Me entretuve mirando cómo entrenaba Fátima´, alistándose para sus futuras competencias de velocidad. Parecía una gacela trotando en la pista de ceniza, elegante, precisa, bella y cautivante. Me hipnotizaba viéndola tan hermosa y frágil, señorial y divina. Estaba sudorosa, pero se le veía bellísima, con sus pelos amarrados en cola, la camiseta transpirada y el buzo suelto. Estaba sola y su paso era armónico, como las letras de una canción, siguiendo el ritmo acompasado de su trote, con cadencia y majestuosidad, con un estilo perfecto.
-¿En qué compite ella?-, le pregunté a uno de los atletas que hacía flexiones en las graderías de la tribuna norte. -Es la campeona de cien metros, me contó, estirándose y doblándose como un alambre. Parecía el hombre de jebe.
-Debe ser rapidísima-, sonreí.
-Uf. Es una bala-, me respondió el sujeto, soplando su esfuerzo porque se había hecho un nudo con sus brazos y piernas.
Me apuré en barrer las graderías. Hacía un sol muy fuerte y los rayos me caían como cascadas, duchándome de sudor. Metí la basurita en una bolsa y la acomodé en la carretilla. Luego me acerqué a la alambrada, justo cuando pasaba ella por allí en su inacabable trote.
-Hola-, me saludó me saludó entonces Fátima divertida y su vocecita me pareció poética y romántica, dulce y celestial.
-Señorita Fátima-, me incliné cortésmente.
Ella detuvo sus pasos, resopló, se tomó la cintura y se inclinó para recuperar aliento. Vi sus bracitos delgados, su espalda bien torneada, su cinturita recortada y las sentaderas que se emancipaban detrás del buzo, redondeados, como una pincelada artística. Eran grandes y eso me gustó mucho.
-Bastante calor, ¿eh?-, traté de ser ameno.
-Demasiado-, siguió ella siendo cortante, sin embargo.
Tiró de su colet y su cabellera rubia se desparramó por sus hombros. Me miró con sus ojazos celestes y estiró la sonrisa que me pareció un chasquido del mar.
-Me baño y le invito una gaseosa ¿puede?-, me dijo desafiante. Quedé petrificado, absorto, lelo, sin reacción, con la boca abierta y desorbitando los ojos. ¿Esa belleza rubia, famosa, campeona de atletismo, me invitaba a tomar gaseosa, a mí, a un sencillo obrero que estaba limpiando las tribunas del estadio, encharcado en sudor? ¿Estará loca?, seguía balbuceando en mi inconsciencia, sumido en el desconcierto sin saber qué decirle o si tomarlo simplemente como una broma.
-¿Te moriste?-, sonrió ella mostrando sus dientecitos tan blancos como la espuma de las olas rebotando en la playa.
-Claro, señorita Fátima, solo me falta el pasadizo de los vestidores, termino y quedaré listo para acompañarla-, dije tartamudeando.
Ella siguió exhalando, haciendo estiramientos y después bajó las escaleras, hacia los vestidores, meneando sus caderas con una cadencia muy sensual que me encandiló aún más.
-Estás soñando muy alto, me dijo, entonces, uno de mis compañeros de labores que había escuchado todo, ella es muy hermosa para ti, seguro quiere pedirte un favor o algo así-
Me molesté. -Que me pida el mundo entero y encantado se lo doy-, le dije resoluto.
Me cambié de prisa, me duché rápido, me eché grasa al pelo, una loción fuerte. Me puse mis tirantes de la suerte y mi pantalón marrón, con las bocas anchas. Como hacía calor, estaba simplemente en mangas de camisa.
La esperé en la boca del túnel con las manos en el bolsillo y mi corazón tamborileando frenético. Mis amigos se reían. -Pobre idiota-, se burló otro de mis compañeros de trabajo.
-Fátima lo va a mandar a los infiernos-, estalló en carcajadas uno más
Y apareció ella, luciendo un buzo impecable verde, de marca, y tenía los pelos mojados. Llevaba su maletín. Chupaba su boca y movía la naricita como una conejita. Me miró y metió su mano en uno de mis brazos. -Vamos, Miguel-, me dijo y nos fuimos a la salida, debajo de la tribuna de occidente. Ella meneaba las caderas, otra vez, y movía sus crines salpicando las gotitas de agua. Mi compañeros quedaron con la boca abierta. Ella parecía mi enamorada.
-Este fin de semana hay controles para el Campeonato Nacional, me dijo sorbiendo del popote, ay no sabes, los entrenamientos han estado fuertes, pero estoy bien físicamente. Creo que haré buen tiempo-
Yo estaba fascinado con sus ojitos tan celestes como el cielo, su sonrisa amplia y su boquita roja, igual a una manzana madura. Ella jugaba a cada rato con su pelo, jalándolo o pasándolo detrás de la oreja.
-¿Verdad corriste maratón?-, se interesó Fátima, levantando sus ojitos.
-En el colegio, balbuceé idiotizado a ella, pero nunca gané nada-
-Yo corrí una vez una maratón, y, ay, terminé también entre las últimas, se necesita mucha resistencia para ese tipo de pruebas-, se saboreó con la gaseosa. Me encantó verle la lengüita coloradita.
-¿Tienes novio?-, me atreví.
-No, exhaló ella mortificada, tenía, pero lo mandé al diablo. Era un baboso, no lo soporté más-
-¿Por qué?-, exhalé mi risa. Fátima estrujó su naricita.
-Idiota, quiere manejarme, que lo siga, que vaya donde desea, está loco. Yo no soy su juguete-, dijo ella fastidiada.
-Es muy zonzo-, le di la razón. Fátima mordió los labios.
-¿Y tú?-, sonrió con la mirada.
No le iba a contar de mis amoríos con Nancy, Carolina o Daniela. -Nada, tengo mala suerte en el amor-, suspiré.
-El amor es una cosa tan rara-, musitó ella.
En realidad estaba intrigado por qué me pidió acompañarla a tomar gaseosa. También pensaba en un favor o algo así, pero no sabía cómo preguntarle. Podía malograrla toda. Sin embargo la duda era mayor. Tenía el corazón en la mano.
-¿Necesita algo, señorita Fátima?-, puse la cara de yo no fui. Ella se recostó al respaldar de la silla.
-No, nada, ¿lo dices por la gaseosa?-, siguió Fátima riendo con los ojos.
-Sí-, apreté los dientes.
-Es que estabas que me mirabas, me mirabas, me mirabas cuando corría que me dije, ay este hombre, me persigue con sus ojos que, bueno, pues, me dije seguro quiere conocerme-, ensanchó aún más su risita pícara.
-¿No te molesta de que haga limpieza?-, intenté descender al llano.
-A mí no. ¿A ti?-, volvió a sonreír traviesa.
-A mi me encanta mi trabajo porque puedo verte entrenar-, dije galán y romántico. Ella estalló en carcajadas.
-Me agradas, Miguel. Eres sencillo, muy divertido también-, se sinceró. Mi corazón reventaba en el pecho.
Se puso de pie. Iba a pagar las gaseosas pero no le dejé. -Yo te p**o después, Raulito-, le dije al encargado de la tienda.
-Ya, no te preocupes, Miguel, lo apunto-, quedó él, embelesado también a la belleza de Fátima.
-Tienes muchos amigos-, fue ella caminando a su auto, un compacto oscuro.
-Algunos, je-, reí tratando de mostrarme sencillo.
-Espero estés en los controles-, me murmuró acomodándose frente al timón. Prendió la radio y empezó a escuchar unas guarachas bien sabrosas. Luego movió sus deditos, volvió a chupar su boca, y se marchó rauda hacia la avenida Arequipa.
-Provecho, me dijo Raúl, esa rubia está sensacional-
Me abracé a mi amigo festivo. -Culpa de Dios que me hizo tan guapo-, dije y nos quedamos riéndonos buen rato.