111111

2509 Words
Habían pasado seis meses y seguía solo en casa, mirando las cortinas de colores que combinaban con las paredes blancas, los sillones de cuero que tanto le costaron a mi billetera y viendo nuestra serie favorita solo.  Mi correo no tenía ningún mensaje y mi teléfono tampoco tenía llamadas perdidas o correos de voz, incluso mi último mensaje con Paola se podía decir que era de un par de meses atrás cuando envió la foto de unas gaviotas sobre una vaca y le envié la foto de un c*****r.  El timbre de mi apartamento sonó y corriendo fui a abrir la puerta para ver quién estaba dispuesto a visitar a la persona desolada que me había convertido.  —Hola. —Dije cuando vi a mi padre y a mis primos en la entrada de mi casa, me alegré de ver a mi tío Alessandro estacionar porque mi papá, Ellis y Emilio son demasiado para mí solo en estos momentos.  —Hermano —Dijo el segundo de los primos Pieth, y hasta el momento el más promiscuo, Emilio se caracterizaba por su constante libertinaje y su atractivo. —¿Ves porno?  También está el factor estupidez.  —Emilio—Le regañó mi tío Alessandro quien se acercó a saludarme.  —No, imbécil, veo una serie.  Todos se colocaron enfrente de la pantalla y miraron el concurso de cocina antes de empezar a reírse.  —Eso es depresión. —Dijo Ellis, mi primo menor quien se acercó a mi refrigerador en busca de una cerveza.  —No estoy deprimido.  —Pasa de página.  —¡No, no, no, no! —Gritó mi padre. —A mí me encanta Pao, ella es la única que pisará mi casa.  —Bien, avísale. —Respondí y todos se quedaron en silencio. Vimos el programa de cocina hasta que inició un partido de golf, nunca logré entender por qué nos sentábamos a verlo por televisión, era el juego más aburrido que se televisaba y eso más que preocuparme me molesta, le di una mirada a mi  primo el cuál no paraba de mover sus dedos sobre el teclado del teléfono, Emilio sonrió y me  mostró la imagen de una mujer desnuda sobre una cama con las piernas abiertas, rodé mis ojos y  él soltó una de sus escandalosas carcajadas, en medio de su estupidez el celular se le cayó y todos nosotros reímos al ver la cara de mi tío al ver la foto. —A veces creo que te educó Alejandro. —Mi papá le quitó el teléfono a mi tío y sonrío.  —Cierto —Volví a reír ante el rostro de mi padre.  La visita de ese poco de charlatanes estuvo bastante interesante y reguerosa, para variar, cuando se fueron me volví a acostar sobre el sillón y vi a mi padre moverse a lo largo de la casa.  —¿Terminaron? —Preguntó.  Sabía que a eso había venido, pero me extrañaba que lo preguntara en privado.  ¿Qué creía que lloraría?  Llevábamos 20 años juntos, pero todos sabíamos que no era infinito.  —No.  Él asintió y se sentó sobre la mesa de madera y quitó mi brazo de mi frente.  —¿Entonces...? —Nada. —Respondí.  —¿Nada?  —Nada.  —¿¡Nada!? —Insistió y con cara de horror preguntó: —¡¿Ni sexo?! —No, papá.  —¿Ni te la jalas?  —Papá, no responderé más a tu entrevista.  Mi padre rió y acarició mi cabellera, sacó de detrás de su pantalón una revista.  —Piénsalo. —La señaló. —Bien.  Le llevé hasta la puerta y me fui directo a la cama, en espera de un sangriento accidente, de un choque múltiple, de mujeres con epidurales mal puestas, de hombres con tumores enormes, adolescentes con hemorragias cerebrales, no me gustan los niños enfermos, pero alguno con dolor de cabeza severo.  Soy un médico neurocirujano y jefe de un hospital, también su futuro heredero y ella cree que voy a irme  porque quiere ver cuadros extraños que  en realidad no entiende.  ¿Qué hago pensando cuando puedo tenerlo?    Estar en el hospital era reconfortante, ese maravilloso olor a aséptico, los médicos creyéndose súper héroes, las enfermeras coquetas, los microbiólogos... en su mayoría siniestros, los conserjes son bastante informativos  y finalmente los enfermos, mis favoritos. Llevo días sin saber de la mujer que es mi novia ya a quién en algún momento pensé que haba dejado de amar, pero no es así. La quiero, quiero estar con Paola pero no estoy listo para renunciar a mis sueños o permitirle renunciar a los suyos, es que ella no quiere ser mi esposa, la mamá de tres niños o una ama de casa aburrida, ella quiere ser libre, quiere ser una artista, ver pinturas y desayunar en un café pequeño más carbohidratos de los permitidos. Llevaba ochenta horas en el hospital, completamente productivas y maravillosas, hasta que mi tío, mi padre y mi abuelo aparecieron con su insistencia por mantener el bienestar de los empleados y liderar con el ejemplo, me pidieron que me fuera a casa, el último lugar en el que quiero estar sin ella, mi casa,  incluso mi abuelo pensionado había salido de la cama para que yo fuera de vuelta a la mía, logré escabullirme puesto que me metí en cirugías largas, en salones de clase que tiene el hospital y practiqué mis técnicas favoritas de sutura, dormí... hasta que me topé de frente a mi padre.  —Hijo, tengo una consulta para ti.  —Papá, soy tu jefe aquí. —Advertí y se rió.  —¿Qué quieres decir?  —Me gusta hablar de sexo, pero no contigo ni con Sofía. —Mi papá rió y me dio un golpe en el hombro.  —¿De quién crees que sacaste ese gusto?... Sofi y yo. Tomé las placas que me estaba enseñando y sonreí, tendría una larga y peligrosa operación, adrenalina pura, sangre, una aneurisma gigante solo para mí, podía oler la muerte en ese quirófano y sentirme bendecido y guiado por ángeles cuando lograra curar a mi paciente.  Llegamos a la habitación y estaba mi abuelo dentro con el paciente moribundo.  —¿Puedo asistir?  —No, tiene orden de no resucitar. —Respondió y me molesté. —¡j***r! Mi padre y mi abuelo negaron con la cabeza, ambos insistieron en que debía irme a casa, puesto que estaba irritable y un montón de tonterías propias de mi padre e impropias por parte de mi abuelo. De igual manera, insistían en que debía descansar, llevaba horas de pie y yo mentalmente pensaba en como ocupar mi cuerpo y mi mente.  —No iré a casa. —Dije antes de salir de la habitación y encontrarme de frente con mi madre y mi novia.  —¡Sorpresa! —Ambas al unísono.  Miré a Paola quien vestía un short de tela color café y una blusa corta color mostaza, tenía el pelo un poco más corto de forma asimétrica. —Hijo te ha estado esperando horas en casa. —Asentí y les saludé a ambas.  —Arturo ¿sabes todo lo que me maté para llegar aquí?—Preguntó mientras me abrazaba.  —No, mi amor, pero lo imagino. —Posó sus manos sobre mis mejillas y meneó mi cabeza.  —Necesitas dormir, comer, tomar un café que te traje y luego saldremos. ¿Qué quieres cenar?  La verdad es que es una horrible cocinera, espantosa, pero intentaba fingir que adoraba su comida todo el tiempo para no herir sus sentimientos ahora no estaba seguro de no querer herirle, menos con la escena que estaba montando.  ¿Usar a mis padres y comida? ¡Pecadora! —Doctor Pieth, ¡nuestro sueño! —Dijo la ortopedista, Mariela Baxton. —Viene un choque; huesos, sangre y nervios. Hay gente que parece muerta con la que podemos jugar.  —¡Dios ha escuchado nuestras  plegarias!—Quité las manos de mi novia de mis mejillas. — ¿Por qué no vas con tus papás y desayunamos mañana? ¿si? —Arturo... > se escuchó.  —Hermano... reza porque no estén muertos. —Dijo Fabricio  quien dio un golpe en mi hombro. —Lo siento, Pao.  Besé la mejilla de mi madre y la de Paola antes de iniciar mi caminata hacia las escaleras donde esperaban mis amigos cuando le escuché gritar, todos tenían sus ojos puestos en mí y yo no pude evitar sentirme con rabia al imaginar una escena amorosa en mi trabajo.  —¡Arturo! —Gritó Paola amenazante. —Arturo, te estoy hablando.  Me di media vuelta y me acerqué a ella, le señalé y levanté la ceja.  —¿Qué? —Gruñí.  —Prometimos que quedaríamos justo donde estábamos.  —Es lo que hago, estoy trabajando. Justo donde estaba.  —¡Arturo, lo prometiste! —dijo y señaló a Mariola con la cabeza. — ¿Es por ella?  —Ella está casada, tiene dos hijos. Tú y yo quedamos en retomarlo donde quedamos en cuatro meses, que no se te olvide. —Dije y me di media vuelta para caminar hacia las puertas de emergencias. Después de su espectáculo fuimos a revisar a los pacientes y llevamos a uno a sala de operaciones tenía una hemorragia, quemaduras y huesos rotos.  Pasé unas cuantas horas trabajando su hemorragia y luego me quedé a conversar con Mariola y Fab.  —Pieth ¿no deberías estar feliz tu amor volvió? Ve a casa. —Fijo mi amiga. —¿Volvió Paola? —Dijo Fabio asombrado.— ¡Vaya que tiene jocones! —Los tiene, ha venido con mi madre y algo tiene que ver mi padre.  —Es la nuera de ensueño. ¿Te vas a molestar por una escapada? —Bueno... Mi esposo compra joyas. —Respondió Mariola. — ¿Qué puede comprar ella? —Lencería —Dijo Fabricio.  Todos reímos y continuamos con la operación. Poco después salimos del lugar y nos dirigimos a los loqueros para cambiarnos.  