Capítulo 1

1772 Words
¿Dónde nos quedamos? ¡Ah sí! Ya lo recordé, ese momento en dónde bese a mi tutor, mi posible padre y el mejor amigo de mi madre. Para llegar a este momento en dónde estoy a un paso de la inconsciencia, debemos rebobinar de cómo llegué ahí. Todo comenzó desde hace seis meses, mi vida comenzó a derrumbarse unos años antes sin que me diera cuenta, como ese volcán de arena que le cae la lluvía a diario y la arena se desliza poco a poco, te das cuenta de lo que sucede hasta que ya es demasiado tarde y toda la mayor parte de la arena ha desaparecido. Mi último juego, ese fue el principio del fin... Este preciso momento fue el que cambió mi vida, antes de mi cumpleaños número veintiuno. —¡Megan! ¡Es hora de salir!  La voz de Mikaela hizo que bajará mi blusa de inmediato, sentía demasiado dolor en mi abdomen, pero no podía dejar a las chicas en un juego tan importante, mi madre Elizabeth estaba aquí para verme, tenía que salir y hacer mi mejor juego; evite colocar una venda porque estorbaría en mis movimientos, necesitaba usar todo mi cuerpo.  Solo serán unos minutos, cuatro periodos de diez minutos y será suficiente para recuperarme con el descanso, no sonaba tan mal, podía hacerlo, el equipo contaba conmigo, debíamos ganar la final.  Cuando estuve preparada salí a la cancha de baloncesto, el lugar estaba casi lleno, era la final y había sido una buena temporada para el equipo hasta sentía que podía derrotar a LeBron James si se presentará a nuestra cancha.  —La entrenadora está por allá —me habló Mikaela al llegar a mi lado, esquivé su abrazo, ella solía ser demasiado cariñosa y siempre me quiere abrazar, dice que somos hermanas solo por ser negra. La entrenadora nos dió las indicaciones de las jugadas y algunas palabras de aliento antes de dejarnos salir, todas nos colocamos en nuestras posiciones y el juego comenzó cuando el marcador señaló, intentaba concentrarme en lo que sucedía en la cancha evitando sentir esa carga sobre mis hombros de ser la capitana del equipo y llevarlos a la victoria, no recuerdo cuando dejó de ser solo un hobbie y se convirtió en una responsabilidad, era divertido cuando jugaba en las canchas de la escuela o los fines de semana con Alex en el parque y luego íbamos por hamburguesas.  ¿En qué momento dejó de ser divertido?  Eran los últimos minutos del partido, íbamos abajo por un punto, necesitaba encestar, me estiré la chica del equipo contrario intentó bloquearme, ví su brazo llegar a mi abdomen y como un reflejó lo esquive, perdí el equilibrio al bajar y había saltado demasiado alto, caí al suelo con las piernas abiertas, tardé un segundo en sentír el dolor en mi pierna.  —¡Aahh! —grité por el dolor punzante, no sabía de dónde provenía, de mi pierna que no podía mover o de mi abdomen que ardía con intensidad, detuvieron el juego y los primero auxilios llegaron y me llevaron en una camilla, se detuvieron cerca de los vestidores. ¡Maldición! ¡No podía creer que había arruinado un juego tan importante!  Disimulé un poco el dolor en mi abdomen y el joven paramédico inexperto solo se concentró en mi pie, mi madre llegó de prisa, sabía que no tardaría, ella se preocupa demasiado por estas cosas.  —Señora, no puede pasar —La detuvo el chico castaño con el uniforme, ese mismo que me había revisado, creo que tenía mi edad.  —Si no quieres enfrentarte a una demanda, será mejor que te hagas a un lado.  El pobre chico levantó las manos y se hizo a un lado, ella me tomó las mejillas como si ahí estuviera lastimada, gracias a Dios no era mi pierna porque dolía demasiado.  —Aquí estoy, Bubú —comentó —. ¿Cómo te sientes? ¿Qué pasó?  —Estoy bien, mamá —hablé con los labios unidos porque mis mejillas estaban apretadas por sus mejillas —. Y ya te dije que no me llames así frente a los demás.  —Aquí no hay nadie más —bufó molesta, señalé al chico detrás que intentaba disimular no escuchar la conversación —. Él no cuenta, se supone que debería hacer su trabajo —amenazó —. Solo me dejaron pasar a mí, Robert y Alex están afuera, dicen que te llevarán al hospital para descartar una fractura, te voy a acompañar.  —Mamá, por favor, no hagas una escena —le pedí —. Me llevarán al hospital, ve con Ro y dile a Alex que estoy bien.  Mamá me hizo esa mirada de que no entendía nada de lo que le estaba pidiendo, cuando era pequeña permitía todo para que estuviera tranquila, pero desde que cumplí la mayoría de edad, he puesto límtes, me ha costado demasiado, aunque al final llegamos a un punto medio con la ayuda de Ro; ahora no iba a dejar que armará una escena en el hospital, así que le señalé la puerta y al darse cuenta que no la dejaría subir a la ambulancia se dio la vuelta para irse, el paramédico sonrió cuando empujó la camilla afuera.  —Parece que te cuidan mucho.  —Ni te imaginas —suspiré.  —Creí que eran primas o hermanas —mencionó —. Parecen de la misma edad —. Abrí los ojos incrédula por lo que acababa de decir, ¿me dijo que me veo anciana? El chico se dio cuenta e intentó corregir. —Quiero decir que, su mamá se ve muy joven, nunca imaginaría que fuera su madre, usted también se ve joven, no es que sea muy grande, quiero decir que las dos son jóvenes y bonitas.  Afortunadamente, un hombre mayor llegó a ayudarlo a subirme, me quejé al sentir el movimiento brusco cuando me subieron, el hombre mayor era el conductor y el chico subió conmigo, cerró las puertas y se acercó.  —No quiero que piense que la estoy acosando, decirle bonita no quiere decir que quiera algo con usted, tampoco es que no quiera nada con usted, es solo que en este momento estoy en mi trabajo.  —Me puede dar algo para el dolor —intervine, estaba cansada de escuchar sus estúpidas excusas. En el hospital me hicieron un exámen médico completo, el doctor no preguntó por mi hematoma en el abdomen, pero lo tomó en cuenta para las radiografías, la enfermera informó que mi familia y las chicas del equipo habían llegado, parece que la sala de espera estaba llena, al terminar todos los exámenes me llevaron a una habitación, el dolor comenzaba de nuevo, estaba cansada de estar en ese lugar y muy impaciente por saber porque el médico tardaba tanto, la enfermera entró a la habitación y la detuve.  —Señorita, usted sabe, ¿cuándo me dejarán ir?  —El médico vendrá en un minuto.  Ella salió y sentí como mis entrañas se retorcieron, la presión en mi pecho y las náuseas estaban presentes, ¿qué pasa si él sabe algo? ¿Sé lo habrá dicho a mi madre? No quiero que ella se enteré primero y de un desconocido, no tiene derecho a hacerlo, estoy consciente y debe decirme todo primero a mí. El miedo, la frustración e impaciencia estaban tan presentes que deje de sentir el dolor en mi pierna, me sentí mareada cuando el médico entró a la habitación, un joven de cabello rubio y bata blanca, en sus manos traía varios papeles, no me miró, sus ojos estaban fijos en esos papeles.  —Señorita Megan Pierce, veinte años, soltera, jugadora profesional de baloncesto.  —Soy yo —respondí —. Me puede decir, ¿qué está pasando? ¿Por qué no me dejan ir?  —Señorita Pierce, lamento informarle que tiene una fractura en el tobillo con desgarró en tres ligamentos principales de la rodilla, necesitamos su autorización para la operación.  —Bien, hágalo —escupí furiosa, me había hecho esperar demasiado solo para decirme esa tontería de operarme.  —Señorita Pierce, creo que no está entendiendo muy bien lo que sucede —continuó —. La operación siempre lleva un riesgo alto y aunque la recuperación sea tardada, hay altas posibilidades de que los movimientos que pueda realizar después sean limitados.  —Me está diciendo que no volveré a jugar baloncesto —cuestioné.  Sabía la respuesta a esa duda, pero quería escucharlo de él.  —Probablemente.  —¿Probablemente? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Volveré a jugar o no?  —No lo hará de forma profesional, su pierna no soportará tanto esfuerzo después del procedimiento —indicó —. Aunque existen casos en los que puede recuperarse al cien por ciento, todo depende de su cuerpo.  —¿A cuántos jugadores conoce que se recuperen al cien por ciento después de la operación?  —Si usted desea, le puedo traer una gráfica.  —No estoy hablando de gráficas —lo interrumpí —. Estoy hablando de que si usted ha hecho está operación y conoce a los jugadores que se recuperan y vuelven a jugar, ¿a cuántos conoce?  —Por el momento, a ninguno.  Sabía esa respuesta, se supone que es médico y debe hablarme con la verdad, no sé por qué se toma tantas molestías por intentar convencerme de que pueda volver a jugar en algún momento, es mentira.  —Le puedo dar unos minutos para pensarlo. —¿Y qué se supone que debo pensar? —reclamé —. Mi pierna está fracturada, usted ya lo dijo —exclamé furiosa —. Solo queda operar, hágalo y ya.  —Está bien, señorita.  —Y por favor, no le diga a mi familia hasta que haya salido de la intervención, dígales que fue una emergencia o algo así.  El médico salió de la habitación, le pidió a la enfermera que me preparará, ella entró con una bata, me ayudó a quitarme la ropa y colocarme la bata, se detuvo cuando vio un hematoma en mi espalda.  —Es por mis entrenamientos —me excusé.  Ella fingió una sonrisa y continuamos, no dijo nada por lo demás, tenía la sospecha que sabía que mentía, pero solo estaría con ella por unas horas, no es que le importará mi vida, al estar lista, me pidió que esperará en la camilla, apareció poco después y me llevaron al salón, esto era demasiado para un solo día, sabía que al despertar ya no volvería jugar y en este momento, no tenía idea de como sentirme al respecto.
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