FAMILIA

1670 Words
Y así fue como llegué a este punto. Parado en delante de él, avergonzado, enojado, frustrado, impotente, y con innumerables lágrimas empapando mi cara, las cuales se confundían con las gotas de la lluvia que nos mojaban a ambos… No podía verle a la cara. Mi cabeza no se enderezaba. Mi vista no se despegaba del suelo. Mi voz se ahogaba en mi garganta. Apretaba mis puños con fuerza dentro de mis bolsillos, hasta que doliera. Tratando de compensar el dolor que me atormentaba… -¿…C-Cazador de omegas…? ¿…Qué quieres decir con eso…? ¡…Yo no voy a matar a nadie…!-, respondí indignado. Pero que clase de mala broma es ésta. Este sujeto está más loco de lo que imaginé… -¿…Y quién dijo que tú tienes asesinar a alguien…?-, preguntó con calma el Cazador. -¿…Qué…? …Pero… ¿…No dijiste q-…?-. -¿…Qué acaso no sabes el significado del término cazar…?-, me interrumpe con cierta molestia. Era de no creer… Como si le fastidiara el hecho de explicarme el asunto. Como si esto fuera totalmente normal y para nada shockeante para un joven adolescente de 15 años… -…Si no me crees, consúltalo en el diccionario. Cazar significa buscar o perseguir animales para atraparlos Ó matarlos. No atraparlos Y matarlos. Es conseguir algo con habilidad, especialmente un cosa buena o difícil…-, recalcó el Jefe, y una vez esa expresión sínica amenazaba con aparecer: -…Y para mí, los omegas son la presa más valiosa de todas…-, se relamió sonriendo sádicamente. -…Entonces, ¿qué es precisamente lo que quieres que haga?…-. Mientras mis pensamientos se perdían en el episodio de hace unos momentos, Isamu me observaba confundido y preocupado. Tomó mi cabello y lo jaló suavemente hacia arriba para que lo observara, haciendo que reaccionara. Y vió el golpe, mis mejillas enrojecidas, mis ojos irritados de tanto llorar. Ese espectáculo lamentable que jamás quise que presenciara… Me era imposible sostenerle la mirada. La desviaba para cualquier lado, con tal de no cruzarla con la de él. Las palabras sobraban entre los dos. Su expresión era más que obvia: ¿Qué carajo te sucedió…? Esa manera de él de preocuparse, de contenerme, de cuidarme, de estar ahí y hacer lo que fuera por mí, me reconforta. Me da seguridad. Me brinda esa sensación de amor y calidez que sentía cuando papá aún vivía. Pero ahora, me provoca una profunda culpa, una que formando un apretado nudo, no me permitía ni respirar… -Ichiro… Ichiro, mírame a los ojos…-. Lentamente, me dispuse a contemplar esos dos zafiros, iguales a los de mi padre, enmarcados por varios mechones rubios que ahora se adherían a su frente por el agua. No hay duda. Es la viva imagen de papá… -Vamos a casa, y ahí me dirás qué pasó…-, declaró con seriedad, en lo que gentilmente envolvía mis hombros en un abrazo y guiaba mis pasos junto con los suyos hacia nuestro hogar. Caminamos el resto del trayecto en silencio, pero nunca me soltó. Su agarre era firme, y en cierto modo, me agradaba que lo fuera. Era como si con el me asegurara de siempre iba a sostener mi mano, que no iba a permitir que cayera, y si lo hacía, me ayudaría a levantarme cuantas veces sea necesario… Al llegar, me ordenó que tomara un baño y me cambiara de ropa. Obedecí, pero para mí sorpresa, sólo alcancé a ponerme mis boxers y mis calcetas largas, cuando Isamu entró a mi cuarto y se puso a inspeccionar mi cuerpo en busca de más golpes. Por suerte, se distrajo con el enorme hematoma que teñía mi abdomen, y conseguí esconder las marcas de mis muñecas con una manga larga. -¡¿Pero quién mierda te hizo ésto?! ¡¿QUIÉN ICHIRO?! ¿O fue más de uno? Te juro que si es así me las van a pagar. Malditos hijos de puta… Nadie se viene a meter con mi familia…-. Tengo que admitir que sus gritos me asustaron. Recorría la habitación de un lado al otro llevándose las manos a la cabeza, en una verborrea de improperios y maldiciones que en mi vida le escuché vociferar. Su actitud era una mezcla de furia, preocupación, ansiedad y violencia. Sus feromonas, de un marcado aroma a musgo después de la lluvia, y un poco más intensas que las mías por la diferencia de edad, ya viciaban el aire del pequeño recinto, lo que causó que retrocediera ligeramente. Impulsivamente, un par de lágrimas rodaron por mis cachetes. De inmediato las limpié, aunque no fui lo suficientemente rápido, porque Isamu se percató. De repente, se calmó y retajo sus colmillos, que ya eran bastante notorios. Se acercó a mí, y con un leve tono de angustia, me instó, casi… me imploró: -Ichiro, hermanito, por favor dime qué pasa. Me estás asustando…-, pedía sumamente compungido. Noté que también se encontraba… ¿Ansioso, quizás? Y, con razón. Pero sinceramente, no sabía qué contestar. No se me ocurría cómo explicarle los golpes. No tenía la más mínima idea de qué excusa inventarle. Soy pésimo mintiendo. O bueno, lo era, hasta ese día… -Hermano, ¿me dirás qué sucede sí o no?