Manuel
Así tuve mi primer beso, en realidad no lo recuerdo muy bien porque fue demasiado rápido y después todo fue tan normal que todavía sigo pensando que ella no lo hizo apropósito, si no más bien por instinto. No se lo conté a mis papás ni a mis hermanas, lo mantuve para mí y siempre sería así, hasta que supongo llegue otro beso de otra persona y me acuerde un poco mejor, eso sí, Ainhoa siempre quedará como mi primera amiga y también mi compañera de baile en toda la vida.
Finalmente, mis primeros meses en la escuela terminaron dando paso a las vacaciones de invierno, las primeras en un país diferente al que yo vivía por lo que era hora tenía que acostumbrarme a nuevas tradiciones por más que mis padres quisieran mantener las que ya teníamos en México. Aún así, yo no dejé de ver a Ainhoa, porque después de su primera visita a mi casa, ésta se repitió varias veces y se repetirían más con el paso de los años, y sabía que al menos no me aburría en esta época.
Sin embargo, Ainhoa tenía lo suyo era completamente una chispa, ocurrente, traviesa, aventurera y debo decir que en cierto modo imprudente, no pensaba al actuar y eso a veces me traía problemas, sobre todo cuando se trataba de los ratos de aburrimiento y ocio, los cuales siempre teníamos gracias a las largas fiestas donde teníamos que ir. A ella le gustaba meterse a lugares que decían “prohibido pasar”, ir a los jardines más alejados del lugar e incluso a lugares “secretos” donde según había “tesoros” pero sólo terminábamos en un ático llenos de telarañas y con María Julia riéndose como loca. Aún así, yo la seguía, porque era divertido y ella me agradaba y al final, yo era su mejor amigo y los amigos están para las buenas y las malas.
—Mira, dicen que en este hotel hay una cueva en la playa ¿sabes? — Me murmura en la mesa mientras escuchábamos a mi padre dar un discurso de nuevo año.
—¿Cueva? ¿Cómo las de Indiana Jones? — Pregunto y ella asiente.
—Sí, con un tesoro.
—¿Un tesoro? ¡En serio! — Vuelvo a insistir y ella asiente.
—Es verdad, mi hermano David ha ido y dice que ahí es muy guau ¿Vamos? — Me invita.
—¿Ahora?
—Sí, decimos que vamos a jugar al jardín y de ahí bajamos a la playa, yo sé como.
Veo a mi madre que platica con Fátima Lafuente mientras beben un poco de vino, luego a mis hermanas que están sentadas platicando y a David viendo su móvil.
—Vamos.— Murmuro.
Ainhoa toma un sorbo de agua y luego se pone de pie.— Mamá ¿podemos ir a jugar al jardín? — Dice poniéndose el abrigo.
—Sí, vale, pero no se alejen tanto porque pronto obscurecerá.
Me pongo el abrigo y mi madre me acomoda la bufanda para después salir de ahí corriendo como si nos estuvieran siguiendo. Ainhoa baja las escaleras a la playa tan rápido que en lugar de abril la reja la salta y yo hago lo mismo presumiendo mis pocas y recientes habilidades de ballet.
—¡Vamos! — Me anima y yo la sigo, como siempre sin mirar atrás.
Entonces seguimos corriendo, lo hacemos sin importarnos nada que el sol está por meterse, que el mar puede estar frío y que posiblemente no sea muy buena idea ir a la cueva a esta edad y mucho menos sin supervisión de un adulto.
—¡Espera Ainhoa! — Grito cuándo veo que ella se va subiendo a unas rocas.
—¡Es ahí!¡La ves! — Grita señalándome la entrada a una cueva.— Sólo tenemos que irnos caminando hacia allá por ese camino de rocas.
Llego hasta dónde está ella y en cuánto piso la roca ella salta a otra más pequeña y otra más hasta que va avanzando. Veo cómo se aleja, luego volteo para atrás para asegurarme que nadie nos está viendo porque estoy seguro que ésta es una travesura, me pongo la capucha del abrigo y salgo al igual que ella para seguirla.
Al principio es pesado pasar de una a otra usando mis pies y mis manos, pero después de un rato me acostumbro hasta que lo hago más rápido y la alcanzo, Ainhoa ya ha llegado a la entrada de la cueva y simplemente me ve como me voy acercando poco a poco hasta que estamos frente a frente.
—¡Mira! — Me dice y escucho su voz en eco junto con las olas del mar.
