Las palabras de Coralina eran incomprensibles para Sophia, quien quedó inmóvil, como si la joven frente a ella fuera una extraña. Y, de alguna forma, lo era. Su nieta, aquella que había criado con tanto esmero, actuaba como una completa desconocida. Un acontecimiento tan trascendental debería ser motivo de alegría, de orgullo familiar, no de incertidumbre. Pero para Sophia McGregor, aquello significaba que todos los sacrificios de su hija, todo lo que había dejado preparado para asegurarle un futuro brillante a Coralina, se desmoronaba en un instante.
—¿De qué estás hablando, Coralina? —preguntó Sophia, cruzándose de brazos mientras trataba de respirar profundamente. Quizás, se dijo, «era solo una broma cruel, una tontería de juventud.»
Pero Coralina se levantó sin vacilaciones. Tomó la maleta que había preparado semanas atrás y se acercó a su abuela. Sophia sintió un dolor punzante, como si un cuchillo le atravesara el pecho sin piedad, dejándola sin aliento.
—¿Qué significa esto, hija? —preguntó con la voz rota.
—Abuela, he decidido casarme con un hombre que conocí hace seis meses. No te lo dije antes porque sabía que intentarías detenerme, pero ya soy una mujer. —El rostro de Coralina reflejaba una resolución desafiante, una seguridad que Sophia reconoció de inmediato como un camino directo hacia el abismo.
—Pero hija… ¿Por qué? ¿Por qué no confiaste en mí?
—Te hubieras opuesto, abuela. Agradezco todo lo que has hecho por mí, todo tu esfuerzo. Juro que vendré a visitarte, pero esta es mi decisión, y no voy a cambiarla.
Sophia se desplomó en la silla más cercana, con el rostro completamente desencajado. Su respiración era pesada, sus piernas no respondían, y su pecho ardía decepcionado. Y su nieta, no mostraba una sola señal de duda, de arrepentimiento. Coralina seguía firme, y ese dolor, el de sentirse traicionada por quien había criado con tanto amor, la consumía lenta e implacablemente.
—No, hija, tengo un mal presentimiento. Espera un tiempo, permíteme conocer a ese hombre por el que lo estás dejando todo, por favor.
Coralina mordió sus labios, y su rostro se tornó sombrío. Estaba completamente segura de que estaba enamorada, pero algo en el comportamiento de Paolo con su familia la había sacado de ese dulce hechizo, y las dudas comenzaron a acechar su mente. Sin embargo, había algo más, un lazo invisible que la atraía a esa familia, una necesidad inexplicable de pertenecer a los Ferrara. No era por el dinero ni por el renombre, era por Paolo. En su pecho, ardía una necesidad de estar con él, sin importar las consecuencias.
Se agachó frente a su abuela, tomó su mano con suavidad y le besó la palma con ternura.
—Tranquila, abuela, estaré bien. No dejaré la universidad, solo me casaré, como todas las chicas de mi edad. Ahora, puedes venir a la boda, será mañana en la iglesia central de Buckhead. Debes conocer a Paolo, también te enamorarás de él.
Sophia la miró fijamente, su rostro estaba marcado por una tristeza profunda.
—Si no me presentaste a tu prometido antes, no espero que lo hagas ahora. Con todo el dolor en mi corazón, debo decirte, Coralina, que eres libre de hacer lo que quieras. Pero, así como has decidido casarte sin ni siquiera pedirme permiso, debes ser consciente de que esta casa ya no es tuya. Vete con tu marido, como hizo tu madre. Pero espero que hayas elegido bien, porque no voy a ir a llorar una segunda vez al cementerio. —Las palabras de Sophia fueron duras, claras y definitivas.
Coralina bajó la cabeza, sintiendo una punzada de remordimiento. Aunque las palabras de su abuela parecían extremas, no podía negar que contenían algo de verdad. Pero Paolo… Paolo era diferente. Para ella, él era el hombre ideal, el que en seis meses no había hecho más que amarla incondicionalmente, aceptándola tal como era y, sobre todo, respetándola. Él sabía que ella aún se conservaba virgen, un privilegio que había guardado para el matrimonio. Y, aun así, jamás él se atrevió a tocarla, traspasando límites.
Con las palabras de Sophia sonando en su mente, Coralina tomó su maleta con determinación. Quiso acercarse para darle un beso de despedida a su abuela, pero esta, sin mirarla, la rechazó sin decir una palabra. Entonces la chica cruzó la puerta de la casa y suspiró profundamente.
Miró hacia atrás por última vez, asegurándose de que no volvería. La vida había trazado para ella otro destino, uno del que no podía escapar.
***
En la casa de los Ferrara, en la sala principal, la familia se debatía entre lo moralista y lo que ellos consideraban lo correcto. La intempestiva llegada de la "risos de oro", como la había bautizado Morgan, no era del gusto de todos.
—Esa mujer no me gusta, ¡no me gusta en absoluto! Huele a peligro, la pitonisa me lo ha dicho. —Morgan mascó su tabaco, escupiendo pedazos por el piso. Su esposa, disgustada por sus malas costumbres, le dio una palmada en la mano.
—Cuida tus modales, Morgan. —Miranda, sentada a su izquierda, lo reprendió, mientras los gemelos permanecían en absoluto silencio.
—Papá, ¿sigues creyendo en esa maldita pitonisa? Te tiene loco, y lo único que ha hecho es sacarte el dinero. La última vez me dijo que saldríamos triunfadores de la misión, y casi nos matan. —Paolo apretó los dientes, señalando a su padre con furia. —Coralina no significa ningún peligro. Además, será mi compañera, mi mujer, es sumisa, obediente y callada, una mujer perfecta para un líder mafioso como yo.
Michel, que hasta ese momento no había opinado, se levantó de su asiento, levantando las manos en señal de resignación. Decir una sola palabra parecía completamente irrelevante en ese momento, y su doctorado en abogacía penal lo esperaba con varios exámenes pendientes.
—Por mí, pueden hacer lo que quieran. Pronto me iré de aquí, a vivir con Valeria. Mi compromiso será cuando ella termine su carrera. Ya saben, los asuntos de la familia no me interesan.
Miranda lo miró con furia y, rápidamente, con su dedo afilado lo señaló.
—¡Siéntate! Nadie dijo que te levantaras, Michel. Eres una verdadera deshonra para esta familia. En lugar de luchar por nuestro imperio, quieres ser el abogado de la justicia, ¿para qué? ¿Para hundirnos como a ratas en un barco?
Michel rodó los ojos ante las turbias palabras de su madre y cruzó los brazos.
—Piensen lo que quieran. Yo sé claramente lo que quiero para mi vida. También sé que entre mis planes no está traicionarlos. Son mi familia, pero sus negocios no me gustan. ¡No me interesan!
Michel, el menor de los gemelos, por un momento pensaba completamente diferente a su hermano. Eran como el blanco y el n***o, el día y la noche, el agua y la tierra. Dos polos completamente opuestos.
Paolo se levantó en ese momento, fue directo hacia su hermano, lo miró a los ojos y puso ambas manos en los hombros de Michel.
—Algún día tendrás que hacerte cargo de este negocio, y estoy seguro de que será muy pronto. Así que todos esos conocimientos que tanto te gustan serán los que nos ayudarán a que nuestro imperio crezca aún más.
Miranda los observaba con desdén, no sentía a Michel como su hijo, a pesar de haber salido de su vientre al mismo tiempo que su hijo favorito. Mientras tanto, Morgan permanecía ausente, como si de repente lo hubieran desconectado de la realidad.
El tiempo se había detenido para el patriarca de la familia, mientras que a su lado estaba aquella sombra de siempre, con la cicatriz en la cara y los dientes amarillos.
—¿Estás viendo a tus hijos? Hacen lo que les da la gana, pero ese será tu castigo, Morgan Ferrara. Lo cargarás hasta el día que te mueras, y te reúnas conmigo.
—Cállate, perra, no existes —susurró Morgan entre dientes, y la sombra se acercó más a sus oídos, con su aliento a azufre y su figura lánguida.
—Si existo, siempre voy a existir…—le siguió susurrando, todos decían que Morgan, había enloquecido completamente.
Michel miró a su hermano Paolo, un sentimiento de amor fraternal lo envolvía a pesar de sus diferencias. Paolo siempre había estado allí para él, cuidándolo.
—Hermano, el único merecedor de llevar los negocios de esta familia eres tú —Michel tocó el rostro de Paolo, quien se estremeció ante el gesto. —Yo quiero ser un hombre de familia, como tú, pero una familia de verdad, no por conveniencia. Ahora, tengo que irme, tengo cosas que hacer.
Paolo nunca sintió resentimiento por Michel; lo amaba, a pesar de todo. Sin embargo, ese último toque de ironía lo dejó sin palabras. Michel lo estaba ignorando, después de todo.
—¿No te vas a quedar para conocer a mi futura esposa? —Paolo tomó la mano de su hermano, apretándola un poco.
—No, mañana en tu matrimonio lo haré. Adiós.
Michel se acercó a su madre para darle un beso, pero ella, desde que él decidió su propio camino, lo miraba con asco. Simplemente volteó la mejilla y lo despreció. Afortunadamente, Michel ya estaba acostumbrado a ese rechazo. Luego, dirigió la mirada a su padre, y él, también lo miró con desprecio.
El gemelo, con lentes de marco grueso, mirada serena y porte de abogado, salió de la mansión sintiendo cómo su propia familia lo aborrecía. Pero prefería eso mil veces antes que continuar con un legado manchado por sangre y desdicha.
Minutos después, el timbre de la mansión sonó, y Paolo abrió los ojos expectante. Sabía que su tiquete directo a su reinado estaba tocando a su puerta, justo después de seis meses, por fin sería su esposa.
Una de las mucamas abrió la puerta, y un perfume dulce invadió la casa de los Ferrara. La figura de Coralina apareció frente a ellos, y finalmente, Miranda se mostró complacida. Su hijo especial lo tenía todo ahora. Lo más importante era el poder.
Morgan, por el contrario, al ver a Coralina, sintió una presión en el pecho. Se levantó de golpe de su asiento, botó su tabaco en un cenicero y la miró con desprecio.
—¡Tú, sal de mi casa! —le gritó, lleno de odio.
Ella, sin saber qué estaba haciendo mal, simplemente miró a Paolo en busca de apoyo.
La llegada de Coralina no había sido tan triunfal como lo había anticipado…