Capítulo 24

1088 Words
Ese parque me pareció muy familiar. Asaltó mis recuerdos casi de inmediato, tanto que me resultaba muy habitual, como si toda la vida lo hubiera conocido, sin embargo era la primera vez que transitaba por su sosiego y tranquilidad, en medio del chillido de los pájaros y el vuelo sereno de mariposas de todos los colores, flotando entre las rosas. Era un oasis en medio del apuro de la ciudad y el infernal y caótico tránsito de Lima. Me veía jugando en él, corriendo, dando brincos, incluso subida a un triciclo, dando vueltas, por toda la manzana, con mucha euforia, aullando de gusto entre tanto color y felicidad. Pero existían cosas diferentes a ese recuerdo que me taladraba los sesos. Antes no habían bancas, estaba una inmensa pileta donde revoloteaban enormes libélulas, suspendidas apaciblemente sobre las aguas quietas, fangosas, verdes y contaminadas, porque jamás se arreglaban los grifos enmohecidos y tapados por la hierba mala. No habían muchos árboles tampoco como ahora que estaba rodeado de enormes troncos y robustos ramales. Y recuerdo un charco grande, donde una vez me caí, por estar correteando y me encharqué toda la espalda, quedando completamente enfangada. Eso recordaba claramente. No sé qué hice después que quedé como una piltrafa tras resbalar al lodazal. Evoqué también el sonido del triciclo avanzando por la vereda, con un sonido muy peculiar, pasando por las rendijas del piso, clonck, clonck, clonck. -¿Qué piensas?-, me preguntó sorprendido Maicol, después de endulzarse con mi boca y viéndome pensativa, extraviada en esos extraños recuerdos, que me parecían lejanos, perdidos en la inmensidad de mi memoria pero que lograba rescatar como incesantes fogonazos o campanadas que repicaban insolentes y a cada rato dentro de mi cabeza. -Cuando era niña venía aquí-, le conté, tratando de ordenar las ideas y recuerdos que se entreveraban en mi emoción, reconociendo esos renglones de pastos recortados, los rincones del parque, las casas que la rodeaban y todo eso me parecía familiar como parte de mi vida pasada. Maicol se sorprendió. -Jamás me habías dicho eso-, arrugó la frente sin entender lo que yo le contaba. -Montaba un triciclo, lo recuerdo-, sonreí rescatando algunas imágenes de un pequeño vehículo de tres ruedas, asiento de plástico, los manubrios negros y los pedales que eran difíciles mover y tenía que hacer mucha fuerza para que funcionen. -¿Cuando eras niña?-, se extrañó mi enamorado. -Sí-, me sentí triunfadora, alzando mi naricita, tratando de volver a esos lejanos días. -No puede ser, se rascó sus rulos Maicol, tu papá me contó que nunca quisiste subirte a un triciclo, que le tenías mucho miedo y que por eso jamás te compraron uno, que tú preferías jugar con muñecas o a la cocinita- Eso sí que me pareció extraño. Era cierto. Lo recordé. Pensaba que me podía caer, lo veía peligroso pese a sus tres rueditas y prefería jugar con muñecas. Mi padre me las compraba por decenas. -Entonces usaba el triciclo de mi hermana-, insistí. -Imposible. Le llevas cuatro años a Lisseth. Cuando ella tuvo su primer triciclo tu tenías un scooter, eso me contó, también, tu padre-, prosiguió con sus aclares Maicol. Ahora sí que estaba confundida, mareada, tonta y boquiabierta. -Pero ¿Y esas imágenes?-, renegué juntando los dientes. Maicol estaba molesto por lo de mi otra vida. -Ya vuelves con esa cantaleta de que fuiste hombre en tu existencia pasada-, se molestó. Volvimos a pelear. Furiosa le dije que era insensible, que no me quería y que era un egoísta. Él me llamó loca, que disfrutaba con esos cuentos de que era un mujeriego y me disparó que era mejor me encerraran en el manicomio. Fue tal la pelea que no nos hablamos un mes completo. Aproveché mi soltería para salir con Maldonado, el reportero del diario Tiro Libre. Él me llamó. -La loca (Daniela, todos le decíamos así a ella) me dijo que estás suelta en plaza, vamos a comer helado a Miraflores-, se aventó con pana y elegancia. Maldonado es buen chico. Sincero, amable, divertido, se sabe muchos chistes y me hace reír bastante. Nos juntamos frente a la iglesia y nos fuimos a comer helado camino al malecón. -Era un tipo tan pero tan feo, que siempre hacían fiestas de disfraces en sus cumpleaños para que nadie se asuste-, me contó y me doblé de la risa. No podía contener las carcajadas. Todos los comensales voltearon a verme. -Ay qué malo eres-, no podía resistir yo a mis carcajadas. A Uberto le encantaba el helado de chocolate y a mí el de vainilla, hummm, es lo mejor del mundo. Me gusta su sabor dulce, delicioso, refrescante, diferente. -A una chica del diario le dicen caldo de gallina-, arremetió otra vez, Maldonado. Di varias repuestas: es sabrosa, blanquiñosa, sus pelos parecen fideo, pero no le acerté ninguna. Él inflo su pecho. -Le encanta comerse la presa-, estalló en risotadas. Me puse roja. -¡Eres un cochino!-, ladré. Después de deleitarnos con los helados, nos fuimos caminando por el malecón y por el Parque del Amor. -¿Crees que la gente tuvo una vida anterior?-, le pregunté. Él no dejaba de mirar mis ojos, mis pelos, también mis pechos y le encantada tomarme de la cinturas y disfrutar de mis caderas amplias. Deseaba estrujarme las posaderas. No me era difícil adivinarlo. -Yo creo que venimos de alguien, al menos en el alma-, opinó. -Tengo imágenes de lo que me parece una vida anterior-, le subrayé. Uberto estrujó su boca. -Yo creo que en mi otra existencia fui pájaro porque me parece haber volado entre las nubes. En mis sueños me he visto flotando viendo casas pequeñas, incluso otras aves volando-, apoyó mis ideas. -Me gustaría saber quién fui yo antes de nacer-, le subrayé. -Fácil, pues, me dijo, haz un croquis por donde se desarrollan tus sueños, calles, campos, parques, qué se yo, y luego en el internet busca algo parecido, así podrías descubrir si fuiste una princesa inca, la mujer de un presidente o una cocinera que hacía deliciosos tamales- No era mala su idea. Yo tenía hasta un nombre, Miguel, y los recuerdos iban por calles de Lima. Metí mi mano en su brazo y le sonreí coqueta. -Eres un genio, Uberto-, dije mordiendo mis labios. Él me contó un último chiste. -Es una mujer tan fácil que le dicen cremallera malograda-, me retó. Moví la cabeza sin dejar mi sonrisa. -Siempre está abierta, ja ja ja- Riéndome a carcajadas le di un carterazo en la nariz.
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