—Pero, viejo Richard, quiero que me cuentes sobre Luis y Luisa; lo otro me inquieta, pero yo quiero saber si mi historia de amor se parece a la de ellos.
—Por supuesto, Mike, se parecen, es como decir que todo lo dulce se iguala, aunque no sea de azúcar. El amor nos hace soñar, volar e ilusionarnos, pero también nos puede hacer sufrir cuando nos engañamos,
—Eso no puede ser, el amor lástima cuando nos traicionan o no somos correspondidos.
—Falso, mi poeta, el amor es un regalo que tenemos que dar del corazón sin ningún interés; no tienes que atarlo ni usarlo como carnada, es tu energía pura que das. Lo complicado es cuando te crees que puedes poseer algo o te ilusionas.
—O cuando te enamoras de alguien que no vale la pena.
—De igual forma, si no vale la pena, tú cumples con darle amor; esa persona es la que se lo pierde; tú ya estarás cumpliendo con el sagrado mandamiento de amar a tu prójimo.
—Y ¿qué hago con el amor que aún siento por ella?
—Sencillo muchacho, ahí entra otro sagrado mandamiento, el de amar a Dios, sobre todo, eso envíaselo a Él, que en caso de que ella vuelva, Él se los devolverá con creces o te enviará una mejor pareja; no debes olvidar que Él es la inteligencia perfecta y que nos ama infinitamente.
—Eso es difícil de considerar cuando estoy sufriendo, ahora que de la única forma en que soy feliz es en imaginarme que estoy con ella.
—Quizás sea bueno que la pienses, aunque también deberías de seguir tu camino, mejores pueden venir.
—Yo sé que debe de haber mejores, pero es que yo solo la quiero a ella, viejo, mejor cuéntame qué sucedió con esos enamorados. Espero que tengan un final feliz, no como el mío.
—Tranquilo, querido Mike, que aun tu final no se escribe; en cuanto al de ellos, ya lo veremos.
El héroe convenció a los padres de Luisa para que lo dejaran quedar en un rincón. Fue muy complejo, ya que ellos no confiaban en ese extraño, que aunque parecía de buenas costumbres y su apariencia de niño bonito contrastaba con sus ropajes blancos llenos de remiendos y símbolos extraños, algo que le recordaba al salvador de su hija cuando era pequeña… Tal vez por ello creyeron que era cierto que la había salvado de un hombre lobo, aunque no creo que a ningún padre le sea fácil dejar entrar a un hombre a una pequeña casa llena de niños y más si ellos, los padres, tienen que trabajar de sol a sol todos los días. Aunque la balanza se inclinó a favor de Guio, que así se hacía llamar el guerrero, gracias a una bolsa con oro, el cual les sirvió al comprar unos materiales de construcción para unos arreglos de la casa, los cuales él también se ofreció a hacerlos. Era un muchacho algo disperso, un poco raro, en el patio, hacía una hoguera que se quedaba viendo hasta que se consumaba. Además de salir a cualquier hora en la noche ante el menor ruido, los padres se preocupaban y tranquilizaban por qué siempre la acompañaba a todo lado, al punto que a ella le tocó empezar a decirle cuando iba a entrar al baño o a dormir. Eso era otra cosa; aquel guardián pernoctaba sentado en el piso contra la improvisada puerta del cuarto de Luisa y sus ocho hermanas; sus otros dos hermanos dormían en el cuarto con los padres.
—Es como un guardaespaldas, constructor y hasta celador—, bromeaba el padre.
—Descuídese y se le vuelve yerno—, le contestaban sus amigos.
—No considero eso, mis hijas están aún muy pequeñas para eso, primero tienen que ser profesionales —replicaba algo molesto.
—Igual es un muchacho muy apuesto, sería bueno que le mejorara la r**a—, chismeaban las vecinas.
Por eso, en las madrugadas, la pareja de esposos se turnaban para echar un ojo a Guio, quien casi siempre se paraba de la puerta antes que ellos salieran y los saludaba con una sonrisa… Tal era el punto que la acompañaba a estudiar y, como no podía entrar, se la pasaba afuera del colegio tratando de mirarla a través de las paredes… Luisa a veces se molestaba porque sus amigas pensaban que era su novio tóxico, que la protegía al extremo y que ella tal vez lo quería. Lo que sucedía es que el chico solo sabía hablar de armas y peleas, sin duda alguna no sabía nada de mujeres. Aparte, ella solo anhelaba a Luis. Recordaba cómo la había salvado, de los días que vivieron bajo el mismo techo y de su sonrisa que era como si el sol saliera al amanecer. Eso le hacía preguntarse:
—¿Dónde estará mi amado? ¿Cuándo volverá? ¿Acaso será mi enamorado?, o ¿solo es un capricho?, un capricho de niña. Ni siquiera he tenido un novio. Me gustaría saber qué se siente; tal vez si Luis no vuelve o mientras regresa podría experimentar con Guio. ¿Qué tal que me enamore de él y cuando Luis vuelva ya no quiera nada? Igual se marchó y nadie sabe a dónde; tal vez este preso, como dicen las chismosas del barrio, o quizás no retorne o ya tenga otro amor y yo como una boba esperándolo. Si tan solo está, mi guardia se comportará más como un hombre y menos como un can. Eso sería la chispa para alimentar mi llama, tan solo una frase, ¿quieres ser mi novia? De seguro lo diría si supiera que él sí es lo que le espera, el sí producido por curiosidad, que aunque Guio es bastante guapo, cuando cierro los ojos veo a mi Luis provocando que los suspiros se me escapen. Tal vez se vayan a buscarlo, quiero que lo encuentren para que lo arrullen, que provoquen que él también me envíe los suyos. Mi corazón se acelera queriendo salir de mi pecho como si supiera donde se encuentra. Yo correría sin parar si conociera su paradero, pero todo es incierto; ¿qué tal si después de cruzar el mundo lo encontrase con otra mujer? O aún peor, besándose con otro macho, todo puede pasar en la distancia que rompe recuerdos y sentimientos. Ojalá mis suspiros sean una barrera que lo proteja de todo mal y tentaciones. Aunque no sé por qué pasé por alto lo evidente, su padre se estima mejor que nosotros. Puede que lo haya enviado a estudiar al extranjero o donde un familiar. Sin duda, uno de sus hermanos debe de saber la verdad; a su hermano menor le encantan los dulces, y hoy por la noche le llevaré unas gomitas para que me confiese el paradero de mí, tal vez «amor».