La pelea que tuve con Maicol fue mi culpa, lo reconozco. Y todo es porque a mí me encanta bailar. Modestia aparte, soy campeona en todos los ritmos, desde un rock lento hasta una salsa o un estridente reguetón. Bailo muy bien además, con mucha cadencia y sabrosura, desparramando sensualidad y cadencia. Siempre acaparo las miradas en las fiestas, porque derrocho lisura danzando frenética, con mucho sabor y salero. Los chicos se pelean por invitarme a bailar y yo encantada acepto todo, aún el muchacho no sepa bailar porque, al final de cuentas, me divierto bastante, disfruto y gozo a mis regaladas anchas, meneando las caderas, lanzando mis pelos al aire, flexionando las rodillas o haciendo las veces de una serpiente áspid emergiendo de la canasta, encandilada por la música del encantador de serpientes. Igualita.
Resulta que una amiga de Maicol se casó un viernes en la noche. Pedí permiso al director del periódico y salí temprano de la web. Me fui a que me peinaran y me hicieran un alisado. También me pintaron las uñas, me pusieron pestañas grandotas y me retocaron las cejas. Al final quedé muy hermosa. Ya había comprado el vestido. Un enterizo oscuro, sin mangas, con un pronunciado escote en la espalda. Delante, el vestido se sujetaba a mi cuello con un enorme anillo. La falda tenía una abertura al medio, hasta arriba de los muslos. Delicioso. Me puse pantimedias y zapatos teñidos, abiertos, taco 14, para que me vea enorme. Una carterita de mano completaba mi vestuario. Quedé fascinada conmigo misma, tanto que me tomé un millón de selfies y se las mandé a mis amigas, luciendo sexy y sensual delante del espejo.
Maicol quedó de una pieza cuando me fue a recoger, viéndome tan hermosa y provocativa.
-Wow, Roxana, estás para comerte todita-, dijo y yo me reí sacándole la lengua.
No sé si les dije, pero a mí me encanta y mucho sentirme deseada y ahora Maicol me ansiaba a gritos. Yo me sentía en las nubes, haciendo explotar mi feminidad.
Luego de la ceremonia en la iglesia, fuimos a la recepción, en un local amplio, donde había mucha comida, trago, bebidas y por supuesto, bastante música. Los flamantes esposos bailaron el Danubio azul, en medio de nuestros aplausos. Yo aullaba como loba víctima de la euforia del momento.
Cuando la amiga de Maicol tiró el bouquet, traté de cogerlo, pero me fue imposible. Los tacones me hicieron una mala pasada y casi tropiezo. Una chica de lentes y un vestido verde entallado, lo cogió, ganándole a las otras mujeres. Yo quedé muy furiosa.
-Ni modo, refunfuñé molesta, aún no pienso en suicidarme, je-
De frente nos fuimos a bailar con Maicol una sabrosa salsa. Yo, cadenciosa, como siempre, empecé a batir las caderas, con mucho sabor y desenfreno, cautivando a la platea que estaba hipnotizada a mis pasos salerosos, al meneo de mis caderas, a la delicia de mis sentaderas bien pinceladas en el vestido, mis piernas enfundadas en las pantimedias y el encanto hipnótico de mi sabrosura.
-Uyyy, estás que matas-, me dijo Maicol, recorriendo las miradas absortos de chicos y chicas, deleitándose con mi cadencia tan sensual. Eso contagió a otras parejas que salieron a la pista a romper también cinturas.
La fiesta se puso animada. El problema era Maicol. Empezaba a ponerse demasiado celoso y receloso de las miradas de los hombres, desnudándome sin tapujos y con el mayor descaro. A mí no me importaba, por el contrario, me gusta y mucho sentirme deseada, les reitero. Yo reía, mostraba los dientecitos, lucía mis piernas y movía las caderas con sensual fuego. Más me miraban, más me sentía sexy y súper poderosa en todo el sentido de la palabra.
Los tragos también fueron haciendo mella en Maicol. Y celos y alcohol son muy mala combinación en los hombres. Ya los recién casados se habían ido de viaje de luna de miel a Miami, cuando mi enamorado se peleó con un fulano que se me pegó demasiado. Él pensó que el tipo lo hacía para disfrutar de mis curvas, de mis sentaderas que emergían muy provocativas en mi vestido, redondeadas y firmes, y sin más ni más Maicol le metió un puñetazo que le rompió toditos los dientes.