-, repitió Isamu, ya demostrando su inquietud. Comenzaba a ponerme nervioso. Conocía a mi hermano. Él hasta no obtener una respuesta, seguiría preguntando. Pero, ¿qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?… De pronto, tuve un segundo de lucidez, un instante que me exhibió una pizca de esperanza para zafar de aquella complicada situación. -Es que… Es que, hoy era tu cumpleaños, y no te traje regalo… Y… Y yo…-, empecé a explicar titubeante, pero él no tardó en interrumpirme: -¿Qué tiene que ver eso ahora con tus moretones, Ichiro? Si lo que quieres es encubrir a alguien te voy avisando que me será mejor que me lo digas tú y no que yo lo averigüe por mí mismo. Y sabes perfectamente que lo haré, y encontraré al maldito bastardo que se metió contigo…-. Enseguida negué de todas las formas posibles. Debía plantearle una historia convincente para que se tranquilizara y no indague más sobre el tema. Por Dios, su aura es asesina cuando se enoja. No sé cómo tomé coraje y de golpe solté: -¡No hermano! P-Por favor, déjame explicarte… Hoy salí antes de la escuela porque un profesor tuvo una urgencia y no encontraron reemplazo. Entonces no te avisé nada y planeé sorprenderte. Fui a comprarte tu regalo con el dinero que ahorré durante un tiempo. No era mucho. Sólo me alcanzó para un pastel. Aunque era pequeño, conseguí de tu sabor favorito, chocolate con almendras y crema batida…-, me deprimía nomás el recordar cómo había quedado estampado contra el piso de ese inmundo callejón: -Iba caminando, cuando oigo a alguien pidiendo ayuda, y cuando me acerco…-, suspiré e intenté no evocar la sangrienta escena, en tanto Isamu me dedicaba toda su atención: -Cuando me acerco, veo a un par de alfas aprovechándose de un chico Omega y…-. Cómo detesto mentirle en la cara…, pensaba: -Yo quise defenderlo, y terminé peleándome con ellos. Pero eran más grandes y fuertes que yo. Tardé un poco en recuperarme de los golpes. En cuanto lo hice, el pastel acabó hecho trizas y… Y me sentía muy mal porque no pude darte nada y festejar contigo tu cumpleaños… Lo arruiné… Lo siento…-. Me obligué a mantener la compostura. Si me quebraba ante él se daría cuenta de que algo andaba mal e investigaría. Isamu se me quedó viendo por unos segundos, como si estuviera analizándome, a mí y a mi pretexto. Por su semblante, supuse que no se lo tragó. Pero repentinamente, me atrapó en un fuerte abrazo. Un abrazo sólido y reparador, que parecía reunir y volver a pegar los pedazos de un alma partida. Qué iba a hacer si no era corresponder. En eso, escucho que en un susurro, mi hermano me habla: -Si es así, el que debería disculparse soy yo, porque por mi culpa tuviste que pasar por esto… Si no fuera por mi cumpleaños, habrías tomado el camino de siempre, y todo se hubiera podido evitar… Pero tengo que decir, que también estoy orgulloso, porque no cualquiera defiende a alguien que ni siquiera conoce sabiéndose claramente en desventaja. Y papá también lo estaría…-. Otra vez es culpa que me oprimía el pecho. Nunca pensé que caería tan bajo… Mi hermano revolvió mi cabello, y con una ligera sonrisa dijo: -Termina de secarte y vestirte, te espero abajo para que curemos tu boca y pongamos algo de hielo en el hematoma. Luego podemos celebrar, si aún quieres. En el trabajo, los chicos del sector de panadería me regalaron una tarta. Creo que, este día no tiene porqué acabar tan mal…-. Mi rostro se iluminó, y asentí con entusiasmo. Acto seguido, salió de la habitación, dejándome solo con mis cavilaciones. -…Después de todo, no fue un día completamente malo…-, reflexioné para mis adentros… Cuando estoy listo, me dirijo a la pequeña cocina, desde donde vislumbro a Isamu preparando las cosas para atender mis heridas. Sentado en una silla frente a él, con mi labio desinfectado y una bolsa de hielo en mi estómago, degustando una dulce tarta de cerezas con crema, llegué a una conclusión. Una que, en un futuro, me pondría contra la espada y la pared, eligiendo entre dos partes que significarían el mundo para mí… -…Debo hacerlo… Por tí, Isamu…-.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD