CAPÍTULO UNO
Me revuelco contra la corriente, con los pulmones a punto de estallar, desesperada por respirar. Intento impulsarme hacia la superficie, pataleando furiosamente, buscando la luz del sol. No sé dónde estoy ni cómo terminé aquí, pero sé que no puedo respirar y que no podré aguantar mucho más.
Con una última patada consigo finalmente salir a la superficie. Jadeo, trago aire, nunca me sentí tan muerta y tan viva al mismo tiempo.
Mientras me balanceo en los rápidos de un rio, veo a alguien de pie en la orilla, mirándome. Antes de que una ola se estrelle contra mi cabeza, me doy cuenta: es mi padre. Está vivo.
Y me está mirando.
Pero su rostro es duro, demasiado duro. No hay calidez en él, aunque nunca fue cálido para empezar.
Vuelvo a empujar hacia la superficie, luchando contra la fuerza de la corriente.
―¡Papá! ―grito, luchando contra la furiosa corriente―. ¡Papá, ayúdame!
Me abruma la alegría de verlo, pero no hay ninguna emoción en su rostro. Finalmente, cierra la mandíbula.
―Puedes hacerlo mejor, soldado ―grita―. ¡Quiero verte luchar!
El corazón se me encoge. Miro a mi alrededor, desorientada, y es entonces cuando las veo: filas de espectadores detrás de él. Biovíctimas con rostros derretidos y tumorales. Están rebuznando por sangre.
Retrocedo horrorizada mientras la multitud comienza a corear.
―¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
De repente me doy cuenta: Estoy en otra arena, con el suelo hecho de agua. Es como si estuviera en una pecera gigante, con todos los espectadores en lo alto de las gradas, todos coreando mi muerte.
Mi instinto de lucha se pone en marcha y pataleo con todo lo que tengo, intentando mantenerme por encima de la superficie. Grito sin voz, sin que salga ningún ruido de mi boca.
De repente, bajo la superficie siento una mano helada en mi tobillo, intentando arrastrarme hacia abajo.
Miro hacia abajo y me quedo atónita al ver, bajo las aguas transparentes, un rostro que nunca pensé que volvería a ver.
Logan.
Está vivo. ¿Cómo puede ser?
Se aferra a mi tobillo con un agarre visceral. Sus ojos se fijan en los míos, clavándose en mí mientras me arrastra hacia el agua, hacia las profundidades.
―¡Pelea! ―grita mi padre.
El público se une y, mientras me arrastra hacia abajo, puedo oír sus ovaciones bajo el agua, como un tambor tribal que golpea mi cráneo.
Presa del pánico, pataleo y me retuerzo, tratando de escapar de la pesadilla que se desarrolla ante mis ojos. El agua hace que todo parezca moverse a cámara lenta, y miro a Logan, con su mano agarrada a mi tobillo y su mirada apenada todavía fija en mí. Me mira con desesperación, como si se diera cuenta de que aferrarse a mí sería matarme.
―Te quiero ―dice, con la voz marcada por el dolor.
Entonces se suelta, se aleja y desaparece rápidamente en las negras profundidades.
Grito tan fuerte que me despierta. Me levanto como un rayo, con el corazón latiendo tan rápido en mi pecho que parece que va a estallar. Me tiembla todo el cuerpo. Me toco todo el cuerpo para revisar que es real. Mi piel está pegajosa al tacto y estoy empapada de sudor frío.
Tras el horror del sueño, espero un buen rato a que los latidos de mi corazón disminuyan. Solo entonces me doy cuenta de que no tengo ni idea de dónde estoy. Me pongo a escuchar, inmediatamente en guardia, tratando desesperadamente de recordar, y oigo un suave pitido de fondo. Huelo el olor a antiséptico en el aire.
Miro a mi alrededor y descubro que estoy en una especie de hospital. El sol está saliendo, arrojando una pálida luz roja sobre las paredes limpias, y a mi alrededor veo que estoy tumbada en una cama, con una manta encima y una almohada bajo la cabeza. Siento un tirón en el brazo y miro hacia abajo para ver una vía intravenosa, mientras una máquina a mi izquierda emite un pitido al ritmo de mis latidos.
