Después de leer las noticias de la mañana en la web y tomar una deliciosa taza de café muy humeante, me aprestaba a buscar informaciones en el internet, cuando Galarreta me llamó a gritos desde su oficina.
-¡Roxana! ¡Roxana!-
Corrí de prisa, incluso tropecé con una silla y casi ruedo por el suelo, felizmente me enderecé a tiempo, aunque hice un gran estruendo. Muchos colegas se rieron.
-Hay un incendio fuerte en un mercado, te vas hacia allá y sales en vivo para la web-, dijo Galarreta parpadeando de prisa, sin dejar de revisar las pantallas de su PC. En la televisión, también hablaban del pavoroso siniestro que tenía en vilo a los bomberos y a la ciudad entera.
Me puse de inmediato mi casco, tomé una máscara antigás y llevé el selfie stick para captar todas las imágenes del siniestro. También cargué con botas de hule pensando encontrar grandes charcos de agua.
El incendio, sin embargo, era peor de lo que esperaba. Ardía casi una manzana entera y a cada rato reventaban los balones de gas de las diferentes viviendas que estaban afectadas por el siniestro. El incidente comenzó cuando un almacén clandestino ardió en llamas, al parecer por un corto circuito, me detalló un policía. Salí por la web en mi primer despacho. La gente aullaba, había conmoción, se sumaba una intensa vocinglería, ululaban las sirenas de los bomberos y la policía acordonó todo. El mayor drama era de las personas cuyas casas eran pasto de la llamas.
Hice tomas panorámicas del gran incendio, captando, además, las llamas chisporroteando por doquier incluso lamiendo los autos donde estábamos parapetados.
Aponte, de El Matutino, había logrado filtrarse hasta cerca de donde estaban las lenguas de llamas. Me pasó la voz.
-¡Por aquí Roxana!-
Me escabullí de los policías y en cuclillas me acerqué hasta donde estaba él. Era un horno. El fuego escupía sus llamaradas sobre nosotros y parecía sancocharme por la intensidad del incendio.
-Voló un depósito informal de gas. Eso es peor que el infierno-, me dijo Aponte, sudoroso, con la boca seca y la cara ennegrecida por el carbón que volaba por los aires. Hacía un video para su web.
Me comuniqué de inmediato con Galarreta. -Vuelvo a salir al aire-, le pedí casi gritando.
-¡¡Al toque!!-, bramó él. Estaba eufórico por las imágenes que estaba consiguiendo y que se había hecho, ya, viral en la web.
-Estamos en medio del infierno. Nos hemos acercado hasta donde están las llamas. Esto es espantoso. Hay muchas viviendas afectadas, casi una manzana entera, el humo es asfixiante-, dije presentando las llamaradas lanzando sus espantosas lenguas sobre nosotros. Las imágenes eran espeluznantes y hasta dantescas.
Cerca los bomberos usaban sus telescópicas disparando los chorros de agua. Sentí salpicar las gotas refrescándome alguito en medio de ese horripilante horno.
-Mejor vámonos de aquí-, le dije a Aponte. El humo nos asfixiaba, el intenso calor nos achicharraba y las llamas nos estaban lamiendo, prácticamente. Me fui arrastrándome hasta detrás del cordón policial. Sin embargo él se quedó.
Cuando me puse a salvo, atrincherada detrás de varias unidades de bomberos y de paramédicos, el policía me regañó con severidad.
-¿Cómo se le ocurre señorita acercarse tanto? podría haberse quemado-, me miró furioso.
-Lo siento-, le supliqué agachada y sudorosa.
-El trabajo de ustedes es informar, pero el mío es evitar que haya heridos-, siguió reprendiéndome con severidad.
Tuve que decirle de que Aponte se había quedado cerca del fuego. -¡Allá hay un colega!-, le dije.
El policía se puso aún más furioso y cubriéndose del brazo trajo, literalmente, del cuello a Aponte.
-¿Estás bien? le pregunté, limpiándole su camisa. Él se reía.
-¡¡¡Bravazo!!!-, parpadeaba admirado de haber estado tan cerca de la acción.
Pero a Gómez del canal W-TV no le fue bien. Quiso, también, acercarse a hacer unas tomas de cerca del dantesco incendio y el fuego casi lo envuelve, produciéndole quemaduras en las manos.
Los bomberos lo llevaron a rastras donde los paramédicos.
El policía se empinó sobre sus pies. -¿Ya ve, señorita?, su colega se quemó. Todos amamos nuestros trabajos, lo que hacemos, pero no por eso vamos a arriesgar nuestras vidas. Hay límites para todos-, prosiguió él con su severa reprimenda.
Muchas personas sufrieron los efectos del humo. Intentaban rescatar sus enseres pero les era imposible acercarse. Entonces se desvanecían, incluso a mis pies. Yo les echaba agua de mi toma todo y con mi tablet les brindaba aire.
-Bien, señorita-, me elogió un paramédico. El especialista le aplicó de inmediato oxígeno al desmayado.
Vi muchos derrumbarse ante el humo asfixiante. También había bastante histeria y llanto.
Con Aponte ayudamos a contener a los más frenéticos, queriendo entrar en medio de las llamas.
-¡¡¡No vale la pena morir por unas sillas!!!-, ladraba Aponte.
-Proteja su vida, la de su familia-, decía yo, ante los desesperados inquilinos, queriendo calmarlos pero en realidad era imposible. Estaban histéricos.
-¡¡¡Señorita!!!-, volvió a llamarme el policía. Tenía un perro asustado en sus brazos.
-¡¡¡Este salió de entre el humo!!!-, me lo pasó sin moverse de su puesto.
-Ay, pobrecito-, empecé a darle del agua que aún me quedaba, remojando su naricita.
-¡¡¡Peleonero!!! ¡¡¡Peleonero!!!-, apareció una jovencita con los ojos llorosos, los pelos ajados, gritando frenética. Lo tomó entre sus brazos y tumbó su cabeza sobre mi hombro.
-Gracias, gracias, señorita, gracias, mi perro, mi perro-, balbuceaba llorando.
Miré al policía. Él solo sonrió.
Hubo un centenar de familias damnificadas, al final de la jornada. Solo salvaron lo que llevaban puesto y quedaron sin techo. Todo un drama. Volví a salir al aire cerca de los palos humeantes.
-El incendio ha dejado sin hogar a cientos de familias humildes. Esperamos, ahora, la ayuda de personas caritativas. El gobierno ha anunciado carpas, camillas, agua, abrigo, alimentos perecibles, pero no es suficiente. El país entero debe apoyar-, pedí.
Luego miré al policía que me reprendió y que se mantenía firme en su puesto. -Hoy aprendí algo. La pasión por el periodismo, a veces, lleva a desafiar fronteras prohibidas, pensándonos indestructibles, llegando demasiado lejos, pero nuestro afán por la noticia debe tener, también, límites, porque por nuestra temeridad, otras personas, los bomberos, los policías, los paramédicos, que igualmente desafían el peligro, cuidándonos y protegiéndonos, podrían sufrir graves consecuencias. Respetemos y ayudemos en el trabajo de todos-, dije.
El policía alzó su pulgar sonriente.