Thomoe intentaba resistirse a sus propios impulsos, pero la atracción que sentía hacia Celeste le resultaba cada vez más difícil de ignorar. Mientras trataba de concentrarse en las clases, las imágenes prohibidas seguían invadiendo su mente. Y aunque intentaba mantener la compostura, la batalla interna se intensificaba.
—Trae tu silla y siéntate a mi lado —le ordenó Thomoe con voz seductora, rompiendo el silencio.
Celeste, sin dudarlo, obedeció. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y deseo mientras se sentaba junto a su profesor.
—Dime, Celeste, ¿qué no entiendes? —preguntó Thomoe, con su mirada fija en ella, con una sonrisa traviesa.
Cada palabra que salía de sus labios hacía que el corazón de Celeste latiera más rápido. La cercanía con él era intoxicante, y la joven, en un arranque de valentía, tomó la mano de Thomoe y la colocó sobre su muslo.
El aula alrededor de ellos desapareció, reduciéndose a ese momento privado y prohibido. Todo lo demás dejó de importar. El deseo los envolvía, empujándolos más allá de los límites de lo permitido.
Pero de repente, una voz lejana y frenética rompió la magia.
—¡Celeste, despierta! —gritó Mónica mientras sacudía enérgicamente a su amiga.
Celeste abrió los ojos lentamente, todavía atrapada entre las fantasías y la realidad. Se encontraba desorientada, con el eco del sueño aún fresco en su mente.
—¿Qué pasa? —preguntó somnolienta, tratando de entender por qué su corazón seguía latiendo con fuerza.
—Te quedaste dormida —respondió Mónica, con una sonrisa divertida.
El golpe de la realidad cayó sobre Celeste como un balde de agua fría. Lo que había sentido, lo que había imaginado tan vívidamente... no era más que un sueño. Las emociones, sin embargo, seguían agitándose en su pecho. El deseo por su profesor aún ardía, y la frontera entre lo real y lo soñado se hacía cada vez más difusa.
—Mira, ahí está —dijo Mónica señalando hacia el frente del aula.
Allí estaba Thomoe, su profesor, observándolas desde su escritorio. Su mirada penetrante, llena de misterio, parecía decir más de lo que las palabras podían expresar.
Celeste sintió un nudo en el estómago. El brillo en los ojos de Thomoe la dejaba sin aliento.
—Celeste, si ya terminaste de soñar despierta, ¿podrías venir al frente y resolver el ejercicio? —dijo Thomoe con voz suave pero autoritaria, haciendo que un escalofrío recorriera su espalda.
Celeste se levantó lentamente, sintiendo el peso de las miradas de sus compañeros. Cada paso hacia el pizarrón la hacía más consciente de la presencia de Thomoe, quien la observaba atentamente. Sentía su mirada sobre ella como si pudiera ver a través de sus pensamientos.
Al llegar al frente, tomó un trozo de tiza y comenzó a resolver el ejercicio. Su mente, que aún estaba aturdida por el sueño, lograba concentrarse lo suficiente para hacer un trabajo impecable. Cada trazo en el pizarrón era una pequeña victoria, un recordatorio de su capacidad para sobresalir incluso cuando el caos emocional la embargaba.
—Excelente trabajo, Celeste —dijo Thomoe cuando terminó, con una sonrisa sutil en el rostro.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar el elogio. A pesar de que el aula estaba llena, en ese momento solo existían ellos dos. La tensión entre ambos era fuerte, pero ambos sabían que no podían cruzar esa línea, al menos no fuera de su imaginación.
Celeste regresó a su asiento, con el corazón aún acelerado y las palabras de Thomoe resonando en su mente. Mónica, siempre perceptiva, la miró y le susurró al oído:
—Amiga, estás completamente embobada con el profesor.
Celeste, avergonzada, respondió en un susurro:
—Si tan solo supieras las fantasías que he estado teniendo...
Mónica rió, divertida, pero no insistió. Mientras tanto, la mente de Celeste seguía atrapada en ese limbo entre sus deseos y la realidad.
—Muy bien, chicos, necesito que me entreguen un proyecto sobre las bases de la aritmética para el próximo lunes. Ya pueden retirarse, excepto tú, Celeste —dijo Thomoe, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Yo? —preguntó ella, desconcertada, mientras Mónica la miraba con curiosidad.
—¿Qué querrá? —murmuró Celeste mientras se levantaba lentamente.
Con el corazón latiendo más rápido de lo normal, se dirigió al escritorio de Thomoe. El aula se vaciaba a su alrededor, y pronto quedaron solos. El silencio entre ellos era denso, cargado de una tensión que ninguno de los dos parecía dispuesto a romper.
—Celeste, he notado que tus notas han bajado considerablemente. Al principio tenías las mejores calificaciones. ¿Qué ha pasado? —preguntó Thomoe, mirándola fijamente.
Celeste bajó la mirada, intentando ocultar el rubor en su rostro.
—Lo siento, profesor. No he estado muy motivada últimamente, pero me pondré al día.
Thomoe asintió lentamente, pero la miraba como si estuviera tratando de entender algo.
—Quiero que me envíes tu proyecto antes que los demás. Quiero revisarlo esta noche —dijo él.
—Sí, profesor. Lo haré —respondió ella.
—Ya puedes irte.
Celeste salió del aula, pero las palabras de Thomoe seguían resonando en su mente. Cada interacción con él la dejaba más atrapada en su propia confusión. Mientras caminaba hacia la puerta, Thomoe la observó en silencio.
Un leve susurro salió de sus labios, apenas audible:
—Te extraño tanto... Celeste...
El profesor cerró los ojos por un momento, recordando a Celeste en su imaginación, en sus sueños. ¿Cómo podían mantener las distancias cuando la tentación era tan fuerte? La línea entre lo académico y lo personal se hacía cada vez más borrosa.
Ambos sabían que no podrían ignorar para siempre la conexión que los unía. ¿Cuánto tiempo podrían resistirse antes de que sus fantasías se volvieran realidad?