Fui al estadio sin mucha formalidad. Me había comprado una correa bonita en el Jirón de la Unión y me puse una gorra Jorge Chávez. Lustre mis zapatos y me fui caminando al estadio, por Campo de Marte, hasta Santa Beatriz, bordeando los parques. Había poca gente y pasó una carreta de prisa, hacia La Victoria. Casi me arrolla. Si no brinco, ahora no la estaría contando.
Tulio, un compañero de trabajo, estaba en la puerta cuatro del estadio. -Hola, Miguel, ¿qué haces por aquí tan elegante? ¿tienes chamba?-, me preguntó sorprendido viéndome bien arreglado y afeitado.
Mi pelo estaba llenecito de brillantina. -Nada, he venido a ver las competencias de atletismo-, dije divertido y sonriente.
Me hizo pasar sin problemas. Escuché en los parlantes que ya se iba a disputar la final de los cien con vallas.
Subí de prisa por las escaleras, hacia las bancas de madera. El estadio estaba casi vacío. Atronaban algunos aplausos y habían otras competencias paralelas, de lanzamientos y saltos. Busqué la línea de partida, al fondo, en la pista de ceniza. Y allí estaba ella, Fátima, en el carril dos. Sus pelos rubios amarrados en cola, larga como un asta de bandera, con muchas curvas sin embargo, enfundada en su bividi celeste y su short rojo bien pegadito evidenciando sus magníficas curvas que me trastornaban. Ninguna tenía medias. Ella llevaba el número 523.
-¡Competidoras listas!-, anunciaron en los parlantes. Me acomodé en una banca y crucé los dedos haciendo fuerza para que Fátima consiga el triunfo.
Sonó el pistoletazo y Fátima salió como un destello, devorando la pista igual a una locomotora, desplazando, fácilmente, a sus contrincantes. El brinco que daba a cada valla fue perfecto, elegante y preciso. Yo la imaginaba hecha una gacela saltando en campos verdes de muchas flores y golondrinas, con suma plasticidad y elegancia. Me encantaba su porte de diosa. Ella era igual a una amazona dirigiéndose al combate.
Ganó fácil, sin problemas, por mucha distancia, incluso. La vi resoplar y respirar acelerada cuando cruzó la línea de sentencia, victoriosa, desplazando a sus contrincantes que llegaron mucho después a la meta.
-¡¡¡Buena Fátima!!!-, grité contento por su triunfo y como el estadio estaba vacío, mi voz se escuchó como un eco rebotando en las tribunas. Ella se sorprendió y buscó con la mirada en las tribunas, pero yo me escondí entre mis hombros. Me sentía azorado porque pensaba que todos me estaban mirando.
Bajé, luego de un rato, impaciente, hacia la cancha. Elías me dejó pasar a la pista. La busqué luego entre los atletas que iban y venían en la cancha, alistándose para sus respectivas pruebas. Ella estaba al fondo, casi en la otra tribuna, haciendo estiramientos.
-¿Usted es delegado de Balnearios?-, se enojó conmigo un juez.
-No, respondí, soy el que pone las varillas para los saltos-
El juez se mostró decepcionado y siguió de largo, por la cancha.
-Hola-, la saludé a ella cuando la vi de espaldas, haciendo flexiones.
Fátima se volvió sorprendida. Estrujo su boca. -Miguel ¿me viste en las vallas?-, se entusiasmó después .
-Sí, justo llegué cuando ganabas, dejaste atrás a tus rivales, ganaste de abuso-, le sonreí.
Ella no se detenía en sus estiramientos. -Ahora voy a correr las postas, quédate a verme-, me pidió.
Yo me sentía en las nubes viéndole sus ojitos pardos tan divinos, su sonrisa tan encantadora y sus muslos poderosos, torneados, suavecitos, deseables en toda la expresión de la palabra.
-Te invito a almorzar, después-, le pedí.
-Claro. Donde Raúl, hummm su cocina es exquisita-, dijo ella.
