En pleno desayuno, las miradas se sentían incómodas. Quería irme temprano, pero Maddox estuvo ahí, abrazando mi cintura para no abandonar la cama antes que él. ¿Qué haré ahora? Este silencio es terrible, mis manos toman con vergüenza la taza para llevarla a mis labios, mientras Zuria oculta su boca en plena risa. —¿Alguien va hablar? ¿Por qué están en silencio? —levantó la voz Maddox—. ¿Acaso no durmieron bien? —No tan bien como tu, cuñado —respondió Julián, procediendo a beber del zumo en su vaso—. Parece que la bala no fue impedimento para que tú y mi hermana tuvieran una buena noche. —¡Julián! —exclamó Zuria, enrojecida—. No le hagan caso, solo está bromeando. —No, esta vez no estoy haciendo ninguna broma —afirmó serio—. Soy consciente que la tentación llama y que… ¡Bah! ¡Señor,