A las dos de la tarde me llamó Sally, mi asistente, recordándome la reunión con el señor Dante y nuestro nuevo cliente.
Le agradecí y me dirigí de inmediato a la oficina del señor Dante, no sin antes recordarle a Alanys que debía llevarnos café y llevarlo a la sala de juntas, donde había sido reprogramada la reunión.
—¿Que no pueden servirse ustedes mismos? —murmuró de manera molesta.
—Haz tu trabajo y listo —espeté antes de colgar el aparato, alcanzando a oír un sonoro bufido.
Por supuesto, el señor Dante me recibió con una enorme sonrisa, el hombre no había llegado todavía y eso me llenaba de alivio, me gustaba ser puntual en mi trabajo.
Además, estaba algo entusiasmado con este caso.
—Kubert Martin llegará dentro de poco —me informó, señalándome una silla frente a la mesa de la sala de juntas, sorprendiéndome un poco al encontrarnos nosotros dos solos.
—Pensé que iban a venir los demás socios —mencioné algo curioso y el Señor Dante tosió sonoramente.
—Nuestro cliente prefiere hacer esto de la manera más discreta posible —informó y asentí con la cabeza—, el asunto es un poco serio y debo ponerte al tanto antes de tratar con él.
—¿Qué tan serio es? —pregunté, revisando los papeles que me entregaba.
Estaba acostumbrado a bastantes clientes que cometen delitos menores o infracciones, nunca me había tocado alguno con algún crimen grave o similar, pero supongo que algún día me llegaría uno y la verdad, no sabía cómo lo iba a afrontar.
—El señor Martín es acusado de acoso y estupro —dijo y alcé la vista un poco alarmado, pero me repuse rápidamente, tratando de mantener una apariencia profesional.
Muchos de los clientes con los que trataba eran inocentes, quería pensar que esto era el mismo caso, pero como abogado de una firma, no sabía si era capaz de negarme al ser mi primer caso en Nueva York.
El señor Dante me había confiado este caso y no podía defraudarlo.
Miré el perfil del hombre y traté de no tener prejuicio contra él, ya que seríamos sus abogados defensores y esa palabra no debía existir, pero no podía evitarlo, había algo en sus ojos que no me agradaba para nada.
Esa sensación se intensificó al conocer al hombre en persona, quién me miró con una sonrisita que me causó desagrado, pero que tuve que corresponder, al mismo tiempo que estrechaba su mano.
—Soy Kubert Martin —sonrío de manera felina, extendiendo su mano.
Sus ojos se desviaron detrás de mí y tuve un extraño presentimiento al creer conocer a la persona que estaba mirando con tanto interés.
—Buenas tardes, aquí les traigo su café —dijo Alanys con fingida amabilidad, sosteniendo una bandeja con tres tazas.
—Hola… ¡Auch! —exclamó el hombre cuando apreté su mano con demasiada fuerza.
—Lo siento, señor —traté de enfocarme pero no pude evitar mirar de reojo a una chica que se veía encantadora con esa blusa blanca.
—No te preocupes, muchacho, esas cosas suelen pasar —dijo el hombre, sin quitar su vista de Alanys, cosa que provocó algo extraño en mi estómago—. Señorita, disculpe —le habló a la pelirroja y esta alzó la vista hacia él.
—Dígame, señor —dijo algo seria.
—Podrías traerme unos bizcochos también? —la barrió con la mirada y tuve que apretar los dientes para evitar soltar una barbaridad.
¿Qué le ocurría a ese tipo? ¿Con qué derecho se creía de mirarla?
Me parecía un tanto hipócrita el tener esos pensamientos, ya que hacía poco tiempo la había acorralado nuevamente, pero esta vez dentro de un ascensor. Sin embargo, los ojos de ese tipo eran perversos y lograba notar a Alanys incómoda, por lo que no pude evitar salir en su defensa.
—Ya puede retirarse, señorita —hablé rápidamente y ella me miró algo sobresaltada—. Empecemos con los pormenores del caso, ¿están de acuerdo?
Esta vez me volví hacia el señor Dante y este parecía no haberse dado cuenta de nada, lo que me hacía sentir aún más irritado. Debió haber visto la forma en cómo miraba su hija, simplemente daba asco.
Ella se fue rápidamente, podía notar su incomodidad a leguas y me sentí mal, tenía ganas de hablar con el señor Dante a solas y pedirle no llevar el caso de este hombre, pero me había dicho que era un caso importante y además de que un tipo muy poderoso, pero eso a mí me importaba un cacahuate.
Sin embargo, no abrí la boca y estuvimos discutiendo el caso y la mejor manera de llevar la defensa para su juicio, que sería en apenas quince días.
Algo no andaba bien y no pude evitar aflojarme la corbata un poco para tratar de aliviar la incomodidad, me sentía mal y aunque sabía que era mi deber defenderlo, no quería hacerlo.
No sabía si el señor Dante se opondría o simplemente, lo dejaría pasar.
Luego de una hora de esa tediosa reunión, salí de allí y de inmediato vi a Alanys hablando con una de las secretarias, creo que era la del jefe del departamento financiero.
Apenas me vio, cambió su expresión a una menos afable y rápidamente se alejó del otro lado de donde me encontraba, como para darme a demostrar que no quería estar cerca de mí.
—Alanys —la llamé con voz firme y se frenó, pero ni siquiera se volvió hacia mí. Me daba la espalda y eso me parecía una falta de modales—. ¿Podrías venir a mi oficina? Necesito hablar contigo.
La vi apretar los dientes y luego se encaminó al sitio que ambos conocíamos y donde nos habíamos besado también.
No quería recordar eso, porque estaba seguro de que no podría resistirme a ella si la tenía nuevamente a solas. Era un peligro para mí y debía alejarme, pero parecía que mi cuerpo pedía precisamente lo contrario y no sabía qué hacer para controlarme.
—¿Qué desea, señor Beresford? —dijo con tono impersonal, dándome la espalda nuevamente.
—¿Podrías voltear a verme? —solté un suspiro, tratando de que "don amable" saliera a flote, pero con esa su actitud arisca se me hacía prácticamente imposible—. Alanys, por favor.
Solté un suspiro. Alguien tenía que ceder.
Volteó a verme con desconfianza, dejó de apretar los puños a sus costados y pareció más dispuesta a escucharme, pero de pronto empezó a morder su labio y tuve que tomar una bocanada de aire para controlar las absurdas ganas que me daban de devorarle la boca.
—¿Qué desea, señor Beresford? —no me gustaba mucho el "señor", pero lo iba a dejar pasar por ahora.
—¿Estás bien? —no sabía cómo abordar el tema del hombre ése, pero sabía que se había incomodado y no me gustaba verla así, por muy estúpido que sonara.
—Lo estoy, ¿por qué? —alzó una ceja, mirándome con curiosidad.
Su respuesta me dejó algo descolocado. ¿Por qué actuaba como si nada hubiera pasado? ¿Acaso sólo eran imaginaciones mías?
—¿Cómo que por qué? —no pude evitar decir, acercándome más a ella—. Yo… te noté incómoda cuando ese cliente de tu padre…
No pude continuar, aunque ella trataba de permanecer impasible, sus ojos no pudieron mentirme. Carraspeé incómodo, viendo que eso que había pasado en la sala de juntas, la tenía de por sí, bastante perturbada.
—No se acerque a mí nuevamente —dijo de manera seria, evitando mirarme a los ojos—. No quiero que se tome atribuciones que nadie le ha dado y acercarse a mí de esa forma, no es apropiado.
Tragué saliva incómodo, sabiendo que tenía la razón, pero me era imposible alejarme de ella ahora.
Moría por besarla, sentía un fuego recorrerme entero como la lava, con solo ver cómo mordía sus sensuales labios y desviaba la mirada, teniendo las mejillas ligeramente sonrojadas.
