| Un casino caluroso |

2380 Words
Luego de un largo rato en el baño, esperando a que suene la puerta de la salida, es que decido salir del mismo. Envuelta en una bata, camino de manera sigilosa, abriendo la puerta, para encontrarme en la soledad de la habitación…se ha ido. Miro las bolsas en el suelo, llego hasta ellas, hurgándolas. Me encuentro con la que buscaba, donde está la caja de un nuevo celular con chip integrado, lo desenvuelvo, encendiéndolo para activar con mi correo y contactos. Mi corazón palpita con fuerza, mirando la pantalla cargar. Cuando termina de configurarse, busco el número de Kael, con las manos temblorosas y el nudo en mi garganta, le escribo un simple: “Lo siento, te sigo amando” recuerdo todo el desprecio que estoy viviendo con quien compartiré mi vida y los ojos se me escuecen. Tomo una bocanada de aire, llenándome de valentía, para dejar de llorar por ese insensible. Le escribo a mi mejor amiga, esperando a que me responda rápidamente. El celular, suena, llamando mi atención, con un mensaje de su respuesta. Jen Lennox: “Dios, quería llegar a tu boda e interrumpirla ¡Demonios, Ginebra! ¿Cómo te sientes? Bueno, supongo que mal, estaría llorando en este momento, si mis padres me obligan a casarme con un sujeto que da miedo. Tienes que ser fuerte, demuéstrale que no te puede hacer daño ni doblegarte. No por nada, eres una Bass y la heredera de todo, piensa en lo que hicimos en la secundaria, cuando decidiste ser la reina del baile a toda costa, y lo conseguiste. Ese imbécil, se dará cuenta de la mujer que tiene a su lado, no eres una niña, ya no más. ¡Y no te acuestes con él!” Leo el mensaje, esbozando una sonrisa, es lo que necesitaba leer. Muerdo mi labio, enviándole un último mensaje. Ginebra Bass: Le demostraré que no soy una chiquilla a la que puede humillar…gracias, Jen, ya quiero regresar de esta tortura, quizá, alejándome de él en la ciudad, podré con esto. Atte: la esposa del ogro. Me coloco erguida, dejando el celular a un lado, para buscar un lindo vestido, uno que le haga mirarme. Tomo el vestido n***o, similar al que usó la princesa Diana en su venganza, dejo salir un suspiro, admirándolo. «Espero te muerdas la lengua, Ezra idiota Hamilton» pienso, mientras comienzo a vestirme, maquillarme y peinándome como es debido. No sé a dónde iré, y lo que estará haciendo, pero tengo que robarme su mirada de alguna manera, que se dé cuenta de lo que puedo llegar a hacer. ** Vislumbro mi aspecto en el vestido, notando mis ojos azules resaltar como dos zafiros. Tomo el pequeño bolso, metiendo el celular en él, junto a la tarjeta de la habitación para golpear mis tacones de aguja en el suelo. Mi aspecto es muy maduro, para la edad que tengo, cosa que me da ventaja, además de tener un buen escote, mismo que puedo usar a mi favor. Inflo mi pecho, saliendo de la habitación, pero, detengo mis pasos de golpe cuando me encuentro con dos hombres gigantes en la puerta. Arrugo mi cejo, pensando que no me pondría escoltas. ─Señora Hamilton, estamos para cuidarla, ante las órdenes del señor ─suelta, uno de ellos. ─No quiero niñeras ─espeto, cansada de esto, comienzo a caminar y ellos me siguen. Resoplo, girándome para encararlos. ─¿Por qué, hay algún peligro en el lugar? Se supone que él lo domina todo ─espeto, mirando sus rostros. ─Siempre se está alerta ante algún peligro, el señor es muy importante, hay personas que querrán hacerle daño o acercarse a usted con otra intención, y cosa que el señor, nos indicó que ningún hombre se le podría acercar ─suelta, uno de ellos, el que tiene cabello oscuro y piel tostada. Aprieto el pequeño bolso en mi mano, mientras frunzo mis labios. ─¿Dónde se encuentra mi…el señor? ─Inquiero. ─Está en el casino ─responde, el mismo. Asiento, suspirando. ─Guarden distancia ─gruño, siguiendo mi camino hacia el ascensor. Presiono el botón, entrando en él. Les detengo, negando con la cabeza─. Espérenme abajo ─ordeno, provocando que las puertas se cierren rápidamente. Esbozo una sonrisa, al quedarme con sus rostros de asombro e intentando entrar a la fuerza. Llego al casino, mirando a todos lados, notando que los orangutanes no me han encontrado aún. El ruido y las luces del lugar, es asombroso, nunca estuve en uno, y las personas se denotan elegantes, bebiendo, apostando el dinero y quizá, algunas cosas más. Noto a las mujeres que se pasean entre las mesas de apuestas, son hermosas, exuberantes y tienen esa esencia de coqueteo forzado. En busca de un hombre millonario y tonto que caigan en sus encantos. Bajo los escalones, levantando el