—Está será su habitación, los uniformes están en el armario. El reglamento está en el escritorio y los horarios detrás de la puerta. ¿Alguna duda?—preguntó Madame.
—¿Esto es una especie de escuela?—preguntó Mirna.
—Se podría decir, aquí estarán seguras. Tendrán alimentación, vestimenta y educación.—anunció.
—¿Y qué debemos hacer por usted? Sabemos bien que nada es gratis, señora—respondí.
—Astuta, muy bien.—sonrió torcidamente, alzó mi barbilla y viéndome a los ojos—, Son entrenadas para una misión, más adelante lo entenderán.
Mi sangre se heló al escucharla terminar esa frase, algo oculto y muy oscuro percibí en ella. ¿A qué se refería con misión? ¿Qué ganaba ella con acogernos en su casa? Lejos de preocuparme, agradecí tener donde pasar la noche, odiaba dormir en el suelo y estas camas se veían muy suaves. Tenía mucho tiempo sin saber lo que era dormir en una, Mirna sonreía como una niña pequeña.
—Mira todo esto, Lúa—dijo abriendo el armario.—, ¡Es un montón de ropa limpia! ¡Y zapatos!
—Esta suave—dije recostándome en una de las camas, cerré los ojos por un momento y sentí paz.—, Esto es muy bueno para ser cierto, Mirna.
—¿Y qué más da? Aún existe gente buena, Lu.— dijo echándose a mi lado.—, Tú también viste a esas chicas felices, si fuera malo no lo estarían, ¿No crees?
—No lo sé, Mir. ¿Qué tal si esas misiones que dijo son prostitución?—pregunté atemorizada—, Tanto que hemos huido de Edward y sus hombres como para caer aquí.
—No creo que todo esto vaya por ese lado, Lu—respondió—, Todo aquí es lujo puro, esa señora debe tener mucho dinero como para querer prostituirnos.
—No lo sé, tengo un mal presentimiento de todo esto.—respondí segura—, Pero de dormir en cartones, prefiero quedarme aquí.—divertí.
—Totalmente de acuerdo, además tenemos baño privado. ¡Ducha privada todos los días, ropa limpia y una cama calentita!—exclamó feliz.
—Tienes razón, aprovechemos mientras dure.—respondí.
Ella solo asintió y entendí que le hacía ilusión todo esto, por un lado a mí también, por fin no tendría que dormir con un ojo abierto y el otro cerrado. Cuidándonos de cualquier desgraciado que quisiera abusar de nosotras, como ya había pasado anteriormente. Me sentía protegida de alguna manera, además de sentir que finalmente pertenecía a un lugar. Camine por la habitación, familiarizándome con ella, no era muy grande pero tenía dos camas, dos armarios, un baño con dos duchas grandes y los servicios, toallas, shampoo, perfumes, esencias…etc. Teníamos mucho tiempo sin usar esas cosas, nos duchábamos con jabón para autos en la estación. Revise el armario, estaba lleno de ropa muy femenina y bonita. Sin contar con los zapatos que tanto me gustaba ver en las vitrinas, no podía creer que ahora usaría todo aquello. Revise el horario pegado detrás de la puerta, la hora de levantarse era a las 6am, se desayuna y luego toca la primera clase, hasta terminar la última a las 2pm, luego tenemos más clases y finalmente somos libres a las 6pm.
Me sorprendí al leerlo todo, teníamos muchas clases y todas diferentes. Termine por tomar el reglamento que estaba en el escritorio, teníamos prohibido salir de la casa sin autorización, debíamos cumplir a pie de la letra los horarios, no podíamos hacer preguntas que no fueran acordes, no podíamos vestir de ninguna otra manera, no podíamos estar descalzas por la casa, la habitación jamás podía estar sucia o desordenada, no podíamos comer otra cosa que no fuera la servida en el comedor, no podíamos discutir con ninguna otra chica, no podíamos hablar con chicos, ni salir con ellos. No se podía salir de la habitación luego de las 7pm.
¿Qué era todo eso? ¿Por qué tantas normas? También decía que el infringir alguna regla tendría un castigo inmediato y para nada grato. Gran advertencia, lo cual me causaba más curiosidad sobre el lugar en el que nos habíamos metido.
—¿Leíste todo esto?—pregunté a Mirna.
—¿Mm?—susurró y entendí que estaba dormida.
Negué con la cabeza y tomé un suave pijama, me metí a la ducha y deje abierta la llave. El agua caía por todo mi cuerpo mientras me relajaba, pero a la vez me mantenía alerta. ¿Era realmente seguro este lugar? Sentía una sensación indescriptible en mi pecho, como si fuera un presentimiento. Quería ignorarlo, dejarlo pasar y solo dejarme llevar por la deliciosa sensación que invadía a mi cuerpo al tener un hogar o algo similar. Termine por quedarme dormida abrigada y disfrutando el aroma de las mantas.
Me desperté escuchando un sonido estresante, era la alarma de la habitación.
—¡Apaguen esa maldita cosa!—chilló Mirna, cubriendo sus oídos con la almohada.
—Levántate, según el horario debemos ir a desayunar. —respondí.
—¿Qué hora es? ¡j***r, son las seis de la mañana!—se quejó viendo la hora en el reloj de la pared.
—Levanta, no nos conviene llegar tarde—respondí.
Me adentré en la ducha, minutos después estaba muy limpia y con un aroma agradable. Fui al armario y cada colgante tenía una etiqueta con los días de la semana y el uniforme que tocaba. Me coloqué el de hoy, lunes. Era un vestido azul celeste con blanco, muy pegado al cuerpo y con tela ajustada. Me gustaba como resaltaba hasta la más mínima curva, me sentía más bonita que nunca. Tome el calzado y me tambalee un poco, tenía mucho tiempo sin usar tacones.