—Bien, no me acercaré de nuevo a ti con ninguna oscura intención —fueron las palabras más difíciles que me tocó decir alguna vez, pero necesitaba que se relajara en estos momentos—. A cambio, vas a decirme la verdad respecto al señor Kubert.
—¿A quién? —frunció el ceño sin entender.
—El hombre que estaba en la oficina de tu padre —aclaré y vi que mis palabras la habían hecho palidecer—. ¿Alanys?
Ella dio un paso atrás y noté sus manos temblar. ¿Cómo podía decirme que nada pasaba? ¡Se había vuelto un manojo de nervios con su sola mención!
—Nada pasa con él, es solo un hombre que se cree importante porque tiene mucho dinero —habló de manera acelerada, evidentemente incómoda—. De todos modos, de nada sirve que diga algo, mi padre…
Se detuvo y abrió mucho los ojos, al darse cuenta de lo que había dicho.
Tragué saliva para bajar el nudo que se había formado en mi garganta. ¿Qué diablos acababa de decir?
—¿Tú padre? —cuestioné incrédulo, mirándola con atención—. ¿Qué hay con él?
—Nada, nada —negó rápidamente y supe que mentía.
Era abogado, por amor a Dios.
—¿Nada? —me retracté de lo que había dicho de no acercarme y me puse demasiado cerca, sintiendo plenamente su agitada respiración—. ¿Por qué siento que me ocultas algo? Alanys, sé cuando la gente miente y me doy cuenta de lo nerviosa que estás.
—Ya te dije que no es nada…
—Sí lo es —la interrumpí, no dejaría que se escabullera esta vez—. ¿Es que acaso… esto lo has vivido antes y tu padre no te ha creído?
Tuve una especie de revelación o algo así y de pronto me sentí enfermo. ¿Acaso eso era? Dios, no quería ni imaginarlo.
—¡Ya te dije que no es así! —espetó, soltándose de mi agarre—. Deja de inventar cosas, Alan, eso que viste no es nada, ¡nada!
Se alejó de mí y salió airada de la oficina, con el rostro completamente enrojecido. No me gustaba la manera en la que había reaccionado, me causaba demasiado resquemor.
Era obvio que allí había algo y estaba indeciso de si debía averiguar el por qué.
Sin embargo, tenía bastante trabajo y en vez de comerme la cabeza con algo que no era de mi incumbencia, decidí pasarlo por alto y encerrarme en mi oficina para terminar los pendientes.
Total, Kubert Martin no era el único caso en mis manos.
**
A la hora de la salida, noté que la mayoría de las oficinas estaban vacías y que el puesto de Alanys también.
Miré hacia varios lados, buscándola, pero no la encontré. Parecía que se había ido temprano y ni siquiera tuvo la decencia de informarlo, pero dadas las circunstancias, no era tan descabellado.
Tomé mis cosas y me dirigí hacia el ascensor, mirando la hora. Apenas eran las cinco y media, pero me sentía cansado y solo quería llegar a mi apartamento para dormir.
Llegué a la salida y una cabellera roja llamó mi atención de inmediato, haciendo que dirigiera mi vista hacia ella.
Alanys caminaba por la acera con paso mesurado, parecía dirigirse a la avenida 4th y eso me extrañó un poco, tenía entendido que su casa no quedaba en esa dirección. Además, ella tenía a uno de los chóferes de su padre, era extraño que anduviese a pie.
Me olvidé de mi auto y la seguí, sin saber muy bien si era una buena idea o qué le diría. En verdad parecía un completo acosador, pero me olvidé de todo eso al ver una figura conocida que comenzó a caminar detrás de ella.
—¿Qué hace ese tipo por aquí todavía? —hablé entre dientes para mí mismo, incrédulo al ver al tipejo ese de Kubert bajar de su auto y dirigirse con paso firme detrás de la pelirroja.
Me dio muy mala espina y pronto dejé de cuestionar mi proceder. Yo sería incapaz de hacerle daño a Alanys, pero este tipo me causaba demasiada desconfianza y temía que le hiciera algo.
La pelirroja ni siquiera se había dado cuenta de su presencia, seguía caminando por la acera de manera despreocupada, mientras veía al acecho al hombre ése, quién sabe con qué sucias intenciones.
Si estaba equivocado de mi presentimiento, seguiría de largo y buscaría mi auto, si no… sería capaz de cometer una locura y esa idea no me agradaba del todo.
Apuré mi paso, ya que Alanys se había dado cuenta de que el tipo la seguía y aunque quiso aparentar que estaba tranquila, empezó a caminar acelerada, viendo cada dos por tres hacia atrás.
Eso no impidió que el sujeto la siguiera como si se tratara de su sombra, yo estaba a la espera de que algo ocurriera, pero pasaron los minutos y seguíamos igual: yo persiguiendo al tipo ese que perseguía a Alanys, mientras ella caminaba de manera acelerada sin un rumbo concreto.
Pronto, algo cambió. Alanys se desvió hacia unos callejones poco concurridos y estuve a punto de palmear mi frente. ¿Por qué diantres se le había ocurrido ir por allí?
Quería llamar a la policía, pero debía asegurarme de que ese tipo no se acercara a ella o me tendría encima, rompiéndole toda su fea cara.
—No vayas por ahí Aly, maldición —refunfuñé, cuando se metió a una callejuela sin salida y el tipo ése apuró el paso.
Aún me quedaban varios metros para alcanzarlos, por lo que tuve que comenzar a correr, antes de que ocurriera alguna desgracia.
Comencé a hiperventilar y a sudar por la corrida, llegando justo a tiempo para encontrar al tipo acorralando a Alanys contra una pared, mientras le tapaba la boca con una mano y con la otra, trataba de subirle la falda.
Su expresión de horror anudó mi garganta y me acerqué rápidamente a ellos, tomando al tipo con ambas manos y alejándolo de ella, para luego asestarle un golpe en plena mandíbula que lo hizo caer al suelo.
—¿Qué demonios…? —jamás olvidaría la expresión de su rostro, era la de un hombre que había sido agarrado con las manos en la masa, a punto de cometer una locura—. ¡Tú!
—Sí, soy yo, maldita basura —espeté, dándole otro golpe que lo hizo gemir de dolor—. Sabía que no eras de fiar. ¡Ahora te pudrirás en la cárcel por degenerado!
—¡Tú no entiendes! —exclamó desesperado—. Escúchame…
—¡Lo que entiendo es que eres un maldito asqueroso! —escupí con desprecio—. Ahora mismo llamaré a la policía, bastardo.
—Por favor, no…
—Alan… —escuché la voz de Alanys y me volví a ella de inmediato con preocupación, sobre todo porque sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Aly —me acerqué a ella y limpié sus mejillas, pero comenzó a sollozar y no se me ocurrió otra cosa que envolverla entre mis brazos para darle consuelo—. No te preguntaré si estás bien, es obvio que no lo estás.
Negó con la cabeza y de pronto quise golpear a ese maldito de Kubert Martin hasta que me sangraran las manos. El muy malnacido había llamado a sus guardaespaldas con intenciones de llevárselo, pero les advertí que había llamado a la policía por un crimen grave.
Ellos llegaron segundos después y tuve que declarar lo sucedido, al igual que esa pelirroja que aún temblaba entre mis brazos.
Comenzó a llover y tuve que llevarme a Alanys rápidamente para tomar un taxi, luego buscaría mi auto, lo importante era llevarla a su casa a salvo. Además, debía hablar seriamente con el señor Dante.
—Ya estás bien —froté sus brazos para darle calor. La verdad, nunca había sido tan atento con una chica, pero la verdad… ella ameritaba en esos momentos alguien que le diera seguridad y estaba más que dispuesto a ser esa persona.
—Quiero irme de aquí —susurró con voz rota y no pude menos que asentir con la cabeza—. ¿P-puedes… quedarte conmigo?
Me miró ansiosa con esos ojos llorosos y no pude resistirme, nuevamente limpié sus mejillas y le di un beso en la frente antes de decir:
—Está bien.