—Buenos días, Papi. —Miro al castaño de ojos marrones frente a mí. Y le doy un simple asentimiento en forma de saludo. Peter se sienta junto a mí y por debajo de la mesa pone su mano izquierda sobre mi muslo, aprieta suavemente calmando mis nervios, por lo que sabemos que va a pasar. — ¿Cómo estás tú? William Russo no me quita los ojos de encima, es un hombre alto, fornido y tiene una presencia que impone respeto. Es muy apuesto, y a simple vista, se deja ver que es muy meticuloso con su aspecto físico y estético. Sus manos están perfectamente cuidadas, su cara es perfecta, marcada y angulosa. Su barbilla partida le da un aire sensual, pero la frialdad de sus ojos, lo calculador que está siendo en este momento mata todo lo bonito que puede mostrar. La sonrisa que me ofrece es, en cierta f