Eché a reír.
Fátima era la que completaba la posta. Y lo hizo muy bien. Recibió el testigo con exactitud y pese a que estaba segunda, enfiló como una centella hacia la meta, aprovechando sus trancos largos, y luego superó a su rival, muy fácil que iba adelante, dejándola atrás, aventajándola por una larga distancia, dándole el triunfo final a su cuarteto.
No sé por qué, me puse a saltar como loco en las tribunas. Estaba feliz por ella.
La esperé buen rato que se cambiara. Ya las tribunas estaban vacías y el personal se encontraba barriendo las graderías de prisa porque habría en breve un doblete (dos partidos seguidos) por el campeonato de fútbol de Primera División. También alistaban apurados el marcador que está en la tribuna sur. Pusieron los nombres de los equipos preliminaristas: Sport Boys y Centro Iqueño. Además echaron andar el reloj y el minutero estaba en cero, esperando el pitazo inicial del árbitro.
Fátima salió de prisa, casi corriendo de los vestidores. -Ay, llegaron los futbolistas del Boys, gritando, haciendo bulla, y tuve que vestirme rápido-, echó a reír ella. Se había duchado y el agua corría por sus pelos. Estaba hermosa, sin embargo. Fuimos dando trancos al comedor fuera del estadio, sin dejar de reír y hacer bromas.
-Lo mejor que tengas, Raúl-, le dije sentándome junto a la mesa. Fátima aún se reía secándose el pelo con una toalla de mano.
-¡El lomo saltado está de rechupaya!-, me dijo Raúl desde la cocina.
Su esposa nos puso gaseosas y vasitos y también pan. -¿Desean sopa?-, preguntó ella limpiándose las manos en su mandil.
-Por supuesto, doña Elvira, con muchos fideos-, le dije contento.
También llegaron para almorzar, los barristas del Tabaco, equipo que jugaría el partido de fondo, haciendo mucha bulla, tumbando sillas y arrimando mesas.
-Van a vender ese club, me anunció Fátima sorbiendo el vasito de gaseosa, lo va a comprar una cervecería-
No sabía eso. Me sorprendí. -¿Se pueden vender los clubes?-, arrugué la frente.
-Parece que sí-, echó a reír ella viendo mi desconcierto.
-Entonces voy a comprar el club donde corres-, inflé mi pecho.
Fátima estalló en carcajadas. -Idiota, yo pertenezco a una liga, Balnearios, las ligas no se venden-, me dijo sin dejar de reírse.
Me encantaba su risa. Blanca como la espuma del mar, deliciosa y encantadora. Achinaba sus ojitos y el rubio de sus pelos era un marco perfecto de dulzura y sensualidad. Me quedaba largo rato mirándola reír, convertida en un hermoso lienzo, un cuadro pintado por un artista genial.
En efecto, el lomo saltado estaba sabroso. Apenas empecé a probar , no me detuve hasta dejar el plato limpio. No dejé ni un grano de arroz.
-¿Tienes enamorada?-, me preguntó Fátima.
-Ninguna mujer me aguanta-, reí.
-No creo, eres muy lindo-, subrayó ella también deleitándose con el lomo saltado.
-¿Y tú tienes novio?-, tartamudeé. Tuve miedo de una respuesta positiva. Crucé los dedos, incluso.
-Estamos separados. Peleamos. Él es futbolista, me miró con una arrebatadora suficiencia, juega en el Tabaco-
No supe qué contestar. Resoplé mi angustia.
-Entonces ¿vuelven?-, pregunté hecho un idiota.
-Por ahora no, limpió ella su boca con una servilleta, estoy muy enojada con él-
-¿Qué te hizo?-, pregunté.
Me miró con esos ojazos que me sacaban de quicio, deliciosos, románticos, tiernos y encendidos como luceros.
-Lo vi besándose con la actriz Doris-, dijo y su voz fue como un rayo que me partió en dos.