CAPÍTULO CUATRO
Aunque que Kate no tenía su vieja identificación del Buró, tenía todavía la última placa que le había pertenecido. Estaba colocada sobre un mantel en la chimenea como una reliquia de otra época, nada distinta de una fotografía en sepia. Al abandonar la estación del Tercer Precinto, regresó a casa y la tomó. Caviló larga y profundamente en torno a la idea de llevar su arma de costado. Miró largamente la M1911, pero la dejó donde estaba en su mesita de noche. Llevarla consigo para lo que planeaba era atraerse un problema.
Decidió tomar las esposas que guardaba en una caja de zapatos debajo de su cama junto otros tesoros de su carrera.
Por si acaso.
Salió de la casa y se encaminó a la dirección que Deb le había dado. Era un lugar en Shockoe Bottom, a veinte minutos en auto desde su casa. No se sentía nerviosa mientras conducía pero la embargaba la excitación. Sabía que no debería estar haciendo esto, pero al mismo tiempo, le sentaba bien salir al campo de nuevo —incluso aunque fuera en secreto.
En cuanto llegó a la dirección del ex-novio de Julie Hicks, un sujeto llamado Brian Neilbolt, Kate pensó en su marido. Aparecía en su mente de tiempo en tiempo, pero a veces aparecía y se quedaba durante un rato. Sucedió cuando dobló la esquina para entrar en la calle de llegada. Podía verlo meneando la cabeza.
Kate, sabes que no deberías estar haciendo esto, parecía decir
Sonrió levemente. En ocasiones extrañaba con locura a su marido, algo que contrastaba con el hecho de que a veces sentía que se las había arreglado para superar su muerte de una manera más bien rapida.
Se sacudió las telarañas de esos recuerdos mientras estacionaba su auto frente a la dirección que Deb le había dado. Era una casa más bien bonita, dividida en dos apartamentos con porches separando las propiedades. Cuando se bajó del auto, enseguida tuvo la certeza de que alguien estaba en casa, porque podía escuchar a alguien adentro hablando en voz alta.
Al subir las escalinatas del porche, sintió como si hubiera retrocedido en el tiempo, a un año antes. Se sentía de nuevo como una agente, a pesar de la falta de un arma en su cadera. Aún así, considerando que en la actualidad era una agente retirada, no tenía idea de lo que diría después de tocar la puerta.
Pero no dejó que eso la detuviera. Tocó la puerta con la misma autoridad que hubiese tenido hacia un año. Al escuchar las voces que hablaban adentro, asumió que se apegaría a la verdad. Mentir en una situación de la que ya se suponía que ella no formaba parte solo empeoraria las cosas si la atrapaban.
El hombre que vino a la puerta pilló a Kate algo desprevenida. Medía unos uno noventa y estaba totalmente drogado. Sus hombros por sí solos mostraban que iba al gimnasio. Con facilidad podía haber pasado por un luchador profesional. La única cosa que desmentía esa apariencia era la ira en sus ojos.
—¿Sí? —preguntó— ¿Quién eres?
Ella hizo entonces un movimiento que había estado extrañando mucho. Le mostró su placa. Esperaba que la vista de la misma le añadiera algo de peso a su presentación. —Mi nombre es Kate Wise. Soy una agente retirada del FBI. Espero que pueda conversar un rato conmigo.
—¿Sobre qué? —preguntó con brusquedad.
—¿Es usted Brian Neilbolt? —preguntó ella.
—Lo soy.
—¿Entonces su ex-novia era Julie Hicks, correcto? ¿Conocida antes como Julie Meade?
—Mierda, ¿de nuevo con eso? Mire, los jodidos policías ya me llevaron y me interrogaron. ¿Ahora también los federales?
—Duerma tranquilo, no estoy aquí para interrogarlo. Solo quería hacerle unas preguntas.
—A mí me suena como un interrogatorio —dijo—. Además, dijo que estaba retirada. Lo más seguro es que eso significa que yo no tengo que hacer nada de lo que me pida.
Ella simuló sentirse herida por esto, apartando la mirada de él. En realidad, sin embargo, estaba mirando por encima de sus enormes hombros hacia el espacio que había detrás de él. Vio un maletín y dos morrales recostados de la pared. Vio una hoja de papel sobre el maletín. El logo la identificaba como la impresión de un recibo de Orbitz. Aparentemente, Brian Neilbolt dejaba la ciudad por un tiempo.
No era el mejor escenario cuando tu ex-novia ha sido asesinada, y tú has sido arrestado y luego inmediatamente soltado por la policía.
—¿Adónde se dirige? —preguntó Kate.
—No es de su incumbencia.
—¿A quién le hablaba por teléfono dando voces antes de que yo tocara?
—De nuevo, no es de su incumbencia. Ahora, si me perdona...
Se dispuso a cerrar la puerta, pero Kate insistió. Dio un paso adelante y plantó su zapato entre la puerta y el dintel.
—Sr. Neilbolt, solo le estoy pidiendo cinco minutos de su tiempo.
Una oleada de furia pasó por sus ojos pero luego pareció aplacarse. Bajó la cabeza por un momento, y ella pensó que se veía triste. Era similar a la mirada que había visto en las caras de los Meades.
—Dijo que es una agente retirada, ¿correcto? —preguntó Neilbolt.
—Eso es correcto —confirmó ella.
—Retirada —dijo—. Entonces lárguese de mi porche.
Ella permaneció incólume, para que quedara claro que no tenía intención de ir a ninguna parte.
—Dije, ¡larguese de mi porche!
Él meneó la cabeza y extendió el brazo para empujarla. Ella sintió la fuerza de sus manos cuando chocaron contra su hombro y actuó lo más rápido que pudo. Al punto, se sorprendió con la rapidez de sus reflejos y su memoria muscular.
Mientras se tambaleaba hacia atrás, rodeó con ambos brazos el brazo derecho de Neilbolt. Al mismo tiempo, puso una rodilla en el suelo para frenar la caída hacia atrás. Entonces hizo lo mejor que pudo para hacerlo caer, pero su corpulencia era difícil de dominar. Cuando se dio cuenta de lo que ella estaba tratando de hacer, él lanzó un codazo a sus costillas.
El pecho de Kate se quedó sin aire, pero al lanzar el codazo, él perdió ventaja. Esta vez cuando intentó hacerlo caer, funcionó. Y como lo hizo con todo lo que tenía, funcionó demasiado bien.
Neilbolt se fue de bruces por el porche. Al aterrizar, golpeó los dos escalones inferiores. Gritó de dolor e intentó volver a ponerse de pie de inmediato. La miró consternado, intentando determinar qué había sucedido. Impulsado por la rabia y la sorpresa, subió renqueando los escalones en dirección a ella, claramente mareado.
Ella hizo una finta con la rodilla derecha dirigida a su cara cuando ya alcanzaba el escalón más alto. Ya él se disponía a esquivarla, cuando ella lo alcanzó en un costado de su cabeza y de nuevo se puso de rodillas. Golpeó con fuerza la cabeza de él con el porche mientras sus brazos y sus piernas se agitaban buscando apoyo en los escalones. Ella sacó las esposas del interior de su chaqueta y las colocó con una rapidez y una facilidad que solo treinta años de experiencia podían brindar.
Se separó de Brian Neilbolt y lo miró. No luchaba con las esposas; se veía más bien aturdido, de hecho.
Kate buscó su teléfono con la intención de llamar a los policías y se dio cuenta de que su mano estaba temblando. Estaba excitada, llena de adrenalina. Se dio cuenta de que había una sonrisa en su rostro.
Dios, yo extrañaba esto.
Las rodillas, sin embargo, le dolían en verdad —mucho más sin duda de lo que hubieran dolido hacía cinco o seis años. ¿Acaso por entonces le habían dolido de esa manera las articulaciones de sus rodillas tras una escaramuza?
Se concedió a si misma un momento para recordarse en lo que había hecho, y entonces se las arregló para finalmente hacer una llamada a los policías. Entretanto, Brian Neilbolt seguía mareado a sus pies, preguntándose quizás cómo una mujer veinte años al menos mayor qué el se las había arreglado para tumbarlo por completo.