Le dimos el baño a Mariola y Fabricio y yo nos arreglamos a fuera, cuando ella salió miró el reloj, luego nos observó a ambos y le sonreí, sabía que se quejaría porque estábamos más que combinados, entonces preguntó: —¿Qué hay con el n***o? —Matamos a personas todo el tiempo, eso hay. —¿Por eso estás deprimido siempre? —Le pregunté a Fabricio y negó con la cabeza. —Tengo una hija en la adolescencia y una novia que se comporta similar. —Aprende de Pieth y busca a las mayores. —Dijo Mariola y me guiñó un ojo.  —Lo siento, pero son siempre complicadas. —Quedó claro que somos las complicadas. Esa niña viajó horas Arturo. —Intervino mi madre. — H-O-R-A-S, para que si quiera la saludaras. No eres un niño y no me extrañaría que ahora quiera dejarte. ¡Tienes casi cuarenta! —Mamá, estoy trabajando. Mis amigos se disculparon y salieron. Posé mi mano sobre mi barbilla puesto que estaba convencido de que mi madre estaba completamente fuera de sí, en medio de mi historia con Paola estaba su unión con mi padre y aunque me sentía mal porque a veces creía que me comportaba como ellos, sabía que era la versión joven y más fiel, también me sentía feliz por no repetir la historia de mi tío Alessandro; casado por un negocio, un hijo y sin amor... —Tú estás por irte a casa. —No mamá; beberé, fumaré y quizá vaya a casa. —Arturo, no me retes. —Sofía, ya no es un crío—Le recordó mi padre. —Déjale. —Cállate. —Dijo mi madre a mi padre y le señaló con el dedo como si de su cachorro se tratara. —Arturo, le amas, te ama ¿Qué hay en medio? Quería eso, sentirme desesperado, querer cruzar el mundo por esa mujer, necesitar su oxígeno y dejar de sentirme tranquilo porque no enviaba mensajes a mi teléfono, quería que ella estuviese embobada por mí y yo por ella, que no hubiese dudas de que nos amábamos o condiciones, quería que la medicina no fuera mi prioridad y que las pinturas no se volvieran un tropiezo en nuestra relación. Sí, muy dama; quería flores, corazones... quiero ser lo único en la vida de esa mujer. —Mamá, tengo casi cuarenta. —Le recordé antes de salir de la habitación. Mis amigos estaban bajando las escaleras y les acompañé, los tres fuimos por una cerveza y unas hamburguesas reímos de las estupideces que Fabio dijo hasta que se fue, luego Mariola fue mi diversión puesto que conocía miles de ridículos que había cometido el cirujano plástico. —¿Qué pasa? —Nada... —¿Eso le dices a tus padres y a tu novia? —Asentí y reímos. —¿Sabes? Soy la que se queda en casa... Lo fui hasta que descubrí que mis hijos ya no tenían pesadillas en las noches, otra mujer calienta la cama de mi marido y que mis tetas no ven al suelo como pensaba. —Para tener tres hijos estás bien. —Gracias. —Dijo Mariola con su sonrisa más coqueta. —Arturo, si te casas ahora en eso te convertirás. Tú a mí no me engañas, tú no le amas a ella, amas la idea de tenerle. Además tiene cuarenta y cinco no quiere ningún bebé.  —Tú tampoco.  —No quieres casarte conmigo porque estoy casada, ni siquiera quieres echar un polvo conmigo.  —No eres tú, soy yo completamente. —Besé su mejilla y le hice una seña para que nos fuéramos.  Caminé hacia el lado contrario de mi casa y fui a un pequeño hotel, igual ya había bebido y no quería encontrarle en casa. .......La mañana siguiente..... A la mañana siguiente fui a mi apartamento temprano, me encontré en casa con mis suegros desayunando y mi novia pulcra mente vestida y arreglada. —Buen día. —Paola se acercó a repartir besos sobre mis mejillas. —Te extrañaba, lo juro. —¿Están tus padres...? —Mamá insistió en cocinar para nosotros.—Susurró. —Me comentó que te ha traído comida. —Sí y me envía correos de vez en cuando. Los padres de mi novia se despidieron y finalmente quedamos a solas. Tomé asiento y Paola insistió en servirme. Todo se sentía tan falso dentro de aquella casa, su cabello, su mirada, sus movimientos, el color de su ropa y todo en ella había dejado de ser lo que me encantaba, lo que deseaba ver, en cualquier época normal hubiese querido arrancarle la ropa y que me contara sobre su estúpido viaje, es más, no hubiese esperado seis meses para estar con ella porque le hubiese visitado cada dos semanas.  Hemos cambiado o tal vez ella lo había hecho por los dos. —Tengo manos —Le recordé. —Mi amor, trato de reivindicarme. —¿Por qué? ¿Por acostarte con tu agente o con quién fue?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD