Capítulo 2

1569 Words
No fue como esperaba, de hecho… fue como si estuviera besando a un tieso maniquí. ¿Estaría en estado de shock? ¿Se habría quedado dormida? ¡Joder! Qué gran golpe para mi muy lastimado ego. De pronto sí sentí algo: un fuerte empujón que me dejó descolocado. Choqué contra la puerta del cubículo, demasiado asombrado para decir algo medianamente coherente. —¡Maldito pervertido! —sus ojos estaban casi fuera de sus órbitas, su pequeño dedo me señalaba y en sus ojos… maldita sea, ¿por qué carajos la había besado? Lucía como un completa demente. Quizás lo era. ¿Nunca había jugado siete minutos en el cielo? ¿El juego de la botella? ¿Las cartas? ¿Verdad o reto? ¡¿Qué clase de alienígena era esa?! —¿Pervertido? —cuestioné incrédulo, poniendo luego los ojos en blanco—. ¿De qué diablos hablas? Quizás mis palabras fueron demasiado tajantes para lo que había acabado de hacer minutos atrás, pero su expresión era para alguien que estuvo a punto de sufrir una violación. ¿Será por eso que me había llamado pervertido? En serio… ¿de dónde diantres había salido esta niñita? Quizás de “animales fantásticos” o “seres en peligro de extinción” —Tú… Pancracio… o como sea que te llames… —sus ojos se llenaron de lágrimas y tocó sus labios, luciendo algo perturbada—. Ese… fue mi primer beso. Estuve a punto de echarme a reír. ¿Primer beso? ¡Ni de chiste! ¿Acaso tenía cinco años? —¿Tú primer beso? —fruncí el ceño, mirándola fijamente a los ojos. Quizás se trataba de una broma—. Estás de joda, ¿verdad? —¿Yo? —fingió no entender. —A ver, mocosa, ¿qué edad tienes?, ¿diez, ocho? —alcé una ceja, circunspecto–, hasta podría decir que seis. Me miró ofendida. Quizás me había extralimitado con mi comentario. —Tengo veinte, pedazo de idiota —espetó de manera seria, y aunque sus palabras debieron ofenderme, sólo me causaron diversión. Sentía que la vocecita en mi cabeza sólo me gritaba: «No lo pienses, ¡sólo corre!» La zanahoria me miró con reproche… y por supuesto, mi asombro no hacía más que crecer. ¿Veinte años y no había besado? ¡Demonios! ¿Qué pasaba con los hombres? Si es que existían en la civilización de dónde ella venía… Era una chica hermosa, sagaz, lista… y completamente inocente. ¿Por qué a mí? ¿Era una maldición o algo así? Quizás estaba pagando un horrible pecado de mi vida pasada. —No ando besando a la gente sin siquiera conocerla, no como otros —tocó nuevamente sus labios y las ganas de atacarlos, volvieron con fuerza renovada. ¿Desde cuándo me gustaba darle lecciones de besos a chicas inexpertas? ¡Nada en mi vida tenía un jodido sentido! "Vamos, Alan, sal de ahí de inmediato" ordenaba la voz en mi cabeza, pero mis pies eran incapaces de moverse. ¿Sería una complicación involucrarme con ella? Luego de lo que había pasado con Leilah, me había prometido a mí mismo no pensar en alguna mujer. A no ser, claro, que sea para una noche solamente. Sin embargo, nunca había sido mi fuerte las chicas inocentes o que al menos aparentaban serlo. Prefería la experiencia y una mujer que no hiciera preguntas innecesarias. Así como Kristen. —Yo… lo siento —di un paso atrás, pasando las manos por mis cabellos. Me sentía extraño y curiosamente incómodo—. No sé qué me pasó, tampoco ando besando a cualquier chica que se me cruce en el camino, fue una tontería. —Ah… —apretó los labios en una fina línea, desviando la mirada de manera incómoda. ¿Y ahora qué diablos le ocurría? —Oye, sólo quería saber por qué actuaste de esa manera en el avión —solté un enorme suspiro, el espacio tan encerrado comenzaba a sofocarme—. Pero antes de eso… ¿podemos salir de aquí? Para mi sorpresa, su gesto se ensombreció y ni siquiera supe el porqué. Esa pelirroja era muy difícil de descifrar. —Creí que habías dicho que sólo era un baño —se encogió de hombros, luciendo bastante descontenta—. ¿Ahora resulta que te incomoda? ¿Por qué? ¿Por qué no te besé como esperabas? ¿Porque no pudiste subirme la falda para acariciarme el culo? Sus palabras me dejaron boquiabierto. ¿Por qué decía eso? ¿Ahora actuaba ofendida por mi comportamiento? ¿Pero qué demonios quería de mí esa zanahoria demente? —Estás realmente loca —bufé sonoramente, abriendo la puerta del cubículo para