—¡Hola! — Grito divertido y ella se ríe al escuchar mi voz repetirse una y otra vez.
—¡Hola! — Grita.— ¡¿Hay alguien ahí?!
El eco suena y luego ella me toma de la mano.— Ven vamos.
—Pero, no se ve nada.
—Solo a la entrada Manu, no vamos ir lejos.
Ainhoa me jala y entro junto con ella de la mano. Puedo escuchar el Shhhhhhhh de las olas y la brisa fría que por ratos me pega en el rostro como una especia de remolino. Ella va segura, apretando mi mano y pisando firme tratando de no caerse con los zapatos de charol que su madre le hizo vestir hoy. Cuando entramos un poco más al fondo vemos una bonita cueva con rocas que parecen pilares que unen el techo con el suelo.
—¡Guau! — Digo y mi voz retumba.
—Sabía que te gustaría, por eso de la Guerra de las Galaxias.— Contesta y seguimos caminando sin percatarnos que la entrada nos va quedando cada vez más lejos.
—Me gusta.
—Si quieres, este puede ser nuestro lugar secreto.— Comenta ella sonriente.
—No sé, esta muy obscuro.
—Pero podemos traer lámparas o venir por la mañana.
—Eso sí.
De pronto siento como el el agua toca mi zapato y al verla veo que va subiendo, Ainhoa sigue sin percatarse así que no dice nada. Volteo a la entrada y todo está tan obscuro afuera que solo se ven las luces de las farolas prendidas.
—¿No crees que es hora de irnos? — Le pregunto y de pronto una ola grande entra a la cueva asustándonos a los dos.
—¡Está subiendo la marea! — Grita y los dos corremos a la entrada sólo para ver de nuevo un chorro de agua entrar. Ella y yo nos pegamos contra las paredes rocosas y ella me toma de la mano mientras pega un grito.
Vemos cómo el agua entra hasta el fondo y luego regresa más.
—Tenemos que salir de aquí, ya no veo el camino de piedras.
—Yo tampoco, tenemos que nadar.
Una nueva ola entra a la cueva esta vez un poco más alta y abrazo a Ainhoa mientras nos empapa por completo, está fría, completamente helada y de pronto me entra un miedo enorme que no sé como sobrellevar. Ainhoa comienza a llorar desesperada mientras tiembla echa un hielo.
—Manuel, no quiero quedarme aquí.
—Lo sé, mira, esperemos a la próxima ola que entre, cuando esté lejos nos echamos al agua y nadamos hasta afuera ¿si?
—Sí, si… — Me dice temblando Ainhoa mientras me toma fuerte de la mano.
La ola entra y ahora es más fría que antes en cuanto veo que baja un poco la tomo con fuerza.— ¡Una! ¡Dos! ¡Tres!— Grito y los dos nos echamos al agua que me hiela los huesos y me impide moverme más rápido de lo que quisiera. Ainhoa se cuelga de mi brazo y siento que poco a poco me voy ahogando más, al parecer mis clases de natación en la piscina de mi abuelo no son suficientes para el mar. Como puedo nado hasta una de las rocas que veo y la paso hacia delante.
—Su, su, su, sube..— Hablo tiritando. Mientras con todas mis fuerzas trato de que ella suba lo más rápido.
En eso una ola llega cubriendo por completo la roca y a penas puedo sostenerme.
—¡Manuel! — Grita Ainhoa mientras siento que me succiona a la cueva y no me puedo regresar.— ¡Manuel! — Grita Ainhoa de nuevo y yo estiro la mano para ver si puedo tomarme de algo, pero las manos se resbalan.
—Ain….— Logro decir pero la ola es más fuerte que yo.
Sigo tratando de nadar contra la corriente, no puedo, no tengo fuerza, las olas cada vez me jalan más y estoy a punto de irme hasta adentro de la cueva. La veo subida en una roca, nado una vez más tratando de no rendirme, cuando estoy cerca de nuevo estiro la mano lo hago lo más alto que puedo tratando de tomar algo que no sé que pueda ser y cuando me estoy rindiendo y siento que me llevará la corriente de pronto una mano me toma y me jala para arriba sacándome del agua con todas su fuerzas, pegándome a la roca, raspándome un poco, para después ponerme sobre ella. Comienzo a toser como loco mientras mi cuerpo siente el frío de las aguas, abro los ojos como puedo ya que todavía hay sal en mi rostro y al ver el rostro de mi padre empapado, sé que estoy en problemas.