Se armó la refriega. Yo grité espantada. Maicol aporreó, luego, al pobre fulano en el suelo, pateándolo y uno de sus amigos le dio un empellón a mi peor es nada, lanzándolo sobre la mesa de bebidas. Las botellas saltaron por los aires, reventando en un millón de esquirlas.
Corrí para levantar a Maicol, pero él ya estaba fuera de sí. Me dio un fuerte empellón y se la emprendió a golpes con un zutano que lo amenazaba mostrándole los puños. Mi enamorado le dio una paliza al pobre, que lo dejó encharcado en sangre tumbado en el suelo inconsciente.
-Ya, ya Maicol, detente-, intentaba yo jalarlo de los brazos, pero era imposible. Él parecía un toro furioso, suelto en plena plaza, emitiendo bufidos y echando humo de las narices. Volvió a apartarme y se la emprendió a puñetazos con un tipo, tumbando todo, en medio de los gritos y chillidos de las mujeres, impotentes para poder controlar a los hombres dándose de golpes sin compasión, convirtiendo la fiesta en un verdadero campo de batalla.
Yo quería escapar a la casa, pero no podía, tampoco, dejar solo a mi enamorado, a merced de todos esos fulanos dándose de puñetazos y patadas. Bien o mal estábamos junto en la fiesta, así es que avancé decidida y lo jalé del cuello. -Vámonos antes que te maten-, le dije y me lo llevé a rastras. Maicol refunfuñaba furioso. -¡Voy a matarlos a todos!-, decía mostrando los puños, lanzando maldiciones y lanzando sapos y culebras por la boca.
Salimos a tiempo. Muchos patrulleros llegaron rodearon el local y hubo una gran redada deteniendo a los vándalos que continuaban con su batalla campal. Corrimos de prisa y nos fuimos a una esquina alejada, para observar qué pasaba. Las mujeres seguían gritando, los hombres protestaban, reventaban más botellas y la policía se llevaba capturados a varios sujetos encharcados en sangre. Fue un gran escándalo.
Maicol había dejado el auto en una cochera a dos cuadras del local. Nos fuimos caminando por un callejoncito oscuro, donde cantaban muchos grillos. Hacía bastante frío y yo estaba casi desnuda, con el enorme escote en mi espalda. Temblaba. Él me tuvo que poner su saco encima de mis hombros.
-¿Por qué diablos tenías que pelearte?-, le reclamé furiosa.
-Ese tipo te agarró una posadera, yo vi-, se defendió él. Tenía su pañuelo apretando una herida en la boca, para que la sangre no siguiese chorreando.
-No lo hizo. Solo se pegó un poco, además yo sé defenderme sola-, me molesté.
Maicol echaba humo hasta de las orejas. -El problema es que tú bailas como una cualquiera -, me disparó en medio del corazón.
-Yo bailo como me da la gana. No por eso vas a agarrarte patadas con todos los hombres que me miran-, hundí mi dedo en su pecho. El encargado de la cochera nos veía boquiabierto mientras discutíamos a gritos.
-Entonces ponte vestidos menos llamativos. Lo único que haces es que te falten el respeto-, volvió Maicol a martillarme.
-No son los vestidos, lo que ocurre es que eres un idiota, te la das de machazo y solo te comportas como un orangután-, le dije. Me senté dentro del auto, crucé los brazos y apreté la boca, furiosa, iracunda, hirviendo en rabia.
Maicol no me habló quince días exactos. Ni una llamada, ni un mensaje de texto, ni un emoji, ni nada. Me sentía morir. Mordía mis labios angustiada, sentía explotar mi corazón y acepté que yo había tenido culpa por estar demasiado sugerente en el matrimonio de su amiga, por mis bailes desenfrenados y porque me mostré escandalosamente coqueta en la recepción. Pero tampoco me iba a tirar al suelo, menos por un hombre. Mi orgullo era más.
Al cumplirse dos semanas, Maicol me mandó un corazoncito. Nada más. Yo estaba en la redacción de la web. Estrujé mi boca, moví mi tobillo de la pierna que tenía cruzada y no le contesté. Tiré mi móvil y seguí escribiendo mis informaciones.
Al rato Maicol me mandó un texto. -Nunca cambies, Roxana. Me gusta cómo eres-, me escribió.
Mordí mis labios, hice brillar mi mirada y ensanché la risita pícara y sexy. María Fernanda se dio cuenta.
-Ay, los hombres-, suspiró ella moviendo la cabeza.
-Mal con ellos, peor sin ellos-, agregué sacando la lengua, sintiendo otra vez repicar mi corazoncito, repitiéndome en sus latidos, el nombre de él, de mi enamorado.