salir huyendo de allí—. ¿Sabes qué? No me interesa nada de lo que tenga que ver contigo. Eres una niñita extraña y eso me causa tirria. Se volvió a mí con enfado, sorprendiéndome un poco. —No soy una niña, Alan —sus palabras y la manera de decirlo, me dejaron estático—. ¿Tienes miedo de mí ahora? ¡Y yo que pensé que eras un hombre de verdad! Alcé una ceja. ¿Acaso quería retarme? ¡No tenía idea de con quién se estaba metiendo! Caminé hacia ella y volví a acorralarla. Sus pupilas se dilataron y su respiración se aceleró de inmediato. Exudaba tanta sensualidad, que estuve a punto de cometer una locura. —¿Y quién dice que tengo miedo? —reté, mirándola fijamente a los ojos. Ella entreabrió sus labios y mi boca se sintió seca de inmediato. ¿Por qué me sentía así con ella? Ni idea, pero no iba a pararme a pensarlo. Solo quería sentir nuevamente sus labios, era como un deseo casi doloroso. —¿Podrías echarte un poco para allá? —de repente me empujó por el pecho con sus pequeñas manos—. Tu celular me está presionando la pierna y… Fruncí el ceño y miré casi boquiabierto la erección atrapada entre mis pantalones. ¿En qué momento había…? ¡Mi celular! Ella, al darse cuenta de la verdadera situación, abrió la boca y su rostro se tornó al color de los tomates, cubriéndolo con ambas manos. ¿Y adivinen qué? ¡Esa jodida visión no hizo más que excitarme de manera aún peor! Estaba perdido. ¡Perdido! —¿E-e… estás…? —titubeó, luciendo como una niñita asustada—. Alan… ¿v-vas a hacerme d-daño? Espera, ¿qué? Sus palabras nuevamente me hicieron fruncir el ceño. ¿Por qué diablos se le había ocurrido semejante absurdo? ¡Si era incapaz de algo así! —¿Por qué habría de hacerte daño? —me acerqué a ella y quité las manos de su rostro. Mordió su labio y me miró a través de las pestañas. Se veía terriblemente encantadora—. Oye… ¿acaso alguien te ha hecho daño de esa manera? No pude evitar fruncir el ceño, por la sensación extraña que se apoderó en mí de repente. ¿Pero qué diablos? Ella frunció el ceño a su vez y sacudió la cabeza rápidamente, provocando que tragara saliva. ¿Debía creerle? Parecía convincente… Demonios, ¿cómo terminé metido en esta situación? Sus ojos brillaban, sus labios seguían entreabiertos y su respiración nuevamente chocaba contra la mía. "Alan, Alan, Alan, debes salir de aquí lo antes posible", gritaba mi conciencia y por primera vez en mi vida, le hice caso. Solté sus muñecas y terminé de salir del baño, ante su mirada fija y extrañamente calculadora. Apenas me liberé de su intensa aura, me sentí nuevamente dueño de mí. La cordura entró de nuevo en mi cabeza y por fin, pude soltar un enorme suspiro. Cuando volteé a verla, ella estaba saliendo del baño, sin siquiera mirar hacia atrás una sola vez. Pasé las manos por mi cabello, sintiéndome un poco frustrado por la situación. ¿Qué demonios había ocurrido allí dentro? ¡Fue como si no tuviese control sobre mí mismo para nada! Nunca antes me había ocurrido y la sensación de indefensión, me aterraba. Estaba seguro que si hubiese sido cualquier otra chica, hubiésemos terminado enredados en ese estrecho cubículo, con su pierna resbalando sobre mis caderas, mientras sostenía la suyas y la penetraba… Carraspeé incómodo por el cúmulo de pensamientos nada inocentes que cruzaron por mi cabeza. No entendía por qué precisamente ella, una chica tan extraña y cursi, me provocaba tanto con ese inocente candor. ¡Nunca una chica de esa clase había despertado eso ni nada en mí! ¿Acaso me había vuelto loco? "Es hija del señor Dante, olvídate de eso, Alan", reprochaba mi conciencia con fervor, pero una cosa era lo que decía mi cabeza y otra mi entrepierna. Era una especie de instinto salvaje que apenas podía controlar. No podía permitirme perderlo con ella o estaba seguro de que las cosas terminarían mal para ambos y yo ya estaba harto de los problemas con las relaciones y esas cosas. Apenas comenzaba a trabajar allí, no necesitaba complicarme la vida y por supuesto, no sería con la hija de mi jefe. —Debo salir de aquí —pasé las manos por mis cabellos, finalmente dando pasos rápidos hacia la salida con la intención de no volver a cometer una locura.
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