JEFE

1564 Words
¿Qué es lo que acaba de decir? ¿Cazador? ¿Tenerme en sus manos? ¿Será divertido? ¿Qué mierda le pasa? Cada vez entendía menos, y comenzaba a inquietarme. Mi cuerpo tiritaba y escurría sudor. Toda esta situacion se estaba volviendo demasiado para mí. Me sentía angustiado, amedrentado, en riesgo. Por primera vez en mi vida, experimenté una verdadera sensación de amenaza, de peligro. Así como un animal, cuando está a punto de ser cazado. Me hallaba completamente indefenso ante ellos, servido en bandeja de plata. Listo para ser degustado sin ningún esfuerzo. La sola presencia de ese sujeto me acojonaba. Sus ojos negros daban cuenta de la profunda oscuridad que invadía cada rincón de su interior. Su fino cabello, que ahora podía apreciar, era más bien de color plata, brillaba a la luz de ese tenue y viejo foco que colgaba sobre nosotros. Y su alto porte, envuelto en un traje completamente n***o, combinado con un intenso aroma a incienso, no hacían mas que maximizar esa figura grandiosa, que llegaba a ser realmente terrorífica. Lo observaba con una mezcla de recelo y horror. Era una imagen demasiado sorprendente, abrumadora. Pero por más que me aterrara, no podía sacarle la vista de encima. Me ponía en alerta todo el tiempo. Abstraído estaba en el aura de ese Leviatán, cuando distingo que de las sombras sale otra persona. Ésta me impactó, ya que lo primero que pensé al verlo fue: "Es un maldito oso…". Un enorme tipo, de unos dos metros aproximadamente, semblante perverso, cabello café oscuro y ojos verde intenso, se acercó a los otros dos, mofándose de la situación. -Me pregunto qué debería hacer contigo. A decir verdad, no me gusta tratar con mocosos… Pero tal vez puedas servirme de algo…-, dijo el Cazador, mirándome con regodeo. Yo seguía ahí, estático, todavía sin asimilar por completo lo que estaba pasando. ¿Quién era este hombre? ¿Qué quería? ¿Cómo es que podría serle útil alguien como yo? Éstas y cientos de preguntas más se mezclaban en mi desordenada cabeza. Ya hasta empezaba a dolerme... En eso, escucho la fuerte voz del gigante al reírse, mientras continuaba diciendo: -Este chiquillo no podría hacer nada bien, Jefe. Es un cobarde. Mire como está con sólo tenernos en frente a nosotros, siendo que ni siquiera sabe quién es usted…-, decía, al mismo tiempo que encendía un cigarrillo y exhalaba una gran bocanada de humo. Los otros dos lo imitaron, atestando en poco tiempo el lugar de olor a tabaco y risas irónicas. Comencé a toser un poco, ya que no estaba acostumbrado a tal humareda, a lo que comenzaron a burlarse otra vez. -Oh vamos, ¿ésto tampoco lo aguantas? ¿Están seguros de que este chico es alfa?-, preguntó a los demás el grandote. -Eso dice su expediente. A mi también me cuesta creerlo. Pero el ADN no miente, supongo… Ja ja-, dijo el más petiso, agitando unos papeles que traía en su mano y que, según parece, contenían toda mi información. -Oye, se un poco más considerado, él no tiene la culpa de haber salido así de mal, ja ja ja ja-, bromeó el Lobo, en lo que tiraba su cigarro al suelo y lo pisaba. El Cazador sonreía ante los comentarios, observándome desde su lugar con aires de superioridad. Malditos idiotas. ¿Quiénes se creían? Al oír uno tras otro sus escarnios, mi miedo fue transformándose en enojo. Soy un alfa. Un alfa dominante. No permitiría que me pasaran por encima sólo porque se les pegara la gana. Era mi instinto. No iba a darles el placer de mostrarme humillado ni un minuto más. Como pude, me arrodillé, levanté mi rostro manteniéndolo firme, y les dije mirándolos a los ojos: -Todos ustedes se entretienen mucho riéndose de mí, ¿verdad? Se jactan de que soy un inútil, un desperdicio y una decepción como alfa. Si es así y tanta lástima les doy, si tanto les hago perder el tiempo, ¿por qué no me dejan ir y ya? ¿Por qué no sólo me sueltan y se olvidan de mí, así como yo me olvidaré de ustedes? No creo que les interese manchar el piso con alguien como yo. Les prometo que no abriré la boca con nadie sobre este asunto. No quiero tener problemas, y mucho menos con gente como ustedes. Aunque no quieran creerme, yo cumplo mi palabra…-. Con mucho esfuerzo, logré que mi voz no flaqueara y sonara segura. Se produjo un silencio en el ambiente Uno que ya estaba pesando bastante. En ningún momento bajé la vista. Me sostuve invariable ante aquellos temibles sujetos. El Cazador