Capítulo 15

1089 Words
Mi padre es mecánico en una fábrica textil. Se encarga de arreglar las máquinas para que estén trabajando a cien por hora y no tengan ninguna falla, además que compone, de inmediato, las que están defectuosas o fallando o se malogran. Sus jefes le tienen mucho aprecio porque es eficiente. Ese domingo una de las principales máquinas de la fábrica justamente se había malogrado y era urgente que la reparara para la jornada del lunes que se iniciaba con el turno de madrugada, y que empezaba a las 11 de la noche. A mí no me gusta que trabaje sus días de descanso, prefiero que esté relajado viendo televisión o jugando con nuestro perro, sin embargo sus jefes le dijeron que era imperativo que vaya a la fábrica. -Tengo que ir a la planta, hija-, se lamentó, poniéndose su abrigo. Me dio tanta lástima que le pedí llevarlo yo en el auto. -No, hijita, descansa, tuviste una semana intensa-, se negó él a mi ayuda. Pero si mi papá terco yo soy cien veces más. Me puse mi gorrita de lana, me limpié mi boquita después del sabroso desayuno, y cogí las llaves del carro. -Yo te llevo, padre-, dije firme. Mi mamá metió su cuchara. -¡¡¡Qué vaya Lisseth, también!!!-, alzó la voz y yo arrugué todita mi cara. -¿Esa pesada?-, chirrié los dientes. Aún no se disipaba mi furia de que me había delatado con Maicol. Iba a negarme, entonces, en forma rotunda, pero Lisseth ya estaba subida al carro, tocando el claxon. -¡¡¡Apúrense!!!-, gritaba alborozada. Camino a la fábrica, mi papá compró El Cotidiano. De frente abrió el diario en la central y vio la entrevista a Stuart. -Wow, hijita, qué bien-, decía leyendo apurado el artículo. Yo mordía mis labios entre turbada y contenta. -Roxana se ha enamorado de ese futbolista-, empezó, otra vez, a cargosear Lisseth. -No es cierto, me molesté. Lo inventas porque ya no sales con Rafita- A mi papá le agradaba mucho Rafael porque conversaban mucho de fútbol, cuando iba a verla a mi hermana. No le gustó nada lo que le conté. -Rafael es buen chico-, lo defendió mi papá. Lisseth echaba chispas. -Te dije que era un secreto-, me jaló el pelo iracunda. -Ay, no seas mentirosa, le reclamé mirándola por el retrovisor, no me dijiste nada- -Sí, te dije, pero igual yo no ando saliendo con muchos hombres a la vez como tú-, me disparó en medio del corazón. Ahhhhh exhalé abriendo toda mi boca. -Ve esta mujer, qué mentirosa-, me puse furiosa. -Sí, estás con el futbolista, el policía, el feo ese de Paco que trabaja en El Matutino y el Elías que está en la televisión y te escribe poemas en tu face-, me sacó la lengua Lisseth. -No seas mentirosa, sulfuré, yo solo salgo con Maicol- -Sí como no, a cada rato estás con Gigi por aquí, Gigi por allá-, mi hermana empezó a imitarme haciendo como una coneja. Intenté darle un manazo y ella se agachó. Luego me volvió a sacar la lengua. Mi papá se reía viéndonos pelear. El vigilante principal de la fábrica nos miró divertido. -Ha venido bien acompañado señor Villafuerte-, le dijo sonriente a mi padre. -Órdenes de la jefa (mi mamá)-, respondió mi papá también riéndose. El vigilante chocó su puño con el de mi padre. -¡Abre la puerta, Rubén! ¡El señor Villafuerte con sus hijas!-, gritó. Lisseth y yo nos pusimos rojas como tomates viendo a los otros vigilantes sonrientes y festivos "revisando el material". Las dos nos habíamos puesto jean demasiados pegados y éramos el imán de las miradas, pero a mi papá no le importaba, al contrario lo veía orgulloso, inflando pecho, la mirada altiva al lado de sus hermosas hijas. La máquina que debía arreglar mi padre era un mastodonte, enorme como un cerro, lleno de piezas, tubos y planchas. Parecía un tren estacionado a mitad de los rieles. Quedé boquiabierta viendo a ese gigante que parecía estar dormido recostado en el suelo. -Prende la computadora, Donato-, ordenó mi papá al técnico que estaba de turno. -Parece que la falla es uno de los chips internos del encendido-, le informó tratado de arrancar a la corpulenta maquinaria. Mientras mi papá trabajaba, mi hermana y yo nos fuimos al depósito y Lisseth me tomó fotos saltando.-¡Suelta tus pelos!, me dijo, para que se vean volando contigo- Así me tomó un millón de fotos. Yo me reía, alzaba mis tobillos juntos, los pelos me cubrían la cara y me sentía feliz -¡Roxy, mira!-, dijo después festiva, mi hermana. Se había subido a una grúa y se puso un casco de obrero. Me enfurecí. -¡Bájate, se van a molestar con papá!-, le grité. -No, no se preocupen, niñas, el carro está apagado-, dijo un señor de edad, bigotes canos y patillas largas que limpiaba unos repuestos, sentando sobre un taburete cerca de nosotras. Le tomé una foto con mi móvil a Lisseth. Ella coqueta puso la mano en su cabeza y abrió la boca como modelo de revista de hombres. -Se lo mandaré a Rafita-, le dije sacándole la lengua. Ella arrugó la nariz. -Babosa-, me respondió. -Nosotros le llamamos pato-, me contó el señor de edad. Me dio risa. -¿Por qué pato?-, me interesé. El señor se acomodó en el asiento. Prendió la máquina y alzó la pala. Y en efecto, la grúa perfiló una imagen idéntica a un pato, con su cuello largo y su pronunciado pico. -Patos le gustan a Roxana-, estalló a reír Lisseth colgada de mi cuello. Eso me hizo renegar y le jalé el pelo fuerte. Ella me metió una patada que me dio, justo, en la rodilla. -Ay, mujer, eso duele-, le reclamé, por qué eres tan tosca-, reclamé y le volví a jalar el pelo, ésta vez más fuerte. -Ay, que mala perdedora eres-, se molestó Lisseth y ¡pum! me dio un empellón que me hizo trastabillar. Entonces esta vez le jalé el pelo con mis dos manos. -A ver si ahora te quita lo chistosa-, renegué mientras ella me metía más patadas cada vez más furiosa. El técnico nos miraba divertido. -Qué difícil debe ser tener dos hijas, don Fabián-, subrayó divertido. Mi padre alzó la mirada. -Al contrario, Donato, es la cosa más hermosa del mundo-, dijo haciendo brillar sus ojos. Yo lo escuché y emocionada abracé feliz a mi hermana, dichosa de tener tan bella familia.
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