Toda la escena parece increíble, un lugar tan tranquilo, tan limpio, tan civilizado. Me siento como si hubiera retrocedido en el tiempo al mundo antes de la guerra. No puedo evitar pensar que estoy soñando otra vez, y casi espero que se convierta en otra pesadilla que aplaste mi alma.
Me levanto de la cama con cuidado y me sorprende que mis piernas se mantengan firmes. Me froto la herida punzante en la pierna, de la mordida de serpiente que recibí en la Arena 1, ahora casi curada. Entonces sé que es real.
El suero está sujeto a un soporte metálico con ruedas. Me agarro a él y lo arrastro hacia la ventana conmigo. Abro las persianas y, cuando se abren, veo el paisaje y quedo boquiabierta.
Allí, extendida ante mí, se encuentra una ciudad perfectamente conservada. Tiene un aspecto increíblemente prístino, no ha sido tocada por la guerra. Todos los edificios están intactos y sus ventanas limpias brillan. No hay edificios bombardeados, ni cascos de coches oxidados y abandonados.
Entonces se me acelera el corazón al ver que hay gente que sale de los edificios que parecen casas y se dirige por las calles pavimentadas hacia los campos y los corrales. Parecen despreocupados, limpios, bien alimentados, bien vestidos. Incluso veo a uno sonreír.
Parpadeo varias veces, preguntándome si estoy soñando.
No lo estoy.
Una ráfaga de esperanza me golpea al pensar en el rumoreado pueblo de Canadá, el que Charlie y Logan creían que existía. ¿Hemos llegado hasta aquí?
Es entonces cuando pienso en los demás. Me doy cuenta de que estoy completamente sola en esta habitación de hospital. Me doy la vuelta y, por supuesto, no veo ni rastro de Charlie ni de Ben, ni de Bree.
El miedo se apodera de mí. Me precipito hacia la puerta y la encuentro cerrada. Presa del pánico, me pregunto si estoy prisionera. Quienquiera que me haya puesto aquí ha decidido encerrarme, lo que no presagia nada bueno.
Justo cuando hago sonar la manija y golpeo frenéticamente la puerta, ésta se abre y me tambaleo cuando entra un pequeño grupo de personas.
Llevan extraños uniformes, y hay algo militarista en la forma en que se mueven cuando entran en mi habitación con una eficiencia brutal.
―General Reece ―dice una mujer, presentándose mientras levanta la mano en señal de saludo. Noto su acento canadiense.
―¿Y usted es? ―exige.
―Brooke ―digo―. Brooke Moore ―Mi voz suena sorprendida y sin aliento, más débil de lo que me hubiera gustado.
―Brooke ―repite ella, asintiendo.
Me quedo de pie, aturdida, sin saber qué está pasando.
―¿Dónde estoy? ―le digo.
―Fort Noix ―responde ella―. Quebec.
Apenas puedo respirar. Es cierto. Realmente lo hemos conseguido.
―¿Cómo? ―tartamudeo―. ¿Cómo existen?
La general Reece me mira sin expresión.
―Somos desertores de los ejércitos americano y canadiense. Nos fuimos antes de la guerra, porque ninguno de nosotros quería formar parte de ella.
No puedo evitar pensar con amargura en mi padre, en la forma en que se ofreció como voluntario para unirse a la guerra antes incluso de ser convocado. Quizá si hubiera sido idealista como la general Reece y los demás soldados aquí presentes, nunca habríamos pasado por todo lo que pasamos. Tal vez todavía seríamos una familia.
―Creamos una sociedad segura aquí ―continuó―. Tenemos granjas para cultivar alimentos, embalses para el agua.
No puedo creerlo. Me siento de nuevo en la cama, abrumada, sintiendo que el alivio me invade. Había perdido toda esperanza de estar a salvo, de volver a vivir una vida en la que no tuviera que pelear.
Pero ella no está dispuesta a darme tiempo para disfrutar del momento.
