Stuart llegó puntual, en su auto deportivo, a las seis en punto, y se detuvo frente a la puerta de mi casa, tocando el claxon y haciendo retumbar una salsa a todo volumen, parecía que estaba en una gran jarana metido en su carro. Mi hermana se asomó a la ventana y vio el carrazo último modelo, estacionado, con la música atronando, remeciendo al barrio entero. -Ese no es Maicol-, me dijo molesta mientras me ponía mi chompa porque hacía bastante frío a esa hora de la mañana, además había una tupida neblina que a toda la ciudad como un tupido manto oscuro.
-¿Qué te importa, chismosa?-, refunfuñé. A mi madre tampoco le agradó que saliera con Vásquez.
-No estés jugando con fuego, Roxana-, me advirtió mi mamá. Arrugué mi naricita.
-Solo es un amigo, madre, tú sabes que mi relación con Maicol es sólida como una piedra-, intenté evadir lo evidente.
-Así dicen las jugadoras-, me disparó ella con la cara arrugada.
Igual salí. Stuart me dio un besote en la mejilla. -¿Te gusta esa salsa?-, me preguntó. Tenía parlantes hasta debajo del asiento y la música iba por todos lados. Por un lado estaban atronando las trompetas, por otro repicaba el piano, por allá habían tambores y más acá entonaba la melodía el cantante. Quedé entumecida. Era como estar junto a los músicos y hasta se podía tocar las letras de la canción.
-Es muy bonita-, dije divertida.
-Vamos a comer pan con chicharrón a Jesús María, tomaremos un desayuno bien criollo-, me comunicó divertido.
-¿No te caerá pesado para entrenar?-, le pregunté.
-No. Cambiaron los planes. Me toca masajes, recién en la tarde hacemos un partido de práctica y quedar listos para el cotejo del sábado-, me contó.
-El domingo sale una central tuya en el diario-, le anuncié mordiendo coqueta mi lengüita.
-Wow. La voy a leer y la guardaré como un tesoro-, siguió él riendo.
Dejó el carro en la cochera del restaurante. Todos lo saludaban y él respondía sonriente, haciendo venias con la cabeza. Se tomó incluso selfies con algunos muchachos. Yo estaba absorta, con los brazos cruzados, sintiéndome tonta en medio del jolgorio que provocaba Stuart. Los mozos de la chicharronería, al parecer, ya sabían que él vendría porque le separaron una mesa discreta, alejada, escondida y le acomodaron platillos con relleno, camote y chicharrones. En una canasta estaban los panes enormes, ya cortados. También había zarza criolla y humeaban las tazas de café.
Ya me iba a sentar pero él me ganó. -Por favor-, me dijo, jalando la silla. Otra vez estaba turbada. Ningún chico había hecho eso conmigo. Siempre veía esa actitud de los caballeros en la televisión y por eso me sorprendió, sobremanera, que él lo hiciera conmigo.
-Gracias-, dije azorada y me acomodó junto a la mesa. -Dile a Juan que pongan el usb con las salsas que traje anoche-, ordenó él al mozo antes de sentarse.
-Eres conocido aquí-, dije echándole azúcar a mi café.
Me miró y sonrió con los ojos. -No lo publiques en el diario, pero la chicharronería es mía-, se divirtió él un rato.
-¿Verdad que lees la web de El Cotidiano?-, me interesé saboreando el pan con chicharrón y sus camotes fritos, calentitos deliciosos.
-Siempre. No es de ahora. Mi papá compraba El Cotidiano y yo lo esperaba en la puerta de la casa ansioso para leer la sección deportiva. Desde entonces he sido ferviente fanático de sus páginas y ahora que estoy jugando en el exterior, siempre entro a su web y te veo en los videos con tus comentarios, entrevistas y opiniones-, me contó haciendo brillar sus ojos, esturando su sonrisa, enrojeciendo sus mejillas. Se veía lindo así.
Me sentí en las nubes. El mejor futbolista de la actualidad era mi hincha, je. Mis pechos se emanciparon en mi blusa y sentí mariposas flotando en mis entrañas. Mis rodillas chocaban fervorosas y parpadeaba una y otra vez emocionada.
-No me creerás, pero siempre quise conocerte-, me insistió él mirando y admirando mis ojos.
Ufff, las llamas me calcinaban. Trepaban por mi espalda, haciéndome sentir sexy, sensual y deseada. Apretaba mis dientes. Sacudía mi pelo, lo tiraba a la nuca, de repente me volví una gran antorcha chisporroteando fuego hasta por mis orejas.
-¿Tienes novio?-, me preguntó.
-No tengo, ¿tú tienes novia?-, negué a Maicol.
-Rompimos. Tiene un carácter muy difícil. Tú eres muy divertida, diferente a ella-, me dijo él sorbiendo su café.
Ay, le parecía divertida. Empecé a cabalgar las estrellas y a recoger las luces de los luceros. Mi cuerpo se estremecía en arcadas y quería besarlo. Estaba fascinada de él.
Después de desayunar, volvió a adelantarse y a jalar mi silla. Yo flotaba entre las mariposas y las gaviotas. Me sentía una princesa. La reina del mundo.
-Espero volverte a ver después del partido-, me pidió Stuart tomando mi mano.
-Por supuesto-, dije sonriente y ¡pum! volvió a besarme la boca, esta vez más eufórico y vehemente que la otra vez. Sus manos, incluso, acariciaron mi espalda.
Quedé completamente pasmada, desorientada y sin saber qué hacer. Mis labios se deleitaron con su besote, ésta vez más delicioso y sabroso que la ocasión del aeropuerto. Mis intimidades estaban hecho cenizas y se desataron mis cascadas. Yo me sentí, en ese instante, flotando en el aire, convertida en un globo, y me veía rodeada de muchas golondrinas. Mis labios seguían saboreando su boca y me pareció ésta vez tan varonil que yo deliraba. Estaba estupefacta.
-Eres muy hermosa, Roxana-, me dijo. Luego llamó a un mozo. -Que Luis la lleve donde quiera la señorita-, ordenó. Me miró. -Yo debo ir a que me masajeen, tú solo dile a Luis dónde quieres ir, al diario, a tu casa, a la playa, al infinito, a donde desees-, echó él a reír.
El mozo me acompañó a la cochera y me hizo abordar un auto moderno, de lunas polarizadas. Hizo un gesto al chofer y regresó a la chicharronería.
-Usted dirá señorita-, dijo Luis, sentado al timón.
Mordí mis labios. -Llévame a las estrellas, entonces-, dije aún fascina, obnubilada por Stuart Vásquez.