Yo veía calles en las que nunca había estado pero que me resultaban conocidas, lugares que recién iba pero que me parecía reconocer y hasta pensaba en cosas pasadas como un radio a tubos, un toca disco antiguo o una máquina de escribir enorme que jamás vi y me recordaba clarísimo, como cotidianos, incluso de haber usado y que disfrutaba en innumerables ocasiones. También veía en mi mente en carcochas, carretas jaladas por caballos y hasta enormes tranvías que hacían mucho ruido cuando iban por rieles sujetos a cables eléctricos con un interminable clack clack clack martillando mis sesos..
No me sorprendía ver, por ejemplo, los long play de 33 revoluciones que habían en el mercado de pulgas pero a mi hermana Lisseth la dejaba boquiabierta, sorprendida, viendo la aguja haciendo sonar esos enormes discos negros con muchos surcos.
-Y eso que no has visto los discos de carbón, me reía de su sorpresa, pesaban una tonelada y si se caían, se hacían pedazos-
Mi papá me miraba sorprendido. -¿Cómo sabes sobre los discos de carbón? ¿te contó tu abuelo?-, me miraba extrañado.
-No, solo lo sé, decía yo arrugando mi naricita, recuerdo haber tenido algunos en mis manos y eran muy delicados, muchas grandes orquestas del siglo pasado grabaron sus primeros éxitos en esos discos de carbón-
Mi padre y mi hermana se miraban absortos, perplejos y con los ojos desorbitados escuchándome hablar del pasado igual como si yo hubiera vivido en esos tiempos tan lejanos.
Me divertía, además, viendo a los niños y jóvenes jugando con sus móviles y yo les hablaba de que antes los pasatiempos de los menores eran con trompos, canicas, saltando la rayuela, participando en las escondidas, haciendo la ronda, saltando soga o peloteando en las calles.
Recordaba la pelota de trapo, igualmente, que se hacía con las medias de nylon de las mamás. Mi papá entonces pensaba que yo leía todo eso en el internet. -Ya ves que todo tiempo pasado no fue mejor-, decía, pero él, en realidad, no entendía, en absoluto, de que lo que me estaba pasando, era que yo había tenido una vida anterior en que había sido hombre y justamente me deleitaba con el trompo, las canicas o la rayuela y el fútbol en las calles.
Como estaba peleada con Maicol, aproveché para salir con Giuliano. Él me recogió saliendo del diario. Había tenido poco trabajo. La guerra en Europa estaba en sus fases finales y la visita del Papa a África se había saldado con mucho éxito.
-¿Quién es ese oficial?-, me preguntó empinándose en sus pies María Fernanda.
-Un policía que me protegió en una manifestación-, le conté.
-Está fuerte-, mordió ella los labios.
Alcé los ojos al cielo. -Mujeres-, barrunté divertida.
Fui a tomar con él un lonche a Miraflores, cerca de la bajada a las playas. -Allá quedaba el antiguo zoológico de Lima, habían muchos animales pero era chiquito e incómodo, estuvo hasta los sesenta-, le dije comiendo un sabroso pan con chorizo. Gigi me miró sorprendido.
-¿En serio allí había un zoológico?-, arrugó su frente.
-Claro. El tranvía pasaba por aquí y nos dejaba a unos cuantos metros-, le relaté. Él echó reír en forma aparatosa.
-Pero si tú ni siquiera habías nacido-, se burló.
Me azoré. Tenía razón. No supo qué decirle. Pero en mi mente desfilaban las imágenes de bañistas bajando hacia la playa, con sus ropas enterizas, discretas, diferentes a los bikinis y tangas de ahora.
La pasé bien con Giuliano. Caminamos, hablamos, nos reímos, me puse a saltar en el parque y hasta me compró un peluche de una jirafa linda a la que le puse de nombre, Manchitas. Fonseca me abrazaba efusivo y confianzudo.
-Eres muy divertida, Roxana-, se balanceaba él sin dejar de estrujarme.
Sentados en el parque me dijo que siempre respetó la profesión de periodista. -Creo que es tan o más peligrosa que la de un policía-, exhaló, sorbiendo una cerveza en lata.
-Ustedes tienen arma, chalecos, cascos, nosotros no-, saqué mi lengua y la mordí coqueta.
-Por eso digo, ustedes arriesgan su vida más que nosotros. Van a incendios. Cubren terremotos, incluso maremotos. ¿Recuerdas a la chica periodista que una ola se llevó en vilo? La corriente la arrastró muchos metros-, asintió él resoluto.
-Nada peor que el terremoto d 1940. Fue de 8 punto 2 ¡imagínate! hubieron 200 muertos y se cayeron las casas de Barranco, Miraflores, el Callao-, hice brillar yo mis pupilas.
-¿Eso te contó tu abuelo?-, volvió a extrañarse Gigi.
Tapé mi boca con una mano y desorbité los ojos.
-Sí, me contó-, dije para salir del paso, pero yo percibía que había estado allí, en medio del terremoto, viendo la polvareda, la gente corriendo, llorando, asustada, implorando perdón al cielo. Era muy joven, me parece, porque un señor me tenía las manos y no me dejaba correr de miedo.
-Mi padre dice que el terremoto de 1970 fue peor-, dijo luego de un rato Gigi.
Ay eso no sabía. Recordaba, clarito, solo el terremoto de 1940, incluso el cementerio del Presbítero Maestro, con sus monumentos históricos, que quedó hecho una ruina.
Volvimos a caminar y de nuevo metí la pata. -Subamos al tranvía-, dije y apreté los dientes. Me parecía estar dominada por el poder de antaño.
-Ja ja ja, echó a reír él, veo que te gusta el pasado, pero imagínate, entonces no había internet, celular, Tv cable. Ni de loco me gustaría vivir en esa época pasada-
-Pero las mujeres vestían lindo, con sus faldas, largas, sus sombreros, chal y fustán-, alcé mi naricita.
-Yo prefiero verlas a ustedes en minifalda, leggins o jean-, me dijo él mirándome a mis ojos.
-Eres un mañoso-, seguí con mi nariz alzada.
-Nooo, jamás, solo soy sincero con las mujeres hermosas, y tú eres divinamente hermosa-, me dijo y sin que yo lo esperara, me besó en la boca, apasionadamente. Mis brazos se cayeron y cerré los ojos obnubilada. Quedé sorprendida y absorta. Mi corazón empezó a repicar fuerte dentro de mi pecho.
-Eres muy linda, Roxana-, suspiró él y yo, después de recuperarme del impacto, me colgué de su cuello y lo besé con el mismo ímpetu, saboreando sus labios varoniles, jugando con su lengua, febril y seducida por aquel hombre tan sencillo y dulce que había prendido toditas las hornillas de mis entrañas y era, ahora, una enorme antorcha, chisporroteando fuego por todos mis poros.