miró a sus subordinados y luego comenzó a reír. Una risa suave pero sarcástica, que me provocó un hondo estremecimiento. Sin embargo, conservé mi postura, aún cuando éste comenzó a acercarse lentamente, hasta quedar a menos de un metro de mí. Sin más tardar, se agachó, y me examinó detenidamente. Como si me estuviera estudiando. Me sentí un poco incómodo, pero de todos modos, aguanté su mirada. No me dejaría someter de nuevo por aquellas personas. Ya no más. Pasaron unos cuantos minutos, hasta que el peliplateado sonríe. Con voz grave, me dice: -Veo que si tienes agallas mocoso. No cualquiera le contesta de ese modo al jefe de la mafia más poderosa de todo el territorio…-. Esa sonrisa se convirtió en el foco de mis pesadillas. Una sonrisa perversa, siniestra, esbozada por una persona sin sentimientos, sin pudor, ni empatía. Perteneciente a un animal, a un demonio, a mi perdición. Jefe… Mafia… Más poderosa… ¿Cómo es que terminé metido en esto? ¿Por qué? ¿Ahora que voy a hacer? ¿De verdad éste es mi fin? El jefe se incorporó de nuevo y encendió un cigarrillo. Le dió una larga calada, y prosiguió explicando: -Mi nombre es Matsudaira Osamu, pero me conocen como "El Cazador". Como te dije, manejo la mafia más grande y poderosa de la zona, conocida como "The Blood Souls", por lo que comprenderás, que así como tengo muchas conexiones que me permiten ciertas "libertades" y facilidades, también debo ser precavido, para no llamar demasiado la atención de mis enemigos… No me agrada la idea de que se entrometan en mi trabajo...-. Mientras él hablaba, yo lo observaba atónito. El hombre más peligroso de Tokio me tenía secuestrado en quién sabe dónde, para quién sabe qué, atado de manos y pies. Y lo peor, es que conocía cada aspecto de mi vida. Yo era un jo-jo en su mano, que podía ser manejado a su antojo. Literalmente, me tenía en su puño. Si intentaba algo, el que la pagaría no sería sólo yo, sino también Isamu. Me debatía cómo reaccionar ante toda esta situación, buscando una posible salida, una solución, una esperanza, hasta que el Cazador me espetó: -Lo que viste hoy, es algo que tendría que haber quedado en silencio, sin testigos. De hecho, eso que presenciaste, es un ejemplo de lo que te pasaría a ti si ves o escuchas algo que no te incumbe. Ese muchachito, lamentablemente, estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. No quiso cooperar con nosotros, por lo que no pudimos dejarlo pasar. Es una pena. Era un lindo chico... Pero, como siempre digo, todo sea por el bien de los negocios…-. No podía creer que en este mundo hubiera personas tan exentas de remordimiento. O tales salvajes que se sintieran satisfechos por realizar esta clase trabajo. Me generaban un profundo asco. El Sr. Matsudaira hizo una pausa, viéndome con una expresión de lo más fresca. Seguramente porque mi rostro denotó la profunda repulsión que sentía. Le dió otra fumada al cigarro, me lanzó el humo a la cara y siguió: -Creo que también entiendes, que al ser tú el hermano de un futuro policía, después de lo que pasó, no puedo dejarte ir…-. Hizo una seña con su mano derecha, y en un instante, los tres matones me agarraron fuertemente, preparados para acatar las órdenes de su líder y acabar conmigo. En ese momento mi corazón latía como loco. ¿Qué se supone que debería hacer ahora? No tenía oportunidad alguna frente a ellos, ni forma de liberarme. Y si me resistía, o sencillamente dejaba que me mataran, quién sabe qué le ocurriría a Isamu. Seguramente, mi hermano no pararía hasta encontrarme. Si ellos descubrieran que él intenta atar cabos sueltos para averiguar la verdad, lo desaparecerían con la misma facilidad que a mí. No quiero morir, no quiero que mi hermano corra peligro. No quiero arruinarle su cumpleaños. No puedo. Qué hago… Qué hago… Mis ojos se cerraron, mi cabeza cayó, mis labios se movieron solos, y mi voz se escuchó casi en un susurro: -Entonces, haré lo que digas. Estaré a tu servicio. Haré trabajo sucio. Lo que sea. Pero, por favor… No me mates. No le hagas daño a mi hermano. Él no tiene nada que ver con esto… Haré lo que quieras… Cualquier cosa… Te-te lo ruego…-. Y sin darme cuenta, terminé firmando mi sentencia, mi condena, mi castigo, mi pase libre al infierno. -Con que… Lo que yo quiera, ¿eh?-, cuestionó el jefe, y pude percibir como se relamía ufano.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD