Capítulo 27

1428 Words
Stuart Vásquez me llamó. Era domingo por la tarde, yo había reemplazado a Marcia, haciendo las noticias de deportes, y estaba entretenida copiando los resultados de la Segunda División para la edición impresa del lunes. -¡¡¡Hola Roxana!!!, me saludó él efusivo, hice un golazo- Sí lo había visto, incluso lo pegué en la web y se hizo viral. Los likes se multiplicaban a toda hora. Fue un remate de lejos que sorprendió al arquero contrario y la celebración de Stuart fue bastante curiosa, haciendo como un remolino junto al banderín del córner. -La gente pregunta por qué hiciste esa celebración- le dije, sacando la lengua. -Ahhh, es que soy un torbellino. Así me ha puesto la prensa argentina. El "Torbellino" Vásquez-, me dijo él siempre entusiasmado y eufórico. -¿Estás en tu departamento?-, le pregunté. -No, no, estoy celebrando aquí con mis compañeros en un restaurante exclusivo en el centro de la ciudad. Es que con el triunfo de éste mediodía ya estamos en la punta y todos estamos muy contentos-, siguió relatándome frenético. Ramírez, el jefe de la web me había escuchado preguntándole de la celebración y dedujo, de inmediato, que era Vásquez. -¡¡¡Hazle ahorita una entrevista para poner el audio en la web!!!-, gritó alborozado. Melgarejo se entusiasmó también. -¡Será la central de mañana, el "Torbellino" Vásquez!-, igualmente alzó la voz. -Ay, ya no se puede ni conversar en paz que todos están escuchando-, me lamenté. -No te preocupes, bebita, me dijo él todo confianzudo, yo declaro lo que tú quieras- Grabé el audio, preguntándole sobre su gol, su celebración, la emoción que sintió, sus expectativas en lo que se viene, sus metas, las posibilidades de su equipo y también de la selección y el mundial venidero. -¿Qué más le puedes prometer a la afición?-, le pregunté finalmente. -Muchos goles y que siempre estaré atento a tus preguntas e inquietudes, Roxy-, dijo y toda la redacción lanzó un efusivo "uuuuuuuuuuuuuuuuuuu" que me azoró y me puso más roja que un camarón hervido. ***** -Ya te olvidaste de mí-, me reclamó una chica por el teléfono con frases atildadas, evidentemente molesta y furiosa, bastante enojada. Sus palabras me tintinearon en los oídos como truenos y rayos estallando, martillando mis sesos sin clemencia, porque ella estaba bastante enfadada y colérica. Lo peor es que no sabía quién era. Tragué saliva y traté de ubicar su voz escarbando en mi memoria de prisa, rebuscando en mis archivos, con poca fortuna. -Nunca de los jamases, traté de darme tiempo, sabes bien que mis pensamientos te pertenecen y que nada más pienso en ti porque eres la dueña de mi corazón, la mujer que más quiero en ese mundo, mi verdadero amor- -Más te vale-, me amenazó otra vez con la voz furibunda, acentuándola, enfatizándola con un tono de mandato. -¿Cómo has estado?-, le pregunté mientras continuaba mi desesperada búsqueda de esa voz en el cofre de mis recuerdos sin que pudiera darme, siquiera, una pista de quién era esa chica que estaba tan molesta en las otra línea, tanto que sus tildes tenían aspas y parecían puñaladas certeras. -Bien, bien, con poco trabajo, aunque he estado saliendo tarde porque han habido amenazas de disturbios por las elecciones que se avecinan-, me dijo. Sonreí al fin. Era Carolina, la policía. Ufff, suspiré aliviado aunque me culpé de tonto, porque por el tono amenazante no podía ser otra chica más que ella. Debí haberme dado cuenta desde un principio. -Sí, pues. En el país hay mucha inestabilidad. Los golpes de estado están a la orden del día-, subrayé ya más aliviado. -Creo que no van a dejar participar a ese partido político-, me comentó. A mí no me gusta la política para nada. No sabía, incluso, de qué partido se refería. Decidí, mejor, cambiar de tema. -Está haciendo mucho calor-, le dije. Eran días de pleno sol y según decían era porque habían fuertes descargas solares sobre el planeta. -¿Crees que podrán mandar una nave espacial a la Luna?-, se interesó ella. -No, arrugué la boca, he leído que recién en 1966 ó 1967 será lanzado el Apolo 1, antes es imposible- -Los rusos entonces siguen ganando-, se lamentó ella. -Si pues, la perrita Laika tiene todos los honores-, le recordé. -¿A qué horas sales?