se quedaban pendejos con esos dos.
—Si no le importa, señor Dante —intervine de pronto, irritado por esa absurda situación—, preferiría no tener a nadie como mi secretaria.
"Y menos a alguien tan molesto como ella", pensé en mi fuero interno.
Alanys me miró desafiante y yo hice lo mismo. ¿Quién se creía que era esa zanahoria con piernas? No me daba el más mínimo miedo con su actitud bipolar.
—Ella estará como tu secretaria por un corto tiempo —informó con autoridad el hombre canoso, mirándonos con algo de curiosidad—. Por supuesto, se puso el anuncio buscando candidatas para el puesto de tu asistente y ya hay tres chicas esperando para que les des el visto bueno.
Sus palabras llamaron mi atención, pero más su tono insinuante y la sonrisa cómplice que adornaba su cara. ¿Acaso estábamos hablando el mismo idioma?
—¡Hombres! —refunfuñó la pelirroja, aún más molesta que antes—. ¡Algunos sufren de una enfermedad llamada “creerse importantes”!
—Basta, Alanys —regañó su padre, aunque ella se limitó a encogerse de hombros—. No uses esa insoportable actitud a la que nos tienes acostumbrados en casa.
Puso los ojos en blanco, estos parecían botar fuego. ¿Tan mala era la idea de verme a diario?
Su frase me molestó, tanto como mal hirió mi ego. Sólo quería irme de ese lugar y tratar de entretenerme con alguna mujer sexy, que no me recordara para nada a esa pelos de cobre.
Al final, mi elección fue una hermosa y sexy pelinegra, con increíbles curvas y un currículum… aceptable. Quizás no era la mejor opción a nivel profesional, pero era un espectáculo a la vista.
La pelirroja me miró con dagas en los ojos al ver mi elección, quién sabe por qué razón.
Le mostré a Sally Harrison, mi nueva asistente, cuál sería su oficina y lo que tendría que hacer en su trabajo. Ella parecía prestarme atención, aunque la manera en que mordía ese lapicero me estaba poniendo algo incómodo.
—Si tienes alguna duda, no dudes en consultarme… o al señor Jensen —me refería al jefe de recursos humanos, ella se limitó a asentir, sin dejar de mirarme fijamente—. Bien… adiós.
Esa mujer no me agradaba del todo, quizás daría problemas, lo cual me obligaría a prescindir de sus servicios.
Me dirigí a mi oficina para arreglar el papeleo de un caso reciente que tendría que revisar con los socios, cuando cerré la puerta, noté una cabeza roja de espaldas a mí.
—¿Qué haces aquí? —hablé de manera más seca de la planeada. Ella volteó a verme con una ceja alzada—. No puedes meterte a la oficina de la gente sin su permiso. ¿Qué no te enseñaron modales?
—Soy tu secretaria, ¿no? —espetó de manera despectiva—. Sólo quería saber cuál es el aburrido trabajo que tengo que desempeñar para ti.
—¿Aburrido? —me crucé de brazos, ladeando la cabeza con curiosidad—. ¿Al menos sabes hacer algo en cuestiones de oficina? ¿Redactar un documento? ¿Atender llamadas?
Su mirada se ensombreció. Nuevamente parecía ofendida por mi comentario.
—¡Como si se necesitara cerebro, para desempeñar algo tan sencillo como ordenar papeles y contestar teléfonos! —se burló, soltando un bufido—. Con la nueva adquisición de esa muñeca de plástico con uniforme… de seguro lo que yo tengo que hacer, será pan comido.
—¿Disculpa? —fruncí el ceño, molesto con sus palabras.
—Típico en los hombres, que sólo piensan con la cabeza de abajo —señaló mi entrepierna y mi cuerpo reaccionó como no esperaba: un fuego me recorrió de la cabeza a los pies—. Me pregunto cuánto tiempo tomará para que te la cojas en plena oficina.
El fuego creció aún peor… de manera desproporcionada. ¿Qué ocurría con esa chiquilla? Un minuto era inocente y al otro… hablaba de sexo y partes del cuerpo sin pudor.
Ya estaba volviéndome loco.
