KEMEROVO, RUSIA.
Yeva no sabía qué estaba haciendo.
Estaba mal.
El Glavnyy iba a ahorcarla si se enteraba de que guió a su esposa en medio de los pasillos inferiores de la mansión. Estaba rompiendo una regla primordial pero para empezar, la Kadyrova fue quien se lo pidió. El pudor de Oksana nunca la llevó a ese lugar, pero eso no quería decir que su predecesora sería igual. Ambas mujeres lograron salir de la casa gracias a Yeva quien conocía todo al derecho y al revés, luego levantó una de las tapas cubiertas de nieve, de una de las entradas de aire y se perdieron entre los enormes conductos de la mansión hasta que salieron en le cuarto de limpieza.
—¿Qué haces?
—Use esto—le tendió una especie de tela molesta.
—¿Por qué? La gente me verá raro—afirmó al ver que Yeva intentaba es
