Capítulo39

1166 Words
Para variar, estaba metido en un nuevo y serio aprieto. Nancy quería verme urgente y y yo ya había pactado una cita con Daniela, las dos casi al mismo tiempo, con apenas una hora y media de diferencia entre una y otra. ¡Vaya dilema! Lo de la enfermera se había presentado de improviso. Ella me llamó al estadio, cuando me disponía a empezar mis tareas. Las duchas de uno de los vestidores tenían las canastillas bloqueadas por el sarro y habían muchas quejas de los deportistas, por lo que debía lijarlas y dejarlas expeditas. -¿Qué ocurre, Nancy?-, me extrañé sobremanera atendiendo en el teléfono del jefe. Él me miraba fastidiado. -Necesito verte urgente, apenas salgas del trabajo te vienes al hospital-, fue lo que me dijo con un tono enigmático. Pucha. Yo salía a las cinco, tenía media hora para llegar al hospital y luego, a las 7 y 30 debía estar con Nancy, cenando cerca de su casa, en un restaurante que ella me decía, era de lo mejor, con platos exclusivos y de chuparse los dedos. No podía pedir permiso, tampoco, porque ya me había excedido con mis excusas. El jefe me tenía, incluso, en la puntería porque por estar con mis citas estaba descuidado mucho mi trabajo, por ejemplo el asunto de las duchas. Caballero, no más, debía multiplicarme para quedar bien con Nancy y Daniela. Me propuse desdoblarme, je je je. Apenas terminado mi trabajo, me cambié rápidamente y salí a toda prisa, hacia la avenida. Justo había un colectivo que me dejaba a dos cuadras del hospital. Me arremoliné en la banca entre dos sujetos rechonchos que olían horrible. Igualito lo soporté todo estoicamente. Hice buen tiempo, después de todo. No había mucho tránsito en las calles y los trabajos de ampliación en el Paseo Colón estaban aún en sus comienzos por lo que no habían atolladeros. Nancy estaba terminando su turno en mesa de partes. Se despidió de su reemplazo y se colgó de mi brazo apenas me vio. -He sido ascendida a cirugía-, me dijo, ensanchando su risita, mirándome coqueta y con la carita iluminada de felicidad. -Uyyy, qué buena noticia. Ya sabía de tus grandes condiciones-, me emocioné contagiado de su dicha. -Vamos a celebrar-, me pidió ruborizada pero sin despintar su dulce risita. -Tengo trabajo pendiente en el estadio, le mentí, los reflectores están bajetones y la iluminación no ayuda para los partidos nocturnos, pero podemos tomar un buen lonchecito- , ella aceptó. Fuimos entonces a la cafetería del hospital. Pedí café con leche y dos panes con queso. Ella solicitó café y tostadas con mantequilla. Nancy estaba muy hermosa. Sus ojitos destellaban luces de colores y me gustaba su risita larga, dibujada, dulcemente, en su boquita roja y apetitosa. No resistí a la tentación de besarla. -¿Por qué no somos enamorados?-, me preguntó ella saboreando mis besos. -Pensé que lo éramos-, le dije obnubilado de sus labios, disfrutando de sus deífica boca, ebrio del vino de sus besos. -Un enamorado está siempre pendiente de su novia-, me reprochó, justo cuando el mozo nos traía los panes. -Yo siempre estoy pendiente de ti-, le dije mordiendo el sabroso pan con queso. En realidad me moría de hambre. -No es cierto, levantó ella su naricita, yo tuve que llamarte para informarte de mi ascenso- -Lo que ocurre es que yo no tengo teléfono en mi casa, entonces estaría llamándote a cada rato-, le recordé. -Pero tienes que venir a recogerme del trabajo, pues-, infló ella su boca. -Yo no tengo horario fijo. Mira que hoy tengo que trabajar hasta tarde-, me sentí arrinconado. -Entonces debemos vernos en mis descansos-, siguió ella reprochándome. Era cierto. Sus reclamos tenían justificación. Nuestra relación debía consolidarse. Entonces decidí establecer un calendario. -A ver, dije apuntando en una servilleta. Descansas los viernes y yo salgo de trabajar a las cuatro. Entonces, podemos vernos siempre los viernes desde las cuatro hasta que sea tarde, ¿qué te parece?-, le propuse. -No, dijo ella fastidiada, que sea los viernes y domingo. Tú descansas los domingo en el estadio. Vienes a buscarme a mi salida, a las cinco- Acepté. Volvimos a besarnos apasionadamente. Mi deseos se fueron encendiendo y empecé a acariciar con embeleso sus brazos. Mi rodilla alcanzó la suya y le raspaba, deleitándome con su tersura. Estaba tan febril, gozando de su boca, cuando me acordé de Daniela. -Uy, dije mirando la hora, tengo que arreglar los reflectores del estadio- -Ay, qué mal, se quejó ella. La estábamos pasando tan bien- Era verdad. Me sentía hecho una antorcha y quería devorarla a besos, pero Daniela seguramente ya esperaba molesta en el restaurante en que debíamos vernos. La embarqué a Nancy en un colectivo, le di otro besote, muy cariñoso, y fui a toda prisa al punto de encuentro con Daniela. Por suerte no era tan lejos. A todo trote fui dribleando a la gente, los carros y el tranvía y divisé el local, con un enorme torno y un dos masetas grandes a los costados. En los vidrios de una vitrina arreglé mi saco, mi camisa, me alisé los pelos y acomodé bien mis tirantes. Luego fui a paso firme a mi esperado encuentro con Daniela. En efecto ella ya me esperaba y leía un libro de geografía. Le di un besote en su boca y me encantó la frescura de su boca. Ella cerró los ojos y eso me gustó más. -Disculpa la demora, pero se atoró la cañería de los lavabos en el estadio-, me justifiqué jalando la silla. -Ay, eso pasa siempre, las cañerías son muy antiguas en Lima, vienen desde la época de Leguía-, dijo ella. -¿Preparas tu clase de mañana?-, le pregunté, deleitándome con sus ojitos pardos. -Sí, mañana nos toca hablar de la cordillera de los Andes-, me dijo. -Yo sé del nudo de Vilcanota-, eché a reír. -¿Sí?-, movió su naricita Daniela. -Sí, es el que se hace José Vilcanota uniendo las puntas de una cuerda con un nudo corredizo-, estallé en carcajadas. -Idiota-, echó a reír ella y me encantó la chupina de sus labios, con su risa tan sexy y sensual, que alborotó toditos mis sentidos. Otra vez ardía en fuego. Quería hacerla mía. -Estoy programando mi tiempo, le dije, ¿podemos vernos siempre los martes y jueves, a las cinco, saliendo del trabajo?- Daniela era distendida, sin preocupaciones de tiempo u horarios. -Claro, mejor, para que sea una bonita rutina-, se entusiasmó ella. Comimos como reyes. Nos sirvieron estofado de carne que estuvo sabroso. También sopa de verduras y de postre, gelatina. Me saboreé hasta los dedos. -Te dije que aquí sirven sabroso-, me subrayó ella también satisfecha, pasando la lengua por los labios. Su boca, en realidad, me trastornaba. Me volvía loco. No me resistí más y empecé a besarla con pasión y embeleso. Ella se dejó besar, dejando caer sus brazos. Y el resto de la noche, ella volvió a ser enteramente mía.
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