—Para ser inexperta, sabes mucho sobre sexo —la acusé con voz ronca, reparando en la ajustada falda y la blusa que se acoplaba a sus pechos de buen tamaño—. Dime, Aly… ¿a quién pretendes engañar con esos aires de niña inocente?
Me acerqué a ella rápidamente y la acorralé sin contemplaciones contra el enorme ventanal. Me miró asombrada, pero ni siquiera le dio tiempo para impedir que la besara de nuevo.
Sus labios eran cálidos y tenían un sabor delicioso, dulce y adictivo, que hacían elevar mi temperatura en un dos por tres.
Nuevamente sentí un empujón en mi pecho, pero no la solté. Seguí amasando sus labios contra los míos y de pronto abrió un poco la boca y soltó un gemido, lo que me dio tiempo de meter mi lengua y acariciar todo en su interior.
La sensación de ardor se intensificó y pronto tomé una de sus piernas, para enroscarla alrededor de mi cadera.
Sentir su punto más cálido y húmedo chocar contra mi erección, fue como estar a las puertas del cielo. Casi escuché a los ángeles tocar las trompetas y un coro cantar.
¿Le gustaba? Parecía que por unos segundos sí, pero luego se debatió en mis brazos y de pronto… me dio un enorme pisotón que me hizo soltarla en el acto.
—¡Auch! —me quejé.
—¿Por qué hiciste eso? —me gritó, furiosa y roja hasta la raíz de los cabellos. Esa imagen increíblemente sensual hizo demasiados estragos en mí, sentía mi entrepierna palpitar acelerada.
—No te hagas la tonta, te haces la inocente y luego hablas de manera insinuante y desmedida —alcé una ceja, notando mi respiración agitada, al igual que la suya—. ¿A quién pretendes engañar, niña?
—Ah ya veo… eres de los que dices “porque lo digo yo y punto” —limpió su boca con asco y me miró ceñuda—. No quiero que te vuelvas a acercar a mí, abusador.
—¿Abusador? —espeté incrédulo, sintiéndome enfermo de pronto. ¿De qué? Ni idea, pero esa zanahoria iba a volverme loco—. ¡Si bien te gustó que te besara! Hasta soltaste un gemido…
Enrojeció de nuevo y desvió su mirada, bastante incómoda. Esa imagen me hizo sonreír, ¿por qué demonios su candor también me hacía sentir increíblemente deseoso por ella?
—Yo… no sé de qué hablas… pero tengo que salir de aquí —dio un paso atrás y de inmediato la frené, tomándola por los brazos—. Alan… por favor…
Mi nombre en sus labios, ese tono de voz suplicante y sus ojos fijos en mi boca… ¿Acaso sentía la misma pasión desenfrenada que yo? Debía averiguarlo cuanto antes.
No podía soportar tenerla cerca, sin que me dieran ganas de probar su dulce boca… esa pequeña boca rosada que estaba seguro, sería mi perdición.
—Maldita atracción —dije entre dientes, antes de lanzarme a sus labios entreabiertos, llamándome para que los probara.
Soltó un jadeo, tratando de echarse para atrás… pero la sostuve de la cintura y la pegué a mi cuerpo, sintiendo cómo se arqueada y se pegaba más a mí.
Estaba consciente de que estábamos en mi oficina y cualquiera podría interrumpirnos, pero mandé eso a la mierda y subí su falda, acariciando su pierna suavemente.
—Querías que te tocara el culo, ¿no? —dije contra su boca, que se movía de manera torpe contra la mía—. No sabes besar muy bien, Aly. Nunca has tenido novio, ¿verdad? Aprecio la pureza en tu boca y eso me agrada mucho…
Volví a besarla, pero esta vez se debatió con más fuerza, logrando liberarse de la prisión de mis brazos.
—¡Eres un idiota! —vociferó molesta, mirándome con ojos encendidos.
¿Y ahora qué mierda le pasaba? Esta mujer era más rara que un maldito caracol con cejas, realmente no podía entenderla.
—¿Alan? ¿Alanys? —escuché de pronto la voz del señor Dante del otro lado de la puerta.
Alanys me miró con ojos llenos de pánico y por un instante, la misma sensación me invadió, dejándome estático en el lugar.
¿Y ahora qué?