Capítulo 12

1306 Words
En el video de la sesión de hipnosis que me hizo el doctor, yo había dicho que en mi otra vida era un gran mujeriego. A mí me daba risa ese detalle pero a Maicol le enfadaba. Entonces, éramos polos opuestos discutiendo por algo que, realmente era ridículo. Lo que sí me intrigaba era saber más de esas mujeres que enamoró Miguel. ¿Cómo eran? ¿Bonitas, feas? ¿Atractivas? ¿Más hermosas que yo?, je je je. De ese tema que me inquietaba sobremanera quería conversar con Maicol, pero él tenía animadversión al asunto de "mi otro yo mujeriego". No lo culpo, aunque le aclaré que si él hubiera sido mujer en su vida pasada, para mí hubiera sido súper normal porque me enamoré y estaba enamorada del presente y no del pasado. Igualito, él no quiso hablar más de eso ni nada que se vinculara a "otras existencias". Otra cosa que me atraía, demasiado, era saber en qué época vivía el tal Miguel. ¿El virreinato? ¿El incanato? ¿La edad de piedra? ja ja ja ja, posibilidades que me hacían despertar la curiosidad, me sumergían en una emoción intrigante y me mordía los labios impaciente, dibujando siempre en mi cabeza a ese hombre que, estaba convencida, era muy hermoso, indudablemente, para encandilar a tantas mujeres. Quizás Miguel habría sido un varonil mosquetero, de pelos largos, bigotitos finos y sus barbita afilada, alto, buenmozo, conquistando chicas con su florete desenvainando, columpiándose en una soga, sin que el sombrero de plumas se le caiga de la cabeza, matando enemigos o escribiendo su nombre en el pecho de los contrarios. O quizás él era un gigantesco cavernícola, con un garrote en sus manos, jalando de los pelos a una mujer, llevándola a su cueva, todo repleto de vellos, con sus brazotes igual a troncos y sus muslos poderosos, gruesos, hundiéndose en la tierra, barbudo y el pelo largo, con sus magníficos músculos emergiendo en sus trapos de tigre,, mientras la chica está resignada a su suerte de servirle. Quién sabe, ese hombre de mi pasado era un atractivo pirata, con su camisa abierta, su pecho repleto de vellos, mal afeitado, los ojos vivarachos, sus brazos largos y musculosos, su porte masculino, una pañoleta sujetando sus pelos y un cuchillo en la boca, secuestrando a una chica, llevándola en sus brazos, columpiándose en una soga atada al mástil de su barco, y la mujer gritando y golpeando su pecho de acero, con su vestido roto, descalza mostrando sus piecitos pequeños y los pelos desparramados, jugando con el viento, chillando como una damisela en apuros. También ese sujeto tan intrigante y erótico pudo haber sido un solado. Quizás de Napoleón. Todo gallardo, con su chamarra abotonada, su rifle largote y su bayoneta calada, su mentón afilado, la mirada seria y mágica apuntando al horizonte, sus botas relucientes y el cuerpo bien tallado, inmensamente varonil y masculino o un guerrero persa de elegante carruaje o un apuesto romano jefe de su batallón. Hummmm. ¿No sería don Juan Tenorio? eché a reír divertida, tumbada en mi almohada, apretando a mi pecho uno de mis peluches. Mordí mis labios. ¿ O Jack el destripador? Ahhhh exclamé, desorbitando mis ojos, descolgando mi boca. Quizás ese tipo enamoraba a esas pobres chicas y después las mataba, degollándolas sin piedad. Ay, no, no podía ser yo tan mala en esa otra vida. Je je je, aunque claro, era una idea, no más, no se asusten. Pensé en otras posibilidades, riéndome, estrujando mi peluche. ¿Un domador de leones en un circo? ¿Un actor consumado de Hollywood enamorando a las más hermosas actrices del celuloide, como Rodolfo Valentino? (saqué mi lengua entusiasmada), ¿Un astronauta que pisó la Luna? ¿Albert Einstein? ¿El verdugo que decapitó a la pobrecita de María Antonieta? Noooooooooooooo. Justo me llamó Giuliano. -¿Aló, con la hermosa periodista Roxana?-, preguntó. Ya estaba excitada y ahora ardía en más fuego con esa intempestiva llamada. -Hola Gigi-, dije apretando los dientes. -Estoy libre. Vamos al Paseo de Aguas-, me dijo. Yo tenía turno en la noche en el diario. También estaba libre, entonces. La pasamos de maravillas entre los chorros de agua, los jardines y corriendo junto a las piletas. El sol estaba festivo en medio del cielo y había un bonito clima. Un gentil viento nos acariciaba, mientras comía un sanguche con mucha mostaza y él me miraba deleitándose con mi sonrisa y mis ojitos encendidos. No dejaba de admirar mi jean pegadito donde se pincelaban mis deliciosas curvas, mis quebradas apetitosas y mis redondeces tan sensuales. -¿Cómo puedes meterte en ese pantalón?-, me decía él admirado aprovechando para verme las sentaderas. Yo reía y daba brincos. -Es elástico-, le bromeaba y volvía a correr por los renglones, saltando y dejando que mi pelo se desparrame a mis hombros. Cansados nos sentamos en una banca. Él sudaba y estaba agitado. Yo empecé a peinarme para hacerme una cola con m pelo. -No amarres tu pelo, me dijo Giuliano, se te ve hermosa así, con los cabellos sueldos, eres como una muñequita- Apreté los dientes y volví a tirar mis crines sobre mis hombros. -Así está mejor-, sonrió y me encantó su sonrisa amplia, larga, tan varonil. Mordí la punta de mi lengua. ¿Así no sería Miguel en mi vida pasada, como Gigi?, me pregunté mirando la nariz perfecta de Giuliano, el mentón amplio, sus pómulos resaltados y el pelo cortito. Ay qué guapo, suspiré. -¿En qué piensas?, dijo él recuperando el aliento. -¿Crees en una vida pasada?-, le pregunté tomando las solapas de su camisa. -No, para nada ¿por qué?-, se interesó. -¿No piensas que quizás tú podrías haber sido, antes, un rey, un príncipe o un ladrón?-, reí. Giuliano estalló en carcajadas. -No, para nada, ¿tú?- -Sí, a veces pienso que fui Cleopatra-, rompí a reír. -Sería una pena porque te hubieras muerto muy joven-, estiró, también, él su risa. -Quién sabe, a lo mejor yo era un hombre muy guapo, apuesto, atractivo como tú-, le disparé mordiendo mi labios. -¿Uh?, no sé, sería un gran desperdicio, entonces-, estrujó su boca desencantado. -¿Por qué desperdicio? Conquistaría muchas mujeres-, me defendí. -¿Tú crees que soy muy guapo?-, me miró Gigi romántico. ¿Qué le iba a decir? Giuliano es hermoso, con un pecho enorme como a mí me gustan ellos, con aire de seductor y el cuerpo magnífico de muchos bíceps como montañas en una cordillera. -Eres un poquito feo-, le dije y eché a correr a toda prisa por los empedrados, riéndome como loca. Giuliano empezó a seguir mascullando entre risas. -Ahora verás qué tan feo soy, bandida- Y así pasamos la tarde, entre risas, saltos, carreras y miradas furtivas, románticas y algunas caricias asolapadas. Cuando llegué al diario, Marifé, terminaba su turno. Le había tocado la noche. Yo iba a trabajar toda la madrugada. Me tumbé en mi silla y prendí la computadora. Soplé mi cansancio. -¿Y esa cara?-, adivinó María Fernanda guardando su móvil, su libreta y su lapicero. -Nada, me divertí en la tarde, je-, sonreí sacando la lengüita. -¿Con Maicol?-, preguntó. Ups. Eso dolió. Chupé mi boca. -Ajá-, intenté barajarla, pero Marifé no se comió mi mentirilla. -No andes jugando por allí, Roxana, rezongó, Maicol es bueno- Me dio un beso y se marchó. La redacción estaba casi vacía. Permanecían solo el redactor de madrugada del diario impreso, un reportero gráfico, el chico que seguía las frecuencias de la policía y los bomberos y el director Galarreta esperando la edición a punto ya de salir de máquinas. Me arremoliné en mi silla. -¿No seré yo, entonces, una devoradora de hombres?-, estallé a reír. Todos me miraron, hasta Galarreta.
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