―Tenemos algunas preguntas para ti, Brooke ―dice―. Es importante que sepamos dónde oíste hablar de nosotros y cómo nos encontraste. Permanecer fuera de la vista es primordial para nuestra supervivencia. ¿Lo entiendes?
Respiro hondo. ¿Por dónde empiezo?
Le cuento mi historia a la general y a sus tropas, empezando por los Catskills, la casa que Bree y yo compartimos en las montañas, antes de entrar en el trauma de los traficantes de esclavos. Le cuento cómo escapé de la Arena 1, cómo rescaté a las chicas que habían sido llevadas para convertirse en esclavas sexuales. Me observa con una expresión sombría mientras se desarrolla mi historia, nuestra captura y calvario en la Arena 2. Lo único que dejo fuera es a Logan. Es demasiado doloroso incluso decir su nombre.
―¿Dónde están mis amigos? ―exijo cuando termino―. ¿Mi hermana? ¿Están bien?
Ella asiente.
―Todos están bien. Todos se están recuperando. Tuvimos que hablar con cada uno de ustedes por separado. Espero que entiendan por qué.
Asiento con la cabeza. Lo entiendo. Tenían que asegurarse de que nuestras historias se corroboraban, de que somos honestos y no espías esclavistas. La sospecha es lo único que te mantiene vivo.
―¿Puedo verlos? ―pregunto.
Ella pone las manos en la espalda, una posición que recuerdo que mi padre adoptaba siempre. Se llamaba ―en descanso― aunque no parece ni remotamente relajado.
―Puedes ―dice con su voz cortada y sin emoción―. Pero antes de llevarte con ellos necesito que te comprometas a no hablar nunca de lo que veas aquí, con nadie. El secreto absoluto es la única manera de que Fort Noix sobreviva.
Asiento con la cabeza.
―Lo haré ―digo.
―Bien ―responde ella―. Debo decir que admiro tu valentía. Todo lo que has pasado. Tu instinto de supervivencia.
No puedo evitar sentir una oleada de orgullo. Aunque mi padre nunca podrá verme y decirme que está orgulloso de mis logros, escuchar esto de la general se siente casi igual de bien.
―¿Así que no soy una prisionera? ―digo.
La general sacude la cabeza y me abre la puerta.
―Eres libre de irte.
Con mi bata de hospital delgada, empiezo a dar pequeños pasos por el pasillo. La general Reece y sus soldados me escoltan, uno de ellos llevando la intravenosa por mí.
Unas cuantas habitaciones más abajo, el pasillo se abre a un pequeño dormitorio. La primera persona que veo es Charlie, con las piernas cruzadas en una cama leyendo un libro. Levanta la vista y, en cuanto se da cuenta, sus ojos se llenan de alivio.
―Brooke ―dice, dejando a un lado su libro, levantándose de la cama y acercándose a mí.
Un movimiento en el otro lado del dormitorio me llama la atención. Ben sale a la luz del amanecer. Le brillan las lágrimas en los ojos. A su lado, veo la pequeña figura de Bree, con Penélope, su chihuahua tuerto, en brazos.
Bree empieza a sollozar de alegría.
No puedo evitarlo. Las lágrimas brotan de mis ojos al verlos a todos.
Los cuatro nos abrazamos. Lo logramos. Lo conseguimos de verdad. Después de todo lo que hemos pasado, por fin todo ha terminado.
Mientras me aferro a Charlie, Bree y Ben, dejo que mis lágrimas me consuman, derramándolas catárticamente, dándome cuenta de que es la primera vez que lloro desde que empezó la guerra. Todos tenemos mucho que curar. Por primera vez, creo que vamos a tener la oportunidad de hacer el duelo.
Porque puede que lo hayamos conseguido, pero los demás no. Rose. Flo. Logan. Nuestras lágrimas no son solo de alivio, sino de dolor. Dolor y culpa.
Me doy cuenta entonces de que la horrible pesadilla que tuve anoche es solo el principio. Todos nosotros tenemos mentes torturadas y traumatizadas; todos nosotros hemos soportado más de lo que nadie debería tener que soportar. En cierto modo, nuestro viaje no ha terminado.
Apenas acaba de comenzar.