—¡Ni lo pienses, no usare esas armas mortales!—se volvió a quejar , Mirna al ver los zapatos.
—Vamos, están lindos. No es tan difícil caminar con ellos—respondí.
—¡De ninguna manera! Me quebrare un hueso—se quejó.
—Escoge otros, pero date prisa.—respondí.
Tomo unos sin tacón, se arregló su vestido y la verdad era que nos veíamos increíbles. Nunca imagine que todo eso fuera nuestro, siempre vestíamos ropa holgada. Nunca de nuestra talla, deje suelto mi cabello y lo peine hacia un lado. Me coloque una diadema de perlas a juego con el vestido y perfume.
—Podría acostumbrarme a esto, eh—dije, tomando el libro según la primera clase estipulaba. “Elegancia y diseño”.
Mirna terminó de alistarse y en conjunto bajamos al comedor. Todas las chicas estaban súper arregladas, maquilladas y muy bien vestidas. Habían formado una fila en el amplio salón, que sería una especie de sala. No entendía el porqué, pero también nos formamos.
—Buenos días, Madame Blue—saludaron todas al unísono, efectivamente la señora bajaba por las escaleras hacia nosotras.
—Buenos días, señoritas—saludó.
Comenzó a caminar frente a cada una, inspeccionándolas con la mirada de arriba abajo. Les daba indicaciones, críticas o reclamos. Era muy cruel y me hacía sentir mal por cómo se expresaba hacia ellas. Llego el turno de Mirna, la cual se tensó al tenerla en frente suyo.
—¿Cómo era tú nombre?—preguntó.
—Mi-mirna, señora—respondió asustada.
—Madame.—la corrigió—, Dame una buena razón, del porqué usas zapatos sin tacón. No llevas tu cabello arreglado y ni hablar de rostro.
—Seño, Madame. No sé caminar con esos zapatos, no sé cómo arreglarme.—respondió sincera bajando su mirada con vergüenza.
—Bien, entiendo—respondió—, Luis, llévala al salón con Federica.—pidió al mayordomo quien siguió sus órdenes.
Mirna me dio una mirada atemorizada, pero igual siguió la orden. Yéndose con el tal Luis, el mayordomo, esperaba que no le hicieran nada. Ahora venía mi turno, se posicionó delante de mí y me estudio de pies a cabeza.
—¿Nombre?—preguntó.
—Luana, Madame.—respondí.
—Muy bien, buen comienzo.—sonrió—, Tú uniforme esta impecable, te has arreglado muy bien, no llevas ni una gota de maquillaje pero tu rostro se ve perfecto.
—Gracias, Madame. Hice lo que estuvo a mi alcance—respondí.
—Me gusta, eres muy inteligente, astuta, precavida.—halagó—, Te saltarás un nivel, sígueme por favor.
Asentí y en silencio la seguí por el pasillo, creía que iríamos al comedor a desayunar, pero me llevó a su oficina. Me pidió que tomará asiento en el sillón enfrente del suyo.
—Cuando te dije ayer que tendrías una misión, me refería a un hombre—comenzó y mis alarmas mentales se encendieron.
—¿Un hombre? ¡Lo sabía usted quiere aprovecharse de nosotros!—exclame levantándome del sillón.
—¡No querida, nada que ver! Relájate y déjame hablar, es de muy mala educación interrumpir a tu superior—regaño.—, Tú misión es simple, debes seducir al Ceo que elija para ti.
—¿Qué es un Ceo?—pregunté.
—Un empresario.—respondió simple—, Debes hacer que se enamore de ti, casarte con él y darme un porcentaje de su fortuna.
—¿Enloqueció? ¡Eso es desagradable!—me queje.
—¿Cómo crees que ayudo a tantas niñas de la calle, querida?—respondió con petulancia.—, El dinero no crece en las calles, es por una buena causa. Además tendrás una vida llena de lujos, viajes, dinero y sobretodo un hogar.
—Acepto—dije sin pensarlo, ¿Quién no quiere todo eso? Yo no podría usar la fortuna de mis padres hasta los dieciocho, sin contar que probablemente ya no exista, por todo el tiempo que paso y por los gastos funerarios.—, ¿Qué tengo que hacer?
—Sabía que eras inteligente, Luana.—respondió con una sonrisa triunfante.—, Te analice desde que Astrid te trajo, tengo el objetivo perfecto para ti.
—¿Quién es? Que no sea muy mayor por favor.—dije analizando la situación y lo que me esperaba.
—Cariño, él es Maximiliano Bonard.—presentó indicándome una fotografía proyectada en la pared, era un joven demasiado apuesto, parecía modelo de la televisión. Era rubio, blanco, vestía un traje que se veía carísimo y llevaba en su mano un reloj dorado.—, Es dueño de una cadena de hoteles lujosos en todo el mundo, los heredo de su padre muerto hace un año. Tiene 25 años, es todo lo que una chica pudiese desear, tiene muchas pretendientes.
—¿Y qué debo hacer? Está buenísimo , usted misma lo ha dicho, tiene muchas pretendientes que seguro son mejor partido que yo.—respondí.
—Querida, en mi academia no solo las enseño a ser lindas. Las enseño a ser irresistibles, seductoras, astutas, inteligentes y muy sensuales. Ningún hombre se les podrá resistir.—dijo entrelazando sus manos y apoyando su rostro en ellas, además de darme una sonrisa de satisfacción.
—Estoy dentro, cuente conmigo, Madame—respondí segura.