El primer beso
Mi historia con Francisco inicia cuando mi hijo culmina la secundaria y debe ingresar a la universidad. Entre las carreras que más le atraían estaba la Educación. Quería optar por idiomas modernos, al Señor Roberts no le agradaba, pero permitió que estudiara lo que quería.
Dijo que una vez culminará la universidad empezaría a trabajar en su empresa, porque no toleraría que fuese un “pobresor” usaba términos muy denigrantes.
Mi hijo no es tonto y se ha ido haciendo a sus ahorros porque dice que quiere independizarse del yugo de su padre cuanto antes. Yo le he brindado mi apoyo incondicional, él necesita viajar, conocer, disfrutar el mundo… ¡Quiero que haga lo que yo no pude!
Todo comenzó cuando el primer día de clase el profesor de Idiomas modernos hizo una autoevaluación y mi hijo obtuvo una nota muy deficiente. Por artimañas aprendidas de su padre ha decidido sobornar al profesor y se metió en un inconveniente legal.
Lo expulsaron de la universidad y yo, como buena madre, decidí ir a poner la cara para enmendar el error de mi muchacho.
Me atendió el profesor encargado del departamento de idiomas y me indico que debía esperar al profesor con el que había surgido el inconveniente.
Estaba nerviosa porque si no conseguía persuadir al profesor, mi hijo debería cambiarse de universidad y eso implicaría un inconveniente con el Señor Roberts.
—Me avisaron que me está esperando la madre de Damián Roberts. ¿Cómo puedo ayudarla? —indicó el hombre que se había puesto de cuclillas delante de mí mientras yo estaba perdida en mis divagaciones, tenía la voz y los ojos más atractivos que puedan imaginarse.
—¡Ay! Hola… Me cogió desprevenida. —estiré mi mano—. Soy María… Filomena, Filomena es mi nombre.
—Mucho gusto Filomena, yo soy Francisco, soy el maestro encargado del área de Idiomas modernos. ¡Supongo que te acercaste por el inconveniente que tuve con Damián! —exclamó.
—No… O bueno, sí. —Hasta para que había ido olvidé, no había estado tan cerca de un hombre extraño desde hacía mucho tiempo. Era muy diferente verlos a través de una pantalla en las páginas para encontrar pareja o hacer amigos—. Mi hijo necesita seguir estudiando en esta universidad.
—Créeme que ese no es el inconveniente. Es la desfachatez con la que suele hablar, lo que causó el disgusto. Yo acepto que su familia es multimillonaria, para nadie es un secreto que es el hijo del banquero más importante del país. Pero aquí estamos formando seres humanos con valores y ética. —Se lanzó su discurso y yo tuve que aguantarlo todo.
—Si, pues, solo vine para intentar mediar. Ya es un adulto y debe asumir las consecuencias, pero yo decidí insistir y poner mi cara en su representación. —mencioné cargada de nervios.
—Usted misma lo ha dicho, es un adulto y debe aprender a comportarse, esas malas praxis de soborno aquí no proceden. —No sé qué me sucedió, pero empecé a sentir náuseas y le pedí ayuda para encontrar un sanitario.
—Ven sígueme, usa el de los profesores. —Sacó una llave de su pantalón y abrió una puerta que estaba próxima a nosotros.
Ingresé, me arrodillé frente a la taza y empecé a devolver todo mi desayuno. Todo me daba vueltas y sentí que me desmayaría, recuerdo que alcance a gritar ayuda antes de desvanecerme.
Cuando desperté estaba en un sofá con mis senos al aire y el profesor Francisco abanicándome. Cubrí mis pezones y reclamé
—¿Qué hago semidesnuda? —Él se acercó y me puso en los labios unas gotas de agua con azúcar.
—Sufriste un desmayo y te costaba respirar, no pude hacer más que liberarte el pecho para que llenaras tus pulmones de aire. ¡Quédate tranquila que nadie más te vio! —Bendita menopausia, estaba segura de que todo era causado por esa faceta que estaba a punto de adentrarse en mi vida.
—¿Qué hiciste con mi “Fantasy bra” de Victoria Secret? —reclamé.
Mis ojos hirvieron en ira cuando metió la mano en la cesta de la basura y lo sacó cortado en dos partes. Corrí y se lo quité de la mano
—¿Cómo pudiste cortarlo? Es una verdadera joya de la moda. No tienes idea de lo caro que es. ¡Eres un animal bien pendejo! —Mis modales valieron v***a y me transformé solo por un brasier.
—Pensé que era más importante respirar que un pedazo de tela. ¡Lo lamento Señora Cleopatra! —Era un cretino, le quite los trozos de la prenda de sus manos y eleve mi mano derecha para abofetearlo. Pero fue más ágil y detuvo mi mano, me presionó con todo su cuerpo contra la pared y no podía moverme, él era alto y acuerpado.
—¡Nadie! Escúchame bien, nadie me levanta la mano y sale victorioso. —Me sujetó del cuello y me besó, metía su lengua hasta el fondo de mi garganta y yo estaba asustada, pero al detenerme a reflexionar en la oportunidad que tenía ante mí, relajé mi cuerpo y disfruté el beso.
Supuse que se detendría, entonces sentí como mi zona íntima se humedecía. Sin embargo, él no me soltaba de su agarre. Tenía ganas de llevar mis manos para tantear su trasero, pero no me atrevía, era mejor parecer sumisa en ese instante. El beso se me estaba haciendo eterno, lo observaba de reojo y tenía sus ojos cerrados.
No me preocupaba que entrara alguien y nos viera, me preocupaba que mis labios iban a quedar hinchados, aunque mi marido salía tarde del trabajo, podía quedarme algún indicio de ese beso interminable.
Nunca me habían puesto un beso tan largo. Mi marido me besaba y de inmediato iba a tocar mi trasero o mis senos… Pero él no. Creo que alcanzaba a rezar mil avemarías y él seguiría desvalijando mi boca. «Si es así de intenso con un beso, ¿Cómo será con lo demás?»
Su boca estaba fresca y sentía que salivaba más de lo normal. Pero seguía firme en su posición, su pierna derecha no me dejaba verificar su erección, pero estaba segura de que tenía una.
La forma como presionaba mi cuerpo a la pared no me permitía hacer movimientos, excepto con las manos, pero no iba a llevarlas a ese pomposo trasero, estaba conteniendo mis ganas.
El cuello se me estaba entumeciendo y él ahí como zángano pegado a mis labios. Todo el mareo y las náuseas desaparecieron. Por fin separó su boca de la mía y exclamó