Sariel y Marco continuaron hablando durante el resto de la cena, y aun cuando ya habían dejado vacíos los platos. Marco le contaba a su esposa lo mucho que se había notado su ausencia, y aunque fue solo un par de semanas, aun así, fue el tiempo suficiente para que las cosas en la corte se pusieran tensas por los ánimos tan caldeados que de por sí causaba el invierno. Las copas de vino se rellenaban una y otra vez, y aunque Sariel no podía emborracharse (no al menos con el vino de humanos) a Marco sí que se le estaba subiendo el alcohol a la cabeza, no hasta el punto de estar borracho, pero sí para dejarlo más suelto. No evitó pasar entonces una mirada de deseo por el cuerpo de Sariel, lo cual no pasó desapercibido por ella. —Aun no nos hemos dado un beso —dijo él, corriendo un poco su