-, me preguntó. -En treinta minutos-, respondí mirando mi cajón de herramientas. -¡Muy bien! Te espero en la puerta del piquete-, se entusiasmó ella y colgó. -A ti solo te llaman tus novias-, se divirtió mi jefe. -Ya me imagino cómo será el día que ponga un teléfono en mi casa-, sonreí poniendo la caja de herramientas en mi casillero. -Uuuhhh eso cuesta muy caro. Mejor junta para cuando llegue el televisor a tubos-, sonrió mi jefe. -Ya lo están trayendo. Tengo un amigo que tiene su televisor-, le aclaré. -Guau, debe ser maravilloso tener televisión y ver películas gratis-, apuntó. -Sí, me ha dicho que van a pasar el Mundial de Chile, incluso-, me iba peinando y arreglando la corbata. -No creo. ¿Cómo podrían transmitir un partido de fútbol desde un país a otro?-, caviló mi jefe. -Esas cosas no sé. A lo mejor graban los partidos como los discos de 33 ó 45 revoluciones y lo pasan luego, no sé, la verdad-, me reí y me despedí. Mi jefe siguió leyendo su periódico. Carolina lucía hermosa. Con una sonrisa divina y habían lucecitas prendidas en sus ojos. Sus pelos estaban alborotados, sujetos por un coqueto sombrero, un saquito a cuadros, un vestido largo hasta las pantorrillas, guantes negros y llevaba su cartera grande. -¿A dónde vas tan bella?-, le dije besando sus sabrosos labios carnosos y pintados de rojo intenso. -Voy a salir con un caballero que siempre se olvida de que existo-, sonrió ella. Fuimos por el Parque de la Exposición conversando del futuro y lo que le esperaba a la humanidad. -¿Crees que el hombre llegue a la Luna?-, volvió a interesarse ella. Yo estaba más pendiente en admirar su sonrisa, sus ojos ensoñadores y me gustaba cómo se notaban sus deliciosas curvas en el vestido estrecho. -No sé. Hay mucho interés en Estados Unidos y Rusia-, le comenté. -Imagínate que encuentren vida en la Luna-, exhaló ella su preocupación. -Pues espero que las lunáticas sean tan bellas como tú-, le dije, deteniéndola, mirándole a los ojos y besándole su boca. Me fascinaba Carolina. Sus labios eran sabrosos y sus besos me parecían un vino deífico que me trastornaba. -A ti no te gusta la ciencia-, me reclamó ella sonriente, con sus labios juntos, alzando su naricita. -La verdad que no. A mí solo me gustas tú-, volví a ser galante y poético, queriendo seducirla y rendirla a mis brazos. Hicimos el amor en un hotel cerca. Empecé a acariciarla, a sentir la suavidad de su piel, encendida como un fuego sabroso que empezó a quemar mis dedos y me sumió en el mayor gozo y deseo posible. Su mirada estaba coloreada de romance y me encadenaba la sonrisita larga, gentil, apasionada de Carolina, contagiándome de ternura. Volví a embriagarme con sus labios y los sentí tan dulces que hizo burbujear mi sangre frenética en las venas. Ella también me besó con pasión, visiblemente excitada lo que la hacía muy sensual y sexy, ardiendo en cada centímetro de su cuerpo. Los deseos de ser poseía chisporroteaban en sus poros, convertidas en esquirlas de fuego, queriendo volverse cenizas, disfrutando de mis besos y caricias. Rendido a sus encantos, lamí todo el cuerpo de Carolina. Mis manos no dejaban de recorrer sus curvas con deleite y ella se estremecía, feliz, dichosa de ser fuego en mis brazos, paladeando el gozo sublime de ser conquistada y permitiendo que llegue hasta sus más profundos abismos. Fui dejando mis huellas en las partes más sensibles y vulnerables de ella, hasta que me sumergí en sus entrañas con fuerza, haciéndola gemir y suspirar repetidamente. Ella se sentía volar por las estrellas, flotando entre las nubes y estaba eclipsada por mis besos, mientras avanzaba como un torrente en sus fronteras lejanas. Carolina se estremeció y mordió con furia mis brazos, al llegar a esos ignotos abismos. Enterró sus uñas en mi espalda, dejándome las huellas de su pasión marcadas en m piel. Quedamos abrazados, rendidos, exánimes, satisfechos tras navegar en ese lago tan divino de ella, recostados en la almohada, exhalando fuego en nuestros alientos y soplando las mismas llamas que nos convirtió en cenizas.
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