mentón, vislumbro el lugar con la esperanza de que él pueda mirarme de la manera en que deseo. ─Señorita, ¿desea beber algo? ─Cuestiona, uno de los meseros que se interpone en mi camino, con una bandeja de copas. Asiento, tomando una de ellas. ─Gracias ─murmuro, él, me da una reverencia. Poso mis labios en el cristal, bebiendo el espumoso licor, lo saboreo, percatándome de que sabe muy bien. De inmediato, se me calientan las mejillas. ─¡Necesito su suerte! ¡La de una hermosa mujer! ─Exclama, de repente, un sujeto, que llama mi atención, él, se acerca a mí, besando mis nudillos. Clava unos ojos verdes en mí, llevándome a inflar mi pecho─. ¿Me permite? Es la mujer más hermosa del lugar ─expresa con caballerosidad. Le doy una sonrisa, asintiendo para colocarme a su lado, él, toma unos dados rojos, acunándolos en su mano, para entregármelos. ─¿Qué hago con ellos? ─Pregunto, con inocencia. ─Lánzalos, preciosa. Abro los ojos con asombro. ─Pero…es su dinero ─menciono, apenada. ─Tengo mucho más, y sé que me harás ganar ─expresa, con seguridad. Algo en mi pecho se instala, ya que es la atención, que esperaría de mi esposo. Asiento, sonriendo, mientras dejo la copa a un lado. Tomo los dados, haciendo lo que él me indica, los soplo, con el corazón golpeando con fuerza mi tórax, trago con dificultad, lanzándolos finalmente. Los ojos de todas las personas alrededor de la mesa, se quedan expectantes ante los dados rojos. ─El rojo gana ─anuncia, el que dirige la mesa, arrastrando un montón de fichas hacia el sujeto a mi lado. Todos, súbitamente, celebran, dejándome desconcertada. ─¡Ganaste, preciosa! ─Exclama, el sujeto, entregándome una ficha con un número alto en ella. Se inclina, besando mi mejilla─. Para ti, gracias por darme tu suerte ─susurra en mi mejilla. La tomo en mi mano, mirándola con asombro, suelto una risa, celebrando con ellos de igual manera. ─Aléjate de mi esposa ─manifiesta, de repente, una voz que logra erizar mi piel. Abro mis ojos con sobresalto, girándome, para encontrarme con su rostro furioso y ojos miel dominantes. Los de seguridad lo rodean, asustando a las personas que se encontraban en la mesa, y que se quedan en silencio, o quizá murmuran. ─Solo estábamos jugando, me ha dado suerte, es muy preciosa y… ─¿Te di permiso para que me hablaras? No te pedí que me detallaras a mi esposa, te pedí que te alejaras de ella ─interrumpe tajante. Me toma del brazo con fuerza, apartándome de la mesa, jaloneo, soltándome de su agarre, encarándolo─. ¿Qué carajos haces aquí, vestida así? ─Inquiere, hacia mí, clavándome sus ojos. ─Probando mi suerte ─digo, sin más, con una sonrisa. Le muestro mi ficha─. Gané ─espeto, pasando mi lengua por mis dientes, sin dejar de mirarle. Ezra, toma una bocanada de aire, y cada vez, se nota más furioso. De repente, arranca la ficha de mi mano, lanzándola al sujeto. ─A mi esposa no le das tus limosnas, ella es dueña de este maldito lugar, y si vuelvo a ver que posas tu asquerosa presencia en la señora Hamilton, te sacaré de aquí, pero en partes ─advierte, eufórico, Ezra, desconcertándome─. Llévensela a mi oficina ─ordena, de repente, a sus hombres. Niego con la cabeza, cuando osan a escoltarme, lo encaro, mirando sus ojos miel. ─¿Te ardió verme obtener la atención que tú nunca podrás darme? ─Inquiero, tragando con dificultad. Él, suelta una carcajada lasciva, y provoca que mi estómago se apriete, se acerca a mí, dejando sus labios a milímetro de los míos. ─Puedo darte verdadera atención, si de realmente quisiera, no esta asquerosidad. Te trató como a todas las putas de este lugar, a quienes les p**o muy bien para que les hagan mamadas a los millonarios y les saquen todo su dinero ¿Acaso quieres que te trate así? Porque te pondría a darme una mamada, a ver si eres como las demás ─manifiesta, de repente, siento el calor en mi nuca, pero de la impotencia, aprieto mis manos en el pequeño bolso, clavando mis uñas en él─. No debes de estar en este lugar ─suelta, aclarando su garganta. Da un paso hacia atrás, alejándose de mí. Levanto mis ojos a los sujetos, que me invitan a caminar. ─Cómprate un maldito corazón, Hamilton ─espeto, empujando mi dedo en su pecho, mientras sus ojos se encuentran aún molestos. Camino a pisotones, alejándome del bullicio y el sonido de las máquinas traga monedas, las personas me observan con cierto escrutinio por ser escoltada, subo un pequeño ascensor con ellos, y abren para mí, una puerta, donde me muestra al otro lado, una oficina, que tiene una pared ovalada de vidrio, dejándome ver todo el casino en su mejor punto. Dejo el bolso a