Al día siguiente: 11 de junio
«¿Cómo fue que llegue a esto?» Me reclamo cuando me miro frente al espejo de esta habitación cuando finalmente él se ha marchado. Miro las marcas en mis muñecas y siento que he cometido el peor error de mi vida. Las lágrimas ya son una costumbre cuando él se va y yo hago un recuento de los daños… Trato de ser fuerte y no olvidar porque lo hice y respiro profundo para ir al baño.
Cierro la puerta detrás de mí por si acaso él vuelve a entrar, y me subo sobre la encimera para tantear el espacio de la lampara que hay encima del espejo y busco la pequeña bolsa que escondí. Una vez que la encuentro, la abro y saco una de las píldoras. Una vez que la tengo en mi mano, vuelvo a guardar la bolsa en su lugar y me bajo de la encimera. Pongo la píldora en mi boca y de inmediato salgo a la habitación para tomar algo de agua y poder así ingerirla.
«Nunca en mi vida voy a tener un hijo tuyo» Declaro en mi mente y nuevamente el llanto gana.
Tomo fuerzas de donde no las tengo para ir a ducharme, me duele verme así, me da rabia tener que haber cedido a esto, pero era la única salida que me quedaba. No podía permitir que las cosas se quedaran así. Abro el grifo del agua y me meto bajo la cascada sintiendo como mi espalda arde y no entiendo por qué. Aguanto el dolor hasta que me termino de duchar, y una vez que lo hago me envuelvo en una toalla y salgo de aquí. Al pararme frente al espejo bajo la toalla y me doy vuelta para verme y mi mirada por encima de mis hombros se percata de las lastimaduras que dejo ese maldito látigo que ahora entiendo forma parte de otra de sus asquerosas perversiones.
«Vas a pagar por esto y por todo lo que me estás haciendo, lo juro» Es una promesa conmigo misma que pienso cumplir sin importarme lo que deba hacer.
Mi mundo de pensamientos se ve interrumpido cuando escucho que suena mi celular y rápidamente salgo de aquí para ir a ver quien es. No hago más que ver ese falso nombre femenino en la pantalla y temblar de pies a cabeza “Sofía llamando”. Respiro profundo y por primera vez tomo el valor para contestarle.
—Hola— Saludo tratando de que él no escuche como me encuentro.
—Veámonos por favor, Zehra, no puedo seguir así, necesito saber que ocurre— Me pide Jordán y sé que también está desesperado.
—¿Dónde es la reunión?— Inquiero en clave ya que sospecho que Leonardo ha instalado micrófonos en la habitación.
—No puedes hablar ¿no?— Cuestiona.
—Algo así— Me limito a decirle.
—En nuestra terraza a las cuatro— Señala.
—Está bien, llevare los documentos— Disimulo.
Escucho su respiración del otro lado y me duele porque recuerda a como respiraba cuando caíamos rendidos en la cama después de amarnos como dos locos —Te amo— Declara finalmente y una lagrima más cae por mi mejilla.
—Igualmente— Es lo único que puedo decirle y corto para no ser débil.
No puedo más con todo esto, lo necesito como nunca, pero también sé que acercarme a él es peligroso… «Necesitas verlo, hablar con él, no lo hagas sufrir más» Me grita mi subconsciente y supongo que es lo más coherente.
[…]
Caminar por esta casa es como pasearme por los pasillos de un antiguo palacio donde en vez de haber gente, hay súbditos. Cada uno de los empleados de aquí vive para cumplir los caprichos de él y por ende los míos. Yo solo quiero que me dejen sola y beber este café como si fuera la medicina a todos mis males. Nadie entiende que el dinero sucio de Leonardo no es lo que hizo que me casara con él. Mis razones son mucho más fuertes, pero aparentar ser la típica mujer que siempre quiere más poder ha sido una fachada perfecta.
Bajo la atenta mirada de todos, vacío mi taza y la dejo sobre la mesa para comenzar un día más en la empresa. Trato de acostumbrarme al dolor que siento cuando la tela del vestido roza con mi piel y me levanto de la silla fingiendo que todo esta perfecto. Saludo fríamente a quienes me encuentro en el camino hasta salir de la casa y finalmente encontrarme con una cara familiar.
—Buenos días, Fabián— Lo saludo como cada mañana.
—Buenos días, señora Zehra, ¿se encuentra bien?— Inquiere mirándome por el espejo retrovisor.
Asiento y una vez más finjo —Si Fabián, estoy bien— Le miento.
Él solo me sonríe —¿La llevo a la empresa?—
—Por favor— Le pido y me coloco mis lentes de sol para oscurecer este mundo, aunque para mí el gris ya se ha convertido en algo de todos los días.
[…]
Las hojas de balance, los contratos, y los reportes de los gerentes de las diferentes áreas de la empresa, se vuelven algo sin sentido cuando a cada momento veo la hora y me doy cuenta de que se va acercando el momento de hablar con él.
Respiro profundo y llamo a Fabián por la línea directa de la empresa —Señora Zehra, ¿ya nos vamos?— Me pregunta.
—Me voy yo sola, tomate el resto de la tarde libre y llévate el coche ¿si?— Le pido.
—¿Qué?— Inquiere.
—No le digas nada a mi esposo, si te llama me llevaste a una reunión ¿de acuerdo?— Continuo.
—¿Quiere que este por la noche en la casa? Si quiere me dice la hora y la busco en alguna parte para llevarla y que no tenga problemas— Me ofrece robándome la primera sonrisa de este día.
—¿De verdad harías eso?— Averiguo.
—Es como una hija para mí, lo sabe— Lo escucho y sonrió.
—Gracias—
—No hay de que, usted solamente llámeme— Insiste.
—Eres el mejor— Susurro y cuelgo la llamada para luego buscar mi bolso, apagar mi celular, y caminar para salir de esta oficina e ir a buscar el auto que he dejado estacionado en el garaje del otro edificio, uno del que nadie sabe su existencia más que yo.