un lado, acercándome a la orilla. ─El señor, vendrá en un momento, quédese aquí, por favor ─expresa, uno de los guardaespaldas. Poso mis manos en el vidrio, buscándolo con mi mirada, sintiendo cómo mi corazón sigue palpitando con fuerza. De repente, logro encontrar su figura, está hablando con unos sujetos que parecen unos viejos mafiosos de la vieja Italia, de esos que aparecen en las películas; feos y depravados, forrados de dinero. Remojo mis labios, cuando una mujer, se le acerca de más, ella, tiene un vestido rojo, que le hace ver las montañas de sus senos, mismos, que le acerca a Ezra. Él, esboza una sonrisa, llevándome a arrugar el cejo. ─Maldito ─gruño entre dientes. Cuando levanta la mirada a mi dirección, mi corazón late con más fuerza, ya que siento como si de verdad me estuviera mirando. Pero, el vidrio no permite que se vea el interior de este lugar, cosa que me desconcierta. Él, sigue hablando con ella, dándole toda su atención. La morena, de labios carmesí, se inclina a él, susurrándole algo. La escena, me provoca urticaria, me aparto del vidrio, con desagrado, al ver cómo comienza a caminar con ella, entre las personas, mientras él la sigue como un perro faldero. «Este no es un juego justo, Ezra, tú más que nadie lo sabe» pienso, haciendo ademán de irme de este lugar de una vez por todas. Sostengo el picaporte, percatándome de que me han dejado encerrada en este lugar. Comienzo a golpear la puerta. ─¡Sáquenme de aquí! ─Grito, sin dejar de golpear la puerta, ante una respuesta nula. Camino de un lado a otro, sintiendo que me sofoco de la impotencia. Los ojos se me escuecen, al sentirme una tonta. «Él nunca me verá como su esposa» pienso, de manera cruel. Las ganas de arrancarme el vestido, el cual pensé que era una buena idea, solo provocó que me mostraran más del malvado Ezra, mientras él, seguramente, se está follando a esa mujer. ** Los minutos, se me pasan, encerrada en la oficina. Levanto los ojos, cuando la puerta, finalmente, se abre, llamando mi atención. Doy un salto del sillón, para correr fuera de aquí. Pero, la figura de Ezra, se interpone en el umbral de la puerta, mis ojos se posan en los de él, quien cierra la puerta detrás del mismo. Noto una sonrisa en su comisura, mientras sus luceros escanean mi cuerpo con una intensidad nunca antes sentida. Trago con dificultad, retrocediendo a su caminar, cada vez, se acerca más a mí sin decir alguna palabra. «¿Está ebrio?» me cuestiono, apretando mi cejo. ─Lindo vestido, te marca el cuerpo muy bien, no sabía que tenías esas curvas…debajo de la ropa de mojigata ─suelta, de repente, sorprendiéndome. ─Gracias, supongo…déjame irme a la habitación, ha sido suficiente de este circo ─espeto, haciendo ademán de marcharme, pero, él se atraviesa en mi camino, impidiéndolo. Niega con la cabeza, chasqueando su lengua. ─Eres mi esposa, y mi pieza más importante ─espeta, y remojo mis labios. ─Dijiste que era una más, inservible… ─Lo dije para herirte ─interrumpe, tajante. Mi corazón, está golpeando con desespero mi pecho, cada vez que él se acerca más a mí, entro en un colapso interno. ─¿Por qué quieres herirme? ─Pregunto, sin más. Esa pregunta que rondó tanto tiempo en mi cabeza. ─Eres su mayor tesoro ─manifiesta, la confusión me invade. ─¿Es por mi padre? ¿Qué provocó todo esto? Dime…no creo poder con esto, eres cruel, malvado y solo me estás desquiciando ─declaro, con el nudo en mi garganta. Cuando recuerdo que esa mujer estaba encima de él. Ezra, no responde, solo aprieta su mandíbula, tomando mis mejillas con su mano, de manera súbita para mis sentidos. ─No pensé que te verías así, estás provocando que pierda mis cávales, Ginebra Bass ─gruñe, en mis labios. Abro mis ojos con sobresalto, cuando de manera inesperada, presiona sus labios en los míos, estos, se comienzan a mover con vehemencia y con una bestialidad, lascivia, lujuria…todo se junta en sus labios. Mi cuerpo reacciona, de la manera en que menos esperaba, el calor me invade y mi vientre arde mientras mi coño se aprieta, moviendo mi clítoris excitado. Clavo mis dedos en su cuero cabelludo, erizando mi piel, cuando sedo al beso intenso, dándole paso a su lengua, misma que baila con la mía en desespero. Sus manos, aprietan mi trasero, provocándome un jadeo. Él, súbitamente, se separa de mí, dejándome frustrada con el calor en mi cuerpo y el pecho subiendo y bajando, igual que el de él. Clava sus ojos en los míos, mirándome con odio y deseo ¿Acaso eso es posible? Me cuestiono, en shock por